Que el poema Y fue haya encapsulado vastos y complejos milenios de historia global, “hazañas humanas”, a partir del arrojo primitivo “del interior incógnito a la mano” en el “trazo, el rasgo, la línea”, aún la zarpa “sin leyes ni propósitos” y desprovista de sapiencia, “huérfana de sabiduría”, constituye la prueba o testimonio, “por un mandato de dioses y ancestros”, de nuestros orígenes y el ascenso del sujeto como alegoría del “círculo / el punto y el cuadrado” manifiestos en “las imagénes que transfiguran rostros y humo de cuerpos que sostienen la voluntad y el alma”.
Y fue, así, en perspectiva cronológica, “quien imagina cómo, ni cuándo”, el surgimiento de ese proceso creativo que involucró “la mano”, aún a falta de planes y preceptos, y el posterior ingenio de hombres y mujeres, quienes, diseminándose por “la superficie primigenia de la tierra”, luego de su expulsión del Paraíso reseñada en la metáfora del Génesis, diseñaron su hechura “por el tacto de la misma mano”, asimismo de tierra, y la sensación en “esa parte de si” y el subsecuente desconcierto o toma de conciencia, aguardando lo “que será después, siendo ya”, cuando se vieron “en un fugaz reflejo invertido en un trozo de río”.
Y es que esas lejanas dimensiones estéticas del “grafito…dibujo”, prominencias de nuestros primeros gestos y pensamiento, “hazaña del azar”, reseñada por el poeta de la imagen, José Enrique García, nos permitió, como “conquista humana”, raer, “rayar”, el espacio inerte de un guijarro “estrujándol[o]” para buscar “un rastro o trazo”, el giro “de una mano, cara y torso, extremidades”. Así pues, el triunfo en la “recreación del lagarto y del águila…y el pez” vivientes y la “yerba” exánime pernoctando, todos, “en las paredes de las cuevas” como “imagénes” o testigos que, “fija la tinta” y desleídos “de una conciencia” anónima, “ignorada”, presto brotaron “del ojo” en las cavernas para explorar espacios del lado allá, atiborrándose de “otros asombros.”
Eso sí, toda una conmemoración, “memorial”, que, colgada de la pezuña sempiterna que persiste en el rígido desengaño del poeta, retiene “hazañas y cotidianidades”: la estampa sobre el pellejo del novillo y el cochino, los atlas de sendas e inexploradas encrucijadas construidas por el hombre a partir de la raya, la hilera, la estría, la sarta, la vírgula, la línea, y “torpes grafías sobre cueros curtidos con zumos y cenizas” que serían desvanecidos, enterrados, enteramente, “a golpes de la misma agua / [y] la arena” que ocultándolas se renueva, de igual manera “como la tierra toda” en sus intermitencias “de fundaciones y de olvidos”, anudada a las pisadas “del hombre en largas noches y extensos días sin registros…”
Para el bardo, Enrique García, el “pulso” que así se expande, se acumuló y desembocó en el legado de la letra, “la escritura”, nuevo peldaño “sobre la extensión [que había sido] conquistada”, sometida: líneas y grafías que hubieron de partir del espectro de los sentidos o de la “intensidad [inmediata] de la carne”. Justo, entonces, acaeció “la piel del burro, del chivo y del cordero”, donde habría de asentarse la histórica epopeya del “gráfico y la imagen”. Empero, para salvaguardar los anhelos o el progreso, surgió la necesidad perentoria del trasvase del dibujo a la grafía. Preciso, entonces, ocurrió, asimismo, el papel: “agua casi vegetal” de “las hojas y juncos, bejucales, pulpa machacada”, donde habría de fundarse el otro prodigio de la “la letra”. De ahí que, cabalmente, el poeta José Enrique García proclamara que la ya de “la hoja” de papel que, en su doble apariencia, sostiene el imperio de la apuesta, “cara o cruz”, de la letra escrita. Al fin y al cabo, los planos de un mundo prescindible que subsume el mismo acabamiento que persigue de los obsequios, sacrificios, oblaciones y promesas.
Y fue
inesperadamente como acontece con las habituales
hazañas humanas
sin leyes ni propósitos,
sólo impulso,
únicamente empuje del interior incógnito a la mano,
huérfana de sabiduría.
Y fue el trazo, el rasgo, la línea…
lo demás historia:
pálpitos prolongándose en un transcurrir que testimonia
origen y círculo,
el punto y el cuadrado,
la imagen que transfigura rostros
y humos de cuerpos que sostienen la voluntad y el alma,
la vocación sin prisa de convertirse en hombres y mujeres
por un mandato de dioses y de ancestros.
Y fue, si, de pronto,
quién imagina cómo, ni cuando,
pero fue,
la mano yéndose por la superficie primigenia de la tierra
que igualmente es tierra
y traza y configura su imagen
solo entrevista por el tacto de la misma mano,
la sensación que tenía de esa parte de sí
por un fugaz reflejo invertido de un trozo de un río,
un charco de agua tal vez
que le asombra desde lo que anticipa que será después,
siendo ya…
Sí, hazaña, el grafito que proviene del azar,
con el que rayamos la superficie de la piedra,
estrujándola al perseguir un rastro o trazo,
el sesgo de una mano, cara y torso, extremidades,
y de igual modo, la recreación del lagarto y del águila,
la yerba y el pez,
en las paredes de las cuevas,
dejadas ahí, a oscuras y solas,
testimonio diluido de una conciencia ignorada,
imágenes del ojo que necesitaban salir de él
para que el mismo ojo pudiese llenarse de otros asombros.
Y así, fija la tinta, en temblor constante,
una conquista humana: el dibujo.
Mas, luego el mar, y las arenas,
superficies todas, ofrendadas y ofrecidas al memorial,
para guardar hazañas y cotidianidades
-a pesar de los golpes de la misma agua-,
la arena renovándose y al hacerlo ocultaarlo
borrando…como la tierra toda
en su historial de fundaciones de olvidos.
Y en la pie del becerro y del puerco cimarrón:
la cartografía:
mapas de rutas, insospechadas e ignotas travesías
perdidas como los pasos del hombre
en largas noches y extensos días sin registros…
y torpes grafías conservando múltiples escenas
sobre cueros curtidos con zumos y cenizas
-a veces la misma sangre del animal era la tinta-
Y así, la escritura empujada a pulso
sobre la extensión conquistada,
por la urgencia de no quedarse solo,
de no perder lo soñado y entrevisto,
las imágenes construidas desde la intensidad de la carne…
Y así aconteció,
la piel del burro, el chivo y del cordero,
cobijo y soporte del gráfico y la imagen
hazaña del pleno día, del accidentado viaje…
Faena en la quietud del rancho,
en la urgencia de la memoria
y en la serenidad de pensamiento y mano…
Y fue también.
En esa división del territorio,
hojas y juncos, bejucales,
pulpa machacada, savia y liquen,
jugosidades todas: agua casi vegetal,
ofrenda para el que el milagro fuera: papel.
Y fue entonces.
Y la historia, otra desde entonces.
¿Quién escapa del obrar de mano y tinta sobre el papel?
Cara o cruz, la hoja,
entidad doble que sostiene,
en un perfecto temblor vegetal,
el rasgo y la historia.
Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do