El martes 18 de octubre de este año, 2022, murió cristianamente, a los 95 años de edad, el luchador por la liberación nacional de nuestro país José Daniel Ariza. En su honor, he decidido escribir estos breves pasajes sobre su vida, apoyándome en su libro Testimonios de un combatiente revolucionario (2014) y en mi obra, Manolo, ganadora del Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván 2007.
José Daniel Ariza nació el 30 de mayo de 1927 en el municipio de Tamboril, Santiago, tres años antes del ascenso al poder de Rafael Leónidas Trujillo, quien sería ajusticiado, precisamente un 30 de mayo. Según escribió José Daniel en su texto de marras (p.184), ese era el día de mi cumpleaños. Fue el mejor regalo que jamás he recibido y recibiré. Ariza heredó el arrojo y la valentía de su tío, el capitán Máximo Cabral, muerto heroicamente en 1916, combatiendo a los invasores yanquis en el paraje de La Barranquita, hoy provincia Valverde; y asimiló de su padre, el hacendado horacista, José Daniel Ariza Sánchez, las ansias de libertad y justicia. Este último, a quien sus seguidores llamaban general, tras participar en un fallido complot contra Trujillo en 1934, fue apresado y torturado hasta la saciedad en la cárcel de Nigua, donde lo desaparecieron.
«Evoco con un profundo y enorme cariño lo amoroso que fue mi padre conmigo en ese período de mi existencia», escribió José Daniel (p.20). (…). «En ningún momento acepté ni perdoné la muerte de mi padre. Desde que tuve uso de razón fui enemigo del régimen de Trujillo (…). Tenía en lo más profundo de mi pensamiento y de mi ser la lucha contra el tirano por encima de cualquier otra cosa, siendo sincero, al tratarse del hombre que había asesinado a mi padre y que también lo había desaparecido; el que también había asesinado a mi tío Chaguito, esposo de tía Docín; el que había maltratado a mi familia en todos los aspectos y la había sometido a la miseria en la cual no vivía»… .Es decir, desde niño, adolorido, su objetivo principal fue hacer la revolución.
En Santiago, en la escuela de San Luis, recibió las primeras enseñanzas, bajo la dirección de la ilustre educadora Ercilia Pepín, quien le regalaba libros. Ella había adoptado el sistema de la Escuela Racional de Eugenio María de Hostos. Ese contacto con la enseñanza hostosiana, sin duda, ayudaría a José Daniel a cimentar su pensamiento libertario, lógico y matemático. Luego lo internaron en el colegio del Santo Cerro de La Vega, dirigido por el padre Giovanni Francesco Fantino Falco, nacido en Borgo San Dalmazzo, Italia, en 1867. Según José Daniel, el padre Fantino imponía la disciplina a raja tabla y era de temperamento violento. «Yo no gocé de muy buena acogida por el padre Fantino, no por él, sino por mis travesuras. Era bastante revoltoso, peleador» (p.38).
Lo que no quiere decir, que no le inculcara su disciplina, honestidad y compromiso. Tanto, que, en determinado momento pensó desviarse de su objetivo y convertirse en cura. Gracias a Dios que se arrepintió, y se iría alejando del cristianismo en la medida en que crecía su espíritu rebelde, decidido, apasionado, aventurero y valiente como abeja de piedra.
Con el pasar de los años recibió algunas lecciones casuales de lo que significaba la revolución: «La primera vez que escuché hablar de la Unión Soviética fue en La Romana», precisó (p.33), «en el batey de Higüeral. Meses antes de producirse la huelga en La Romana, escuché a un señor conversando sobre la URSS y lo que significaba el socialismo. Era un puertorriqueño encargado de la oficina. Este me había invitado a su despacho junto a mi primo Adalberto Espaillat. Me fui de La Romana rumbo al Cibao, específicamente para Junumucú, de La Vega, donde unos primos tenían fincas de arroz. Salí pronto de La Romana por un hecho que me aconteció. Mi primo Adalberto se quedó allá y tuvo que salir huyendo también cuando se produjo el paro, en 1946. Trujillo masacró a los sindicalistas y a buena parte de los obreros que participaron en esa histórica huelga».
