Que el poeta dominicano de la imagen, José Enrique García, recurra, a contrapelo de su poema Perennidad del aire, al relato “mudable de la tierra” en cuanto a que todo fluye o cambia, “al hombre…no le he permitido bañarse dos veces en la misma agua”, habría de comprometer, de igual manera, a ese mismo sujeto, “transfigurado siempre, nunca el mismo”, en la constante universal del cambio, inherente a su naturaleza ordinaria.
Al filo del famoso aforismo del filósofo jónico, Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río, Enrique García persiste en la permanencia de la muda en el devenir del hombre, “no se le concede la gracia de refrescar el andar con un mismo aire”. De ahí que, ante el ingenio incesante del cosmos, fuese agua, aire o fuego, el exacto mortal de postura requisitoria estaría moldeado, de igual forma, por la apropiación subjetiva, ¿cuántica?, en que su aliento vital aprehende o percibe los sucesos.
¿Cuál es el “yo”, por lo tanto, que permanece intacto, como último reducto o arbitrio, durante toda aquella agonía profana? La nada, “ansiosa arcilla”. Y ello así, en virtud de nuestra mudanza, sucesiva, apuntalada por el poeta, de los fundamentos del cuerpo, “transfigurado[s] siempre, nunca [los] mismo[s]. Asimismo, “como el sitio de nacer, y el de morir”, expediente cotidiano de obcecado desplazamiento.
Así que, inmerso en ese mundo limitado por un cuerpo o los sentidos, José Enrique García, figura señera de la poesía universal, también aspira, por más enigmática o paradójica que sea su interpelación poética, a que una entidad mítica, simbólica, habría todavía de quedar necesaria y absoluta, “el aire”, soplo, como “perennidad extendida” que “trasciende los orígenes” de las menesterosas contingencias de este universo brutal y sospechado, “los comienzos”, obra, tal vez, de la Gravedad, incierta, o la inmensidad de Dios, desmesurada.
Perennidad del aire
Si al hombre
-ansiosa arcilla-
no le he permitido bañarse
dos veces en la misma agua
-como advirtió Heráclito, hablando por los dioses-
igual, no se le concede,
la gracia de refrescar el andar
con el mismo aire.
Mudable tierra,
transfigurado siempre,
nunca el mismo,
como el sitio del nacer,
y el de morir.
Y el aire, perennidad extendida,
trasciende los orígenes:
antes de los comienzos,
era el mundo aire presentido.
Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do00