Que la interposición del poemario Sitio de estar entre su autor, José Enrique García y sus vivencias, prohíja, desde sus recuerdos palpables, un cíclico refugio de trascendencia metafísica en virtud de las imágenes y los sentidos, constituye una señal palmaria, en el quehacer de la literatura dominicana, de toda una poesía abarcadora, en cuanto a sus poderes vinculantes, de las múltiples montas implicatorias de la condición humana en el contexto de las intermitencias cotidianas.

Amalgamada a ese mundo de requiebro y profundo lirismo, el poeta enristra su forja en materia de una circularidad latente, entretejida y de múltiples asombros, en su afán por apuntalarse en la arquitectura de la tierra, límite y asiento donde se vive y muere al compás de todo lo creado. De ahí que, a partir de la forma, y su diálogo con la imagen, presenciamos el vuelo ontológico del poeta reflejado en ese ámbito oculto tras los objetos y la experiencia vital del hombre.

Sitio de estar, pues, revela, en una de sus manifestaciones cruentas,  ese determinismo implacable que, en atadura con hechos anteriores, rige todos los sucesos, y en particular las actividades humanas. Pero el atadero consumado o encierro existencial propuesto, no surge, exclusivamente, de manera fortuita, sino a guisa auténtica del ingenio del poeta en términos de un aparejo formal que, como avío necesario, forzosamente trasuda o acarrea las condiciones iniciales de todo lo que existe. Así como colapsan en el soneto el dorso y la palma de las manos.

Luis Ernesto Mejía y José Enrique García.

Precisamente, ocurrencias, arremetidas y sucesivas en este Sitio de estar, metáfora de la tierra y el tiempo, bajo el ritmo y dominio lacerante de la liza, infructuosa, mortal, entre el libre albedrío y el destino; la velada incertidumbre; la soledad incorregible; y la sórdida disputa, infatigable, entre el bien y el mal, sobre la arena del Gran Conflicto, cabalgando, cuerpo y armadura, en cadencia con su duelo, maldito, interminable.

¡Ah!.. José Enrique García, poeta en su montura revertida, sobre su propia espalda, de todo lo que pesa, pasa, inexorable, a merced de todo aquello encerrado en la memorable Caja de Pandora, y que, al quebrarse su frágil tapadera, habrían de emerger todas las alhajas, incontenibles, de los pecados capitales y los males: la pasión, el crimen, la fatiga, la locura, la envidia, el dolor, la lujuria, el cohecho, las enfermedades, y la vejez, tremenda, horrible y espantosa…

Pero todo, finalmente, en Sitio de estar, quedaría atrapado en una mera nube de cenizas, si no fuera por su trascendencia a partir de la imagen y su pulsación integradora del entendimiento, la percepción y los sentidos.

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do