En Junumucú, ya siendo un joven de 23 años, empezó a trabajar en la finca de los primos como chofer de un camioncito Chevrolet, el cual, con increíble ingenio y sagacidad, aprendió a manejar sin las directrices de un instructor. En el lugar también hizo contacto con jóvenes de sus mismas inquietudes políticas.
En el año 1950 sucedería un hecho que le transformaría su vida: la Secretaría de Agricultura, tomando en consideración la gran cantidad de arroz que se cultivaba en La Vega, contrató a un grupo de ingenieros para que prepararan un cuadriculado y curvas a nivel en la finca de los primos, para construir la presa del Jima, y así resolver el problema de la carencia de agua de la zona. Por intervención de su madre, Amanda Cabral Reyes, el jefe del equipo de ingenieros, Antonio Fermín, contrató a José Daniel como ayudante de los topógrafos. Con su increíble ingenio y sagacidad, al poco tiempo aprendió a manejar como nadie los aparatos y demás utensilios de trabajo. Animado, descubrió las Escuelas Internacionales, a través de las cuales obtendría el título equivalente a la carrera de ingeniería civil. «Mi vida cambió, di un salto» (p.62).
Su siguiente labor, ya como técnico calificado, fue en la construcción del ferrocarril de Haina. A las diez de la mañana del Jueves Corpus del año 1951, terminando una nivelación, se detuvo un carro negro, del cual se desmontó un hombre vestido de militar. Tenía un porte enérgico, avasallador y una mirada de fuego. José Daniel, paralizado por el asombro, lo observó detenidamente: ¡era Trujillo, el asesino de José Daniel Ariza Sánchez! El chofer le hizo una seña con la mano, y José Daniel se acercó. A modo de reverencia, se quitó el sombrero y le expresó:
—A sus órdenes, señor.
El jefe le preguntó sus funciones, y después quiso saber si habían determinado dónde iban a colocar el puente… .José Daniel, con respeto, le respondió todas sus inquietudes. Antes de irse, el tirano, mirándolo con sus ojos en llamas, le realizó una última pregunta:
—¿Y usted, cómo se llama?
—José Daniel Ariza Cabral.
En el acto, dio media vuelta y se fue. José Daniel, que en ese momento solo conocía superficialmente cómo funcionaba la mente macabra del tirano, ignoraba que a partir de ese instante sería vigilado, con discreción, porque Trujillo advirtió que se trataba del hijo mayor de su otrora enemigo político, y seguro el hijo aspiraba a vengarse.
José Daniel tendría tres encuentros más con el hombre fuerte, en dos de ellos intercambiarían, de nuevo, breves palabras. Estamos seguros de que la personalidad y talla alta y bien parecida de José Daniel, que irradiaba un magnetismo de líder político, le impresionó al jefe como le había impresionado la figura de Manuel de Moya Alonzo. Lo afirmamos porque cuando apresaron a José Daniel por estar inmerso en la conspiración del Movimiento 14 de Junio (1J4) en 1960, le perdonó la vida, contrario a su hermano menor, Rafael, también catorcista, a quien desaparecieron en la cárcel.
A finales de 1951, en el trabajo, por nimiedades, tuvo un problema con un sargento al que le dio una tanda de golpes. El militar resultó ser sobrino del coronel Rodríguez Reyes, por lo que José Daniel, como era mal visto por la dictadura, se vio obligado a renunciar para que no lo mataran. Prácticamente huyendo fue a parar a Constanza, donde, por mediación de su tío, Juan Bautista, consiguió empleo en la recién iniciada construcción de la carretera de El Río. Meses después, a Trujillo se le ocurrió, primero, unir esa carretera con la recta de Bonao y luego, hacer otra vía que partiera, por igual, de Constanza, y terminara en San Juan, atravesando la Cordillera Central. A José Daniel lo encargaron de ambos estudios. Realizándolos, conoció con profundidad las montañas y a los campesinos de la zona.
El primero de enero de 1959 sucedió un acontecimiento que lo cambiaría todo: triunfó la Revolución Cubana. A la capital entraron triunfantes Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, realidad que conmovió la conciencia de América Latina, en especial la de República Dominicana y sus jóvenes, como José Daniel y la de un abogado que aún él no había visto, Manuel Aurelio Tavárez Justo, natural de Montecristi, casado con Minerva Mirabal.
