Siendo estudiante de literatura en la universidad yo había escuchado hablar mucho sobre Julio Cortázar, hasta que tuve mi primer encuentro con él. Aunque parezca extraña, esta vana pretensión no dejó de ser en el fondo, una falsa ilusión. Todo empezó con la lectura de un ejemplar de la revista Ahora, en la que encontré un texto bajo el título de: Julio Cortázar habla de los cuentos. El texto que leí a continuación fue una entrevista que le concedió el escritor argentino a un periodista extranjero y se reproducía en el medio ya citado. Descubrí que en sus respuestas exponía con una clara visón sobre el género y advertía que en el cuento, se sustentaba en trampas verbales y que todo buen cuento deberá estar dotado –advertía el autor– de una significación que rebase las propias palabras. En un mero ejercicio de la dialéctica literaria, no importa el tema que se elija.
Para Cortázar el cuento debe escribirse de una sola vez. Es un aquí que exaspera el teclado a todo dar, en tanto que el escritor debe colocar cada pieza del juego en su justo lugar y debe crear un vasto universo en la memoria de los lectores hasta hacerlo vacilar entre la realidad y la fantasía. En última instancia dice: “el cuento se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal y el resultado de esa batalla es el cuento mismo”.
Por su lado, Mario Benedetti llegó a decir que Julio Cortázar era un escritor para lectores cómplices, yo diría que julio Cortázar es un escritor para lectores hembras. Inmediatamente después de una lectura suya el lector queda como fecundado, como contaminado de algo que nunca debió suceder pero que en definitiva sucedió. Sus fantasías narrativas dejan en la memoria de los lectores esa sensación de sabia vital, propia de los escritores clásicos. Aquéllos cuyos sueños y laberintos, extraídos de lo más hondo del alma humana perduran en la memoria de los lectores y traspasan las barreras del tiempo.
En todo este devenir se ha descubierto que la obra de Julio Cortázar es una de las más estetizantes revoluciones de la narrativa latinoamericana del siglo XX. Poner de manifiesto su vanguardismo, en el que planteó sus concepciones extremas sobre la poética narrativa le valió “un tardío reconocimiento de los lectores y de la crítica”. Sobre todo, porque en ese momento la narrativa latinoamericana no tenía registros de corrientes extremas en la literatura y mucho menos en la revolución del lenguaje de la que fue capaz. En ese sentido se puede citar cualquier texto suyo, pero me parecen emblemáticas las audacias verbales de Rayuela, el juego lúdico de los cuentos El torito, El río y No se culpe a nadie. Sobre este particular, Vargas Llosa advierte que Cortázar era un escritor con absoluta libertad para violentar el establishment literario de la escritura y la estructura narrativa, para reemplazar el orden convencional del relato por un orden soterrado que tiene el semblante del desorden, para revolucionar el punto de vista del narrador, el tiempo narrativo, la psicología de los personajes, así como a la organización espacial de la historia y su ilación.
Es bueno señalar que Julio Cortázar fue un gran creador de tramas desconcertantes, y de mundos absurdos. En su pequeña obra maestra que lleva por título Axolotl se cuenta la historia de aquel hombre que iba todas las tardes en su bicicleta al acuario del Jardín des plantes en París a contemplar una especie mexicana de peces: Los Axolotl ejercían tanta fascinación en este personaje, que se quedaba horas enteras mirándolos, observando sus ritos y sus “oscuros movimientos”. Y de tanto mirarlos, ya él, –el narrador protagonista– se imaginaba dentro de la pecera. Siendo él mismo se imaginaba ser un Axolotl que miraba al hombre fuera de la pecera. “mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez más de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila”. Estamos en presencia de la herencia kafkiana, hablamos de que un hombre se ha trasformado de repente en un pez, casi con el mismo mecanismo que el escarabajo de la Metamorfosis. Precisamente a ese cambio y a esa trasmutación, es que Mario Vargas Llosa le llama muda espacial o cambio del nivel de realidad. Esa aptitud cortazariana de apelar a la violación de las leyes naturales para trasladarnos al mundo de lo no convencional y a lo sobrenatural, es a lo que de manera muy precisa Todorov le llama, segunda naturaleza.
