La convicción en torno a la posibilidad de que el historiador pueda escribir la historia de su tiempo avanzó a partir de 1930. Desde entonces, refiere Gamboa, se consolidó el análisis de los procesos inconclusos de interés para los especialistas, actores y espectadores, dispuestos a presentar sus testimonios. Avanzado dicho siglo, la ubicación de las historias vivas como parte de lo contemporáneo, concepto heredado de la Revolución francesa, implicaba cierta inconsistencia. Es que, situándonos en el decenio de 1970, ya no podía verse como contemporáneo lo ocurrido en 1789. Como solución a esta inferencia, los franceses asumieron el término historia inmediata o política, desplazado en pocos años por el de historia del tiempo presente, fruto de la creación en 1978 del Instituto de Historia del Tiempo Reciente en Francia.
Este interés por el estudio de lo reciente cautivó al liderazgo político latinoamericano desde mediados del siglo XX. Así lo muestran German Arciniegas y su Biografía del Caribe (1951), José Figueres con Escritos económicos/políticos, años 40/50, Juan José Arévalo y su obra El tiburón y la sardina (1960?), y Rómulo Betancourt con América Latina: democracia e integración (1967). A estos líderes, especie de muro de contención de los regímenes despóticos, se suma Juan Bosch, por sus logros en este tipo de estudios. Baste destacar las obras: Póker de espanto en el Caribe (1955); Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo (1959); Crisis de la democracia de América en la RD (1964) y El pentagonismo, sustituto del imperialismo (1967). Las dos últimas despertaron la atención académica más allá del continente. A pesar de las limitaciones a vencer en el estudio del presente, sus aciertos son relevantes gracias al conocimiento de los procesos históricos mundiales y al enfoque transdisciplinario que asume. En estas obras, Bosch combina tiempo/espacio, ubica contextos locales desde lo universal e interpreta el presente con el examen del pasado. De modo que, tenemos en él a un intérprete certero de la historia inmediata guiada por fuerzas sociales, no por personas; capaz de superar las barreras del actor/espectador en pos de mayor objetividad, algo difícil de lograr por los intereses que priman cuando el presente se convierte en objeto de estudio.