Ya para esa época, José Daniel, junto con los antitrujillistas de Junumucú, tenía un grupo clandestino de oposición, ávido de pasar a la acción. Apenas cinco meses después del triunfo de la revolución, zarpando de Cuba, irrumpió en el país, en el mes de junio, la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo. José Daniel, debido a su conocimiento de la Cordillera Central, tuvo que cooperar con el general Juan Tomás Díaz, que dirigía en Constanza las operaciones militares antisubversivas de Constanza. Si se hubiese negado, lo hubiesen fusilado. Siendo testigo de excepción se hizo eco en su libro de una calumnia que inventaron el entonces teniente García Tejada y el capitán Méndez Lara contra Delio Gómez Ochoa, cubano, veterano de la Sierra Maestra. Según ellos, dizque al momento de su entrega, Delio expresó:
—Yo soy el comandante Delio Gómez Ochoa, mire mi fusil, revíselo, que no ha disparado un solo tiro.
Trujillo aplastó la expedición en aproximadamente veinte días, y cumplió su promesa draconiana de que si venían volarían sus sesos y barbas como mariposas. Pero la derrota militar se convertiría en un triunfo político que determinaría el principio del fin a corto plazo de la tiranía. Germinó la semilla, diría José Daniel.
Manuel Aurelio Tavárez Justo, tomando como base los ejemplos heroicos de los expedicionarios y su programa mínimo de liberación nacional, asumió la responsabilidad de organizar la resistencia interna con una visión insurreccional basada en la sociedad secreta La Trinitaria, creada por Juan Pablo Duarte en 1838. Además, se planteó, con éxito, unificar todas las células dispersas, a excepción de las vigiladas por la dictadura. Lógicamente, José Daniel fue de los primeros integrantes de la nueva resistencia que se aglutinaría en torno al Movimiento Revolucionario 14 de Junio.
Cuando el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) desarticuló a la agrupación en enero de 1960, ya la vanguardia se había diseminado por todo el país. A José Daniel lo apresaron el 21 de enero, día de la Virgen de La Altagracia, y esposado lo trasladaron a la ergástula del kilómetro 9 de la carretera Mella, de Ciudad Trujillo. «A partir de ese momento sentí algo difícil de describir, todo es confuso en el pensamiento» (p.158). Como a los restantes apresados del movimiento, fue sometido a las más bárbaras y crueles torturas, superiores, incluso, a las chinas.
Sería vejado también en la cárcel La 40 y finalmente en La Victoria. Lo liberaron después de ajusticiado el tirano, en 1961.De inmediato se integró a la lucha contra los remanentes de la dictadura e hizo contacto con Máximo López Molina, líder del Movimiento Popular Dominicano (MPD), que lo incluyó en el Comité Central. José Daniel expuso su vida, defendiendo la integridad del local principal del partido antes de que lo destruyeran Balá y la banda de paleros creada por Ramfis.
En los dieciocho meses posteriores, José Daniel vio pasar: Uno, la expulsión de los remanentes del trujillismo. Dos, la instauración del primer Consejo de Estado, presidido por Joaquín Balaguer. Tres, la instauración del segundo Consejo de Estado, encabezado por Rafael F. Bonnelly, y cuatro, las elecciones generales celebradas el 20 de diciembre de 1962.
En el transcurso de esos hechos, se acercó al Frente Nacional Revolucionario (FNR), de Héctor Aristy hasta que Balaguer, cuando aún estaba en el poder, lo deportó a Jamaica. De allí partió hacia Cuba, la meca de los revolucionarios latinoamericanos, donde se entrevistó cuatro veces con Fidel Castro y conoció a Salvador Allende. Asimismo, recibió entrenamiento militar. «Nos prepararon muy bien en guerra de guerrillas y otros procedimientos», (p.199). Al término del entrenamiento, Polo Rodríguez, el comunista más apasionado del 1J4, quedó en primer lugar y José Daniel en segundo. Ernesto Che Guevara les dio clases teóricas de emboscadas, de las utilidades de las armas y de las teorías del foco guerrillero. En su última comparecencia, en un salón del Ministerio de Economía de La Habana, para sorpresa de todos, les sentenció que entre ellos debía haber por lo menos un agente de la CIA, que seguido regresara a la República Dominicana le escribiría un informe detallado al organismo, de lo que les enseñaron en Cuba.
El agente resultaría ser Luis Genao, de quien José Daniel hablaría en su texto testimonio, y, sin embargo, en ningún momento lo acusaría de traidor; o sea, él no lo creería como tal. Lo mismo que a Daniel Ozuna, camarada del 1J4, con quien se vería en 1964 en el exilio europeo. Daniel Ozuna, en los doce años de Balaguer, sería un agente vulgar del enemigo, bajo las órdenes de Neit Nivar Seijas, y tampoco José Daniel hablaría al respecto.
Regresó al país presidiendo Bonelly el Consejo de Estado, y lo detuvieron en el aeropuerto. Gracias a la oportuna intervención del general Antonio Imbert Barrera, pudo entrar. Aceptó trabajar en la Secretaría de Agricultura como subdirector de Reforma Agraria. En esas funciones, expropiándoles tierras a los terratenientes para repartirlas entre los campesinos, reflejó la fuerte influencia de la Revolución Cubana.
Las elecciones las ganó libre y ampliamente Juan Bosch, candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), organización fundada en el exilio el 21 de enero de 1939, con la finalidad de combatir a la dictadura. El segundo lugar lo ocupó la Unión Cívica Nacional (UCN), organización neocolonial planeada en Washington con la participación de Donald Read Cabral y con el apoyo del grupo económico Vicini, pulmón de la oligarquía criolla.
La UCN, teniendo pleno dominio del segundo Consejo de Estado, planificó el derrocamiento de Bosch desde antes de que ascendiera al poder y pusiera en práctica las reformas que había prometido.
Cuando Bosch asumió el poder, el 27 de febrero de 1963, intentó realizar un gobierno independiente política y económicamente. Ante el posible golpe de Estado, la Infraestructura, organismo del 1J4 encargado de crear las bases para la lucha armada, incrementó los aprestos preinsurreccionales. José Daniel, sin intervenir en la planificación, se sumó a ellos y les mandó a decir a los líderes, Manolo, Juan Miguel Román, Polo Rodríguez y Fidelio Despradel, que solo esperaba el mensaje de vámonos.
Idearon colocar seis focos guerrilleros en las cordilleras dominicanas. José Daniel eligió participar en el de Manolo, llamado Enrique Jimenes Moya. Ese foco operaría en las montañas de Las Manaclas, en la Cordillera Central, entre San José de Ocoa, San Juan, Padre las Casas y Constanza, regiones, que, como es sabido, eran conocidas por José Daniel.
Finalmente, en la madrugada del 25 de septiembre, la UCN, respaldada por Washington, la Iglesia Católica, la oligarquía criolla y las Fuerzas Armadas, depuso al gobierno. Al día siguiente se instauró un triunvirato presidido por Emilio de los Santos, Manuel Tavárez Espaillat y Ramón Tapia Espinal.
Apenas dos meses después, el 28 de noviembre, bajo la consigna de vuelta a la constitucionalidad, el 1J4 se levantó en armas y trató de colocar los seis frentes guerrilleros. A José Daniel le advirtieron que no cometiera el disparate de participar en ellos, que el levantamiento era un secreto a voces que hasta las lombrices del subsuelo lo sabían. Obviamente, él, que deseaba convertirse en guerrillero desde antes de la irrupción de los expedicionarios, hizo caso omiso, sobre todo porque desconocía el desorden que imperaba en el 14 de Junio: la Infraestructura, infiltrada por el enemigo, no había organizado nada debidamente, y funcionaba como una célula marxista independiente, liderada, en lo político, por Fidelio Despradel, y en lo militar, por Polo Rodríguez. Esa célula, poco o nada tenía que ver con la militancia democrática y antiimperialista manolista. Incluso incurrieron en la estupidez de comprarle armas saboteadas al alemán Camilo Todemann, quien resultaría ser un trabajador de la CIA, bajo las órdenes de un extraño personaje llamado Stone Sileo. Por esa razón, en cuestión de días, todos los frentes fueron derrotados, a excepción del de Manolo, debido en parte al ingenio y sagacidad de José Daniel, quien contó con la cooperación de Juan Germán Arias (Chanchano), del comité de Santiago y jefe de operaciones de Manaclas.
En mi novela Manolo (p.472), narro que antes de subir a la montaña, ellos se detuvieron en una finca de Santiago para ultimar los detalles del traslado a la zona guerrillera. José Daniel, único de los presentes vestido de militar, afirmó:
—Soy un soldado de la patria y estoy no solo dispuesto a morir por ella, sino a matar. Al primer campesino que vea con actitud de traidor, me lo llevo por delante.
—No, compañero –lo corrigió Manolo–, las órdenes son tratar de ganarnos a los campesinos para nuestra causa y evitar el enfrentamiento con el ejército para poder adentrarnos a las montañas y esperar el desarrollo de los acontecimientos.
La columna guerrillera estaba compuesta por veintisiete hombres, de los cuales solo Fidelio, Emilio, Pitifia, Chanchano, Alfredo Peralta Michel, José Daniel y el Guajiro, tenían entrenamiento militar y únicamente los cuatro últimos en guerra de guerrillas en Cuba. Fidelio era el jefe militar, y cuando acampaban, José Daniel y Chanchano se encargaban de ubicar a los compañeros para que no fueran sorprendidos por el enemigo, y distribuían las postas. Asimismo, José Daniel trató, con poco éxito («no eran guerrilleros, eran políticos», diría), de imponer la disciplina militar, por lo que tuvo muchísimas diferencias con Emilio Cordero, quien, siendo el Comisario Político, era el más indisciplinado. José Daniel le propondría a Manolo, infructuosamente, que se deshiciera de él, que el Che le había dicho que, en esos casos, o se fusila al individuo o se le encarga de una misión en la ciudad. De lo contrario, el individuo terminaría deshaciéndose de ellos.
… En medio de la densidad más boscosa de esa zona, los sorprendió el primero de diciembre. Todos, nostálgicos, lo recordaron, y pensaron en el puerco asado, las velas romanas y los aguinaldos propios de la época. Al descansar, a punto de amanecer, en el pináculo de la loma, hablaron del tema. Fidelio le preguntó a José Daniel:
—¿No te hace falta tu familia?
—En lo absoluto.
La sequedad de la respuesta lo volvió a la realidad de la guerra…(op.cit.p.482).
José Daniel y Chanchano trataron siempre de que cada guerrillero caminara con cuatro metros de separación por si caían en una emboscada muriera la menor cantidad posible de compañeros, y de que, si bordeaban un río, caminaran dentro del agua de la orilla para evitar dejar las huellas.
En las madrugadas salían a explorar los alrededores, y en determinado momento impartirían clases militares. José Daniel, siendo el mejor tirador, en una ocasión cazó una vaca negra y en otra, un puerco cimarrón. Ambos animales evitarían que la columna casi pereciera por el hambre.
Otro hombre clave de la guerrilla fue Domingo Sánchez Bisonó (el Guajiro), el guía, cuya intrepidez, sapiencia y dinamismo eran más que asombrosos, lo que no evitaría que se perdiera en el monte en dos ocasiones. Junto a Fidelio, José Daniel, Chanchano y Manolo, formaban parte del mando de la columna.
A los veinte días de estar eludiendo al ejército comandado por el entonces mayor Ramiro Matos, los guerrilleros, en su mayoría, estaban totalmente exhaustos. Fidelio convenció a Manolo, de que lo mejor sería que él encabezara una delegación que se trasladara a la capital e hiciera contacto con el alto mando para conocer la coyuntura política y discutir los planes a seguir.
«Del éxito de esa misión dependería la continuidad de la lucha guerrillera y la vida misma de Manolo». José Daniel se opuso radicalmente a que Fidelio, siendo comandante de la guerrilla, la abandonara en su momento más crítico y, peor, para cumplir una misión aventurera. Cuando lo vio partir en compañía de nada más y nada menos que del Guajiro, alma de la guerrilla, Marcelo Bermúdez, ejemplo de entusiasmo, y Chanchano, modelo de comportamiento y disciplina militar, poseedor de un Fal, el arma más poderosa de la guerrilla, exigió:
—Un momento.
Ellos lo miraron.
—Manolo, ¿y qué es esto? –señaló a Fidelio.
—Él es quien va a encargarse de la misión y será el delegado.