En los mejores ejemplos de la obra cortazariana lo fantástico no está sujeto al sometimiento de lo milagroso, ni de lo extraño, como un imperativo de las leyes naturales, como norma de rigurosidad, o como norma que violenta el espacio, sino que este mundo se impone como complicidad, como sentimiento y como catarsis. En La noche bocarriba, otra de sus pequeñas obras maestras en la que apela al mecanismo del sueño y de la pesadilla, Cortázar explora otra modalidad de lo fantástico. De acuerdo con la teoría de Todorov en su Introducción a la literatura fantástica, el plano de lo fantástico opera de varias maneras: En primer lugar, es necesario que el texto obligue al lector a considerar el mundo de los personajes como un mundo de los personajes vivientes reales y a vacilar entre una explicación natural y una explicación sobrenatural de los acontecimientos evocados. Luego esta vacilación puede ser sentida también por un personaje. Estamos hablando de un hombre que sufre un aparatoso accidente de motocicleta en una calle de la ciudad de París y es trasladado en un estado de semi delirio a un hospital cercano de la ciudad. Desde el accidente hasta el hospital estamos en el plano de lo real, sin embargo ya en el hospital va sufriendo sucesivas pesadillas y sueños extraños como producto de la fiebre, que lo transportan a diferentes escenarios de la selva mexicana, durante el sueño siente que lo persiguen unos indígenas caníbales de la tribu Moteca. Para un lector no avezado es muy difícil percibir estos cambios del nivel de realidad, porque la maestría con la que cuenta la historia es tan sutil y crea una atmósfera tan envolvente que a penas uno la percibe. Lo que quiero significar aquí es que en este cuento la vacilación también se apodera del lector en un momento en que la trama va ganado terreno en la vida del protagonista. Lo que no hay es solución de continuidad para la vida moderna del personaje, porque de lleno está metido “en un pasado remoto y feroz de dioses sangrientos que deben ser saciados con víctimas humanas”.
En Julio Cortázar, el territorio de lo absurdo, como clave efectiva de lo fantástico, viola el drama de lo netamente cotidiano y de paso, anula la razón. Se parte de la idea, de que no sabemos cuándo estamos en el plano de lo real y cuándo estamos en el plano de la ficción. En Las ménades encontramos un concierto musical que de repente, se convierte en tragedia y muerte, cuando los músicos y el director de la orquesta terminan devorados por un público pletórico de emoción.
En Cartas a una señorita en parís encontramos el hastío cotidiano del hombre que vomita conejitos mientras le escribe una carta, desde Buenos Aires a su amiga radicada en París. En continuidad de los parques, nos puede perturbar la idea del hombre que está leyendo una novela y se convierte en secreto protagonista de la misma historia que lee. O, el acto canallesco de Luís, quien estando en París se casa con su cuñada Laura y cuyo fantasma sugerido aparece en cada carta que le envía la madre desde Argentina a París, en Cartas de mamá. En La casa tomada, primer cuento de la colección Bestiario, advertimos que la casa está habitada por dos hermanos que han contraído matrimonio, un acontecimiento completamente absurdo y contrario a las leyes de la naturaleza.
En estos cuentos Cortázar se comporta como un agudo observador del drama del hombre moderno. Examina de manera minuciosa los vericuetos de la falsa moral y el comportamiento de los seres humanos, ahonda en la suciedad de las almas humanas y su trágico destino ante lo insignificante de la vida social como producto de un juego tramposo. Sin embargo estos ritos y azares, no son más que vasos comunicantes que nos trasladan al mundo de los cronopios (palabra inventada por el autor) y de las famas, seres citadinos quienes desde el lado de lo absurdo se niegan a ser parte de toda lógica posible y el autor nos lo presenta desde el ámbito de la burla, el juego y la ironía como en las más divertidas comedias clásicas. Finalmente yo creo que salvo casos excepcionales, ningún escritor latinoamericano ha explorado con tanto fervor las posibilidades del cuento moderno, como lo ha hecho Cortázar, desde sus andaduras y territorios posibles, junto a una imaginación abierta y desenfrenada desde la más alta concepción de la libertad creativa y desde los más altos valores de la ficción narrativa.
Eugenio Camacho en Acento.com.do