Que el poema Recodo comprenda, enteramente, un vasto territorio presto al nacimiento y al caminar, “nacer y andar”, y por el cual el poeta prolonga sus “sentidos” y sus juicios, “en él siento, y pienso”, premisa medular de su quehacer poético, constituye una propuesta o entramado holográfico, “fragmento del todo, el mundo”, comprometido, de más en más, con el ordenamiento metafórico en que José Enrique García percibe las señales de la experiencia cotidiana y el entorno.

Así que, en la suma de su estatura, el poeta tienta “otros lugares” como relación recíproca entre el dominio de las partes: su percepción de los objetos y la ajena,  “sitios lejanos”, de la misma imagen propiedad del “vivir” en la total magnitud de los “cantos… [y] oraciones”, no obstante el  vacío donde el aedo habría de fiar “el hueso último,” acuciado por la héjira y el destino inexorable de sus “pies” pisando sobre un anónimo recodo, “regazo…lecho tibio”, amodorrado en la fatiga, “duermevelas” o “imaginería…del sueño.”

Y es que Recodo prefija un posicionamiento en la miríada de todo lo que existe: sentidos e imágenes en lo que toca a las “distancias…horizontes…árboles…codo…torcedura…ruta…palmo” en su naturaleza intrínseca, “en sí misma”, dictaminada por la eventualidad y periocidad de los eventos “rasgados por accidentes…inclinaciones del terreno…  torcedura…casi en u” de ese acotado firmamento, “limitado espacio”, que el poeta proclama suyo, lo “hice mío”, violentado las nimias “reglas y la mensura” que, trazadas por el hombre, lo apoca todo.

Así, Recodo, “palmo tocable”, sensible, “pormenorizado en el tacto / en la memoria” a “golpe de ojo” grabado sobre fajas de “piedras” donde  “crecen musgos y yerbecillas; el moco verde en las paredes, el samán de tronco aventajado”. Además, “el cundeamor, arrastrándose en alambre / quemándose en sí, y retoñando luego / y las mandarinas descolgándose de ramas…” De hecho, un lírico concierto mutuo, de múltiples dimensiones, holístico, de las partes en el todo y los fundamentos subyacentes que lo conforman o sostienen, y ante los cuales “el ojo se detiene”: la realidad de “las paredes, los techos, [y] el campanario enhiesto de la iglesia”. Sumado a esto, “en todo ello / el horizonte que termina”, acaba, finalmente, en un sombrío “promontorio” que lo espera, “aguarda”, próximo al sepulcro, “allá / cerca del mar…”, su último reposo, “descanso.” 

Recodo

Sitio inmediato al nacer y andar

impulso de la imaginería

fragmento de todo, el mundo.

En él siento, y pienso,

extiendo los sentidos y toco otros lugares

resumen de visiones,

sitios lejanos donde otros

hacen el vivir, igualmente,

y donde la voz dice, e hilvana cantos,

musita oraciones, y enmudece,

oquedad para descansar el hueso último,

éste, sí, suficiente terreno,

que urgen estos pies.

Un regazo

el lecho tibio

lugar que se hace propio

donde, en tardes, en duermevelas

adormece aquellos otros viajes

que se deslizan por el interior del sueño.

Distancias agolpadas en unos cuantos trechos

horizontes rasgados por accidentes de edificaciones

árboles o inclinaciones del terreno.

La distancia de por medio

siempre existe en el pecho

y trota, jadea, luego se serena.

Codo, torcedura de ruta, casi u,

que serpentea ante mis ojos

y posibilita tan súbito

tan de vista

ver la distancia, y perderse

de pronto en sí misma.

Y no es misterio

aparecer en dualidad

que se ofrece en ese limitado espacio

que hice mío por encima de reglas

y mensura.

Recodo, palmo tocable

pormenorizado en el tacto

en la memoria que acaricia

inventando de un golpe de ojo

aun de recuerdo:

piedras dispuestas entre sí que dibujan nervaduras

en las que crecen musgos y yerbecillas;

el moco verde en las paredes,

el samán de tronco aventajado,

de cuya fronda cae la sombra

de golpe, y espesa,

el cundeamor, arrastrándose en alambre,

quemándose en sí, y retoñando luego,

y las mandarinas descolgándose de ramas…

Y el ojo se detiene

las paredes, los techos,

el campanario enhiesto de la iglesia.

Más, en todo ello,

el horizonte que termina

en promontorio que aguarda, allás,

cerca del mar…

que es el descanso.

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do