—¿Y cómo tú entraste en esa, si tú y yo habíamos acordado lo contrario? –José Daniel, antes lo sospechaba, pero ahora estaba seguro: Fidelio, con un instinto muy desarrollado, sabía que la guerrilla como tal había sido derrotada y su muerte era segura, y para salvarse él, deserta, llevándose a los mejores hombres del frente para que le garanticen su salida, traicionando así al líder y a la revolución. ¡Cuánta debilidad demuestra Manolo al permitirlo! Dirigiéndose a Fidelio, expresó—: Es decir que tú, que organizaste todos los frentes guerrilleros que cayeron en cuestiones de días como un castillo de naipes, que te autonombraste comandante de este para si el líder muriera, sustituirlo; ahora, en el momento más crítico de la guerrilla y de la vida de Manolo, lo abandonas; te vas llevándote al guía y a dos de los pocos hombres sanos, dejándole a Manolo los enfermos para que los cuide. ¡Oye, pero que barbarazo tú eres!… (op.cit.p.539)
Como era de esperarse, la misión de Fidelio fracasó, y el Guajiro murió apuñalado por un campesino en una bodega de la sección La Diferencia. Fidelio, Marcelo y Chanchano cayeron prisioneros, pero lograrían salvar sus vidas.
Cuando la patrulla partió, dejó el campamento sumido en el disgusto y la desesperanza. Para empeorar la situación, la mayoría estaba de acuerdo con Emilio Cordero, que deseaba entregarse. La decisión la tomó tras escuchar en la radio una alocución de Enrique Tavares Espaillat, quien, a nombre del gobierno de facto, les ofreció garantías a los guerrilleros que aún se encontraban alzados, de que si se entregaban a las autoridades sus vidas y derechos serían religiosamente respetados. Emilio opinaba que debían entregarse, para preservar la vida de Manolo, cuyo prestigio y condiciones de líder, parecidas a las de Patricio Lumumba, son necesarios para el futuro de la revolución. Y mientras más se entregaran con él, mejor, pues los guardias no se atreverían a matar a tanta gente. «Manolo es la garantía del grupo y el grupo la garantía de Manolo». Naturalmente, José Daniel no estuvo de acuerdo.
—Esas garantías (las ofrecidas por Enrique Tavares Espaillat) como tal, no existen –opinó–, forman parte de las tácticas de guerra del enemigo. ¡Ah!, quería recordárselos: estamos en guerra y nuestros planteamientos no pueden salirse de ese marco. –Y a Manolo–: Yo te saco de aquí y te llevo donde tú quieras. Claro, solo acompañado de tres hombres más para no ser detectados por el enemigo…
Manolo, sintiéndose responsable de la vida de la mayoría, («si mis hombres han de morir fusilados, yo seré el primero», se decía), y como sabía que José Daniel no se rendiría y sin duda eludiría a los soldados, le entregó una bandera del partido y un caracol que había encontrado a la orilla del río. José Daniel, con mirada interrogativa, leyó en la pieza: «Para mi pequeña Minou. Recuerdo de una jornada heroica».
—¿Qué significa esto? –le preguntó.
—Quiero que se lo entregues a mi hija. –Y con lágrimas en los ojos añadió–: He tomado la amarga determinación de acogerme a la decisión de la mayoría.
—Aquí no es cuestión de mayoría, esto es una guerra, mas si tú lo decidiste así, qué puedo yo hacer. Sí te digo que no te acompaño. Voy contigo hasta la muerte, pero entregado jamás.—«Diablos, increíble», pensó, «tal y como lo dijo el Che: ‘Si un individuo se convierte en un obstáculo para la guerrilla y no se deshacen de él, ese individuo terminará deshaciéndose de la guerrilla’. Hoy, con Emilio, se cumplió esa profecía». (op.cit.p.562)
En efecto, Manolo se entregó junto a 13 de sus compañeros, y todos fueron asesinados, a excepción de Emilio Cordero, que se salvó por obra y gracia del Espíritu Santo. José Daniel y Luis Peláez, que decidió irse con él por el este, y Pitifia, Polón y Joseíto por el oeste, salvaron sus vidas.
José Daniel, en su testimonio (p.298), dejando de lado la frase de los cubanos, de que la sangre derramada por los héroes de la patria nunca será en vano, afirmó que la insurrección del 14 de Junio no valió la pena. Ciertamente, fue el mayor fracaso de la izquierda dominicana en el siglo XX y el costo en vidas humanas fue demasiado elevado. Se incurrió en todo tipo de errores y locuras, y lo peor: cayó Manolo, el personaje histórico de esa época de mayor representