Que el juego de la tagüita haya sido la metafórica apuesta para quienes más lejos hagan llegar la piedra o el zamo a la otra orilla del río, habría de convertirse en el indicio insospechado, propuesto por José Enrique García, en su poema Una Partida con la muerte, para dirimir el conflicto lírico entre otros dos renombrados poetas, Freddy Gatón Arce y Manuel Rueda, sumidos en el disenso relativo a la valoración de la poesía nacional de entonces.
Tal disentimiento produjo, entre otros, el texto poético “Diálogo de dos orillas”, obcecamiento o porfía de sables entre los dos mencionados poetas, disputándose la preeminencia de sus diferentes posturas respecto a lo que don Gatón Arce consideraba la falta de perfección absoluta, hasta ese momento, de la poesía dominicana. Tesitura de la que fon Rueda disentía, a pesar de su credo en lo “incontenible de competir y de establecer con ello los propios poderes”.
En ese cuadro, Gatón Arce había fijado, en su poema Cotidianidad, un halagado reducto: “Diariamente, por separado / Jugamos a las tagüitas / Pero todavía ninguno / Ha alcanzado una piedra / que llegue a la otra orilla”. Empero, en el mismo teatro de la refriega, Manuel Rueda le refuta, presto, sintiéndose aludido, con un contestatario artilugio, expuesto en su poema Perennidad: “la piedra… / lanzada / rebasa la otra orilla / -no perfección: destino-”.
En su texto narrativo “Una voz, Freddy y el juego de la tagüita”, Rueda ya había deplorando la demasía, “excesos”, de su amigo poeta: “no importa lo imperfectos que sean nuestros versos, y sólo quedan a medio camino, zozobrando en la onda, nuestros momentos de debilidad y de impotencia.” De lo contrario, apuntala, todos seríamos “perdedores.” A su vez, con relación a la perfección o imperfección del ejercicio poético, el aedo añade: “no sólo en lanzar la piedra a la otra orilla en trayectoria rasante sobre el agua ligeramente ondulada, como en el juego de la tagüita, sino en lanzar la palabra oportuna allí donde es capaz de producir estructuras verbales impares.” Excepcionales.
En ese contexto o empuje de la competencia entre uno y otro poeta, surge la arremetida del poeta de la imagen, José Enrique García, con el propósito de zanjar el forcejeo entre ambos bardos y amigos suyos, invocando la metáfora material, visual, de la tagüita y la propia creación literaria. En efecto, en Una Partida con la muerte, ciertamente, el poeta Enrique García, recurriendo al susodicho e inocente pasatiempo, arguye, fija su posición, “es el mundo / no el poema perfecto / lo perseguido”, en el espacio donde ni uno ni otro, Gatón Arce o Rueda, en su ejercicio poético, “escribiéndolo”, alcanzará la perfección a menos que no sea a través de la señal inesperada en los predios o plenitud de Dios.
Y es que, “conforme con lo escrito”, acontece el terror, lo incierto, la ambigüedad o el “cansancio” de la palabra, “los signos” que creíamos “verdaderos”, pero que al final nos damos cuenta de su escasez, miseria, pobreza e incuria sobre “la página a la que intentamos borrarle / la sostenida ausencia / y el blancor impreciso que la cubre.” De ahí que no haya un “lector esperado” en la poesía o “líneas nuestras”, sino el mismo que escribe, “hipócrita lector”, quien arriesga su existencia en “la palabra / ese otro” que se lleva tanto adentro en el momento en que la tinta late, “palpita”, la dubitativa e íntima sospecha o “incertidumbre” que nos abate.
No obstante, la insistencia en el poema constituye la artimaña irresistible del poeta, “del ser mismo”, aunque a éste no lo retome, “la sangre no jubilea”, la complacencia de “la escritura”, dado que la grafía entreteje el recelo de una práctica o “experiencia” subrogada. De manera que, de acuerdo al poeta José Enrique García, en el juego fatal de la tagüita no habrá perfección o imperfección alguna, ni se gana ni se pierde, porque el único triunfo o “partida” que se obtiene “se le gana a la muerte…en el momento de luminosa angustia”.
COTIDIANIDAD
Para Manuel Rueda
Tengo un amigo.
Diariamente, por separado
Jugamos a las tagüitas.
Pero todavía ninguno
Ha lanzado una piedra
Que llegue a la otra orilla
De este río nuestro
Que nos parece estrecho y familiar.
Así de cortos los saltos de la vida
Y astutas las ondas que fluyen
Del agua hasta ahora,
Hasta ahora en la apuesta
Contra la página y el tiempo.
Julio, 1992
PERENNIDAD
Para Freddy Gatón Arce
Sólo hay que mirar bien.
La piedra entre limo y cielo
lanzada
rebasa la otra orilla
-no perfección: destino-
y nos muestra la imagen,
alzadura de un tiempo que tal vez recobramos,
en la distancia remansada
la señal de la hoja verde
que sin luchas se mece
y nos advierte.
¡Cuánta vida tranquila
al fin por la certera
libertad de la piedra
que ha rozado a onda sin astucias!
Amigo: rama alta que avizoro
Para el placer de mis días.
Julio, 1992
UNA PARTIDA CON LA MUERTE
A Freddy Gatón Arce y Manuel Rueda*
Es el mundo
no el poema perfecto
lo perseguido.
Se le busca en las horas comunes
andando entre otros, a solas,
siempre escribiéndolo.
Sin embargo, treta del ser mismo,
regresar al poema
no devuelve el gozo de la escritura.
La sangre no jubilea
como cuando los gráficos
tejen una experiencia,
o algo recreado que reemplace.
Únicamente en el momento de luminosa angustia
se le gana a la muerte una partida.
Después, conforme con lo escrito
adviene el horror a los signos
al reflejar cansancios
donde se previó un fuego verdadero.
Retornar, verse desnudo
en la página a la que intentamos borrarle
la sostenida ausencia
y el blancor impreciso que la cubre.
Y no hay lector esperado
en estas líneas nuestras,
el hipócrita lector es uno mismo.
Se escribe
no para el que llegue inesperadamente,
sino para el que se juegue la vida en la palabra,
ese otro que se tiene tan dentro
cuando en las líneas palpita
la dudosa incertidumbre
que nos impulsa.
Julio, 1993
*A propósito del juego de la tagüita
Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do