Es común en los círculos académico escuchar que los alumnos no tienen interés en la lectura, que nada los motiva y que el número de lectores ha bajado de forma astronómica. Desde Nicholas Carr quien plantea las consecuencias del uso del internet en las capacidades cognitivas de sus usuarios en su libro Superficiales, hasta Mario Vargas Llosa, quien lo cita, junto a otros entendidos en su ensayo Más información menos conocimientos, el cual cierra con una idea casi lapidaria: Mientras más inteligente sea nuestro computador más tonto seremos nosotros, llueven las opiniones sobre las secuelas de dicha red en el cerebro humano. Quienes se dedican a la enseñanza saben lo difícil que se torna, en ocasiones, motivar a los alumnos a leer o mantener su interés en algo por mucho tiempo. Las responsabilidades se van adjudicando de unos a otros tratando de no ser más o menos culpables de dichas falencias y desinterés de los alumnos; los del nivel inicial culpan a los padres, los del primario a los de inicial, los de secundario a los del primario, los del superior a los secundarios y en sentido general todos culpan a lo que llaman el sistema.
En un curso de Análisis de la obra literaria y con el propósito de adentrar a los alumnos en el mundo fantástico de la literatura, un grupo leía la novela Aura de Carlos Fuentes. Dada la poca extensión de esta se propuso como un reto de lectores que se haría en el aula y en una clase. Se inicia la lectura en silencio y conforme avanza había que ver en el lenguaje corporal de los alumnos, las impresiones causadas por su contenido. Cara de sorpresas, ojos abiertos, miradas entre unos y otros. Al terminar la lectura y pasar a los comentarios el entusiasmo era desbordante. Los chicos habían quedado fascinados con la historia, hecho que sorprende en gran manera, dado el grado de complejidad de esta, lo que motiva a la reflexión. Surge la pregunta ¿Qué pasa en el cerebro de los jóvenes hijos de la internet, de lo obvio, lo explícito y dueños de las pantallas abigarradas de información?
Otra anécdota interesante resulta de una tertulia con el autor de un libro de cuentos, un auditorio repleto de jóvenes conversaba sobre su proceso creativo y sus motivaciones para escribir. La motivación de los jóvenes fue impactante, sus preguntas, su entusiasmo, sus críticas denotaban que habían leído el libro, pasó una hora de diálogo y quedaron con ansias de seguir disfrutando y conociendo. De aquí surge otra pregunta ¿Qué hace falta en las aulas para inspirar y motivar a la lectura?
Los alumnos acostumbrados a lo obvio, a la falta de censura, una vida hacia fuera, a la inmediatez, podrían sentirse fascinados por la forma de Fuentes contar los hechos, de manejar los tiempos.
Quizá sus cerebros ya estén cansados de copiar y pegar información de internet para pretender engañar al maestro. Necesiten retos de comprensión complejos que despierten su interés e imaginación. Entrar en el mundo fantástico pero complejo de Aura, por ejemplo, adecenta su cerebro, desentrañar su trama, sus misterios, cabalgar por la sinuosidad de sus fantasías, los expulse de su mundo de simplicidad y vulgaridad al que viven sometidos, su literalidad les abstraiga de la ramplonería de su jerga juvenil. La historia contada le atraiga por lo distinta a los miles de historia sobre los famosos que consumen a diario y que devoran su tiempo. Es posible que lo que es viejo para los viejos sea nuevo y de interés para ellos, ya que están moldeados para consumir un tipo de información que al minuto ya es vieja porque es sustituida por otra.
Los alumnos acostumbrados a lo obvio, a la falta de censura, una vida hacia fuera, a la inmediatez, podrían sentirse fascinados por la forma de Fuentes contar los hechos, de manejar los tiempos. Sentir sorpresa por el tipo de relaciones trabajadas en Aura, puesto que están expuestos al cotilleo sobre relaciones cada vez más superficiales y efímeras que existen mientras están en Facebook y en Instagram. Es posible que les beneficie hurgar en su pensamiento, en las complejidades del lenguaje, desarrollar la criticidad.
Los nativos tecnológicos pueden necesitar más lecturas profundas, más diálogos al estilo mayéutica, menos imagen, menos espectáculo y paternalismo en las aulas. Necesiten retos de comprensión que por un tiempo les expulse del tik tok, por ejemplo.
En fin, constituye un gran reto la motivación a la lectura y el maestro tiene una gran responsabilidad en ello. Este debe seguir preguntándose, investigando, elucubrando a fin de encontrar las estrategias para motivar e inspirar. Sembrar la idea de que la lectura no es una actividad de gente rara o requisito para aprobar una asignatura, sino, que es una brecha hacia la libertad.