Que “el tacto de tus manos”, metáfora del claustro materno, sea la prolongación de las generaciones venideras, “reinicia el mundo… esta vida”, a partir de que Adán devorara la manzana que llevaba Eva entre las órbitas, define, íntegro, el andamiaje de Tacto de vida como una de las muestras emblemáticas de toda una poética, profesada por el reputado poeta José Enrique García, asentada, esencialmente, más en función de las imágenes que de los conceptos.

De manera que, “así, [la] mujer”  toquetea con los flancos de sus manos el tejido del poeta, “fibra de huesos y sangre”, maderamen del hombre en pos de incubar, en coyunda “frente” a ella, la fecundación a la que estaban destinados por mandato cuando de polvo fueron creados en el Edén. De esta suerte, el poeta de la imagen se decanta apelando a las sensaciones que provoca aquel “cuerpo angular” que le inflige, “resbalan”, como espada por su cuerpo, el “deseo…ansia…miradas… [y] labios que tiemblan al procurar un beso”.

Acogiéndose a las percepciones que se agolpan, “a pulso de imágenes”, en los anales del poeta, “saltan al recuerdo”, Enrique García forja su propio universo expresivo en ese “hueco tibio” de la hembra, su “vientre”, acoplado  a la  prórroga transitoria de las “horas”, el tiempo, en que reposa, “descansa”, su figura  asaltada por “la memoria que doblega” partiendo de los sentidos, o de la “carne” de la amada habituada a los sucederes, “la historia…mínima…única”, que depredan los “instintos” lascivos del rapsoda.

Fastos, en ambos, arracimados y a la espera de la placidez y el sosiego “estando únicamente con el otro”,  o el toque con “el otro [que] se desnuda en el uno”: tiento del orbe, “tacto del mundo”. He aquí, precisamente, la manifestación de los sentidos en “todos los instantes…en el asomo de la piel…la voz…la risa…esa mirada…unos pájaros…sombras de vuelo…las ramas y los suelos”. En definitiva, “los cuerpos que se aman a la intemperie…” desde el mismo “tacto” que surgió en los albores del expolio primigenio, allá, en el Paraíso, “en dulces lejanías”, arrastrando las trazas del pecado original, “desasosiegos”, de nuestros primeros padres, quienes retomaron, al correr de los días, ese soplo “de vida que no es breve…entre los dos…”

Tacto de vida

En el tacto de tus manos

reinicia el mundo,

principia la vida.

Así, mujer, que toca estas fibras

de huesos y sangre

que me edifican frente a ti.

Cuerpo angular,

de un deseo que crece

y asciende con lentitud

en terquedad de ansia,

a golpes de miradas,

que resbalan

por los límites reales que te acercan

a suerte de labios que tiemblan

al procurar un beso adolescente.

A pulso de imágenes

que de ti, mujer,

saltan al recuerdo,

a la memoria que doblega

dulcemente, en horas,

en que descansa el cuerpo…

Imágenes, suerte de dormir

en el hueco tibio de tu vientre…

imágenes que roban

el lenguaje de tu carne.

Así, tendida hacia la vida,

dulcemente, tibiamente,

y saltan mis instintos

y que brote la historia,

mínima, y otra, y única,

que nos reúna después en la memoria

y nos vuelva manso recuerdo

y Dios sabrá cuánto florecer.

Entonces

estando únicamente con el otro,

el otro se desnuda en el uno:

tacto del mundo

en un instante

y tal vez todos los instantes

en un amor sin prisa

que sólo se apresura en los bordes

en el asomo de piel

en la voz y la risa

y en esa mirada que trae cada vez

el cielo abierto y unos pájaros

que rayan con sus sombras y los suelos,

los cuerpos que se aman a la intemperie…

Tacto que en temblor me regresa al origen

y lentamente deja, en dulces lejanías,

rastros de desasosiegos…

Y ese instante de vida que no es breve

Se hace entre los dos…