Que de la pluralidad implicatoria del fonema S, clave simbólica en el poema Memorias de mi padre, brote en el hijo, reiterada, subyacente o yuxtapuesta la muerte trasegada o dada por el padre, “Mi padre y yo / destino semejante”, constituye un “signo o señal” de todo un punto de materia irrecobrable donde convergen, solidarios, pellejo intacto y tuétanos lejanos, sumados a imágenes o remembranzas comparables, “los pájaros…el viento…hojas…hojarascas…los habituales perros…las verdes hiervas”, compartidas por progenitor y poeta aferrados a su fatídico convivio entre el apego y la nostalgia.
Y es que la pluma premonitoria y consagrada de otro hombre, José Enrique García, desde su estatura biográfica de lo improbable, “que remonta lo incierto”, insinúa, traza el augurio de un rumbo mutuo, uno y otro, padre e hijo amotinados en la “quietud definitiva” y concurrente de la tumba. Amoroso asedio, “cruces…hueso y ceniza…humus”, de un padre fallecido, “exacto de quietud”, en lúgubre rondalla articulando con su vástago “la muerte” disponible y que el aedo también acoge como suya, “mi quietud indefinida”, presto, “a la hora del reclamo”.
De manera que, en la complejidad y extensión de Memorias de mi padre, todo acierto o disensión ras con ras al tono lírico, “resignado o conforme”, prolónganse en la reminiscencia de dos congéneres atados, rotundamente, “azar ambos en el mundo”, a un “rumor de raíces” transitorias, o a la misma carne “sola, y seria, huesos que persisten en ser últimas huellas.”
Así, el poeta insiste, de este lado, vivaz, en ese encadenamiento de dueto en “la plenitud intacta de nosotros” y, de este otro, su padre muerto, en esa miserable “tierra encima…cubriéndonos de sueños”. De ahí que, desde lo alto e insondable camino de la parca y la ronda materializada de la S, el poeta, José Enrique García, zarpa, corre paralelo tras de un inescrutable encuentro con su padre, “ya sin creencia y sin historia”, hasta el nudo fatal del nexo: cuesco absoluto, mondo, despoblado, “tal vez eternamente”.
Memorias de mi padre
I
Aquí está mi cabeza
sobre las verdes hiervas
signo o señal tal vez.
Mi padre y yo,
destino semejante
que remonta lo incierto.
cerca
pasan los pájaros
con lentitud de vuelo.
El viento
remueve hojas, hojarascas.
Los habituales perros
dispersan los colores de la tarde
sobre las tumbas.
Confiado y entresueño,
advierto la hora del reclamo,
al entreverse, oh padre,
entregado a una quietud definitiva.
II
Ahí estás exacto de quietud
y prolongándose
en los más terco de la carne;
remoto barro de memorias.
Pienso en tus asombros iniciales
-resignado o conforme-
debajo de estas piedras
ahora para siempre,
no importa el sol que desde el cielo
cae sobre la tierra.
Tenue la vida en las verdes hierbas,
azar ambos en el mundo,
carne y voz de un rumor de raíces,
sueño que aún arde tras del sueño.
Pastan los animales
en los alrededores.
Un pájaro gorjea desde una rama:
acrecienta la tarde
su raíz y sus tránsitos.
Cruces
como el vivir, hueso y ceniza
confinados a un cielo,
encima, sin sospecha,
el humus que asciende hacia la muerte:
mi quietud indefinida.
Carne sola, y seria…
huesos que persisten en ser últimas huellas.
Dormidos polvo y aire
la plenitud intacta de nosotros
mas estas piedras que de pronto despiertan
reafirman el ámbito
padre ya sin creencia y sin historia,
con esa serena tierra encima
cubriéndonos de sueños
tal vez eternamente.
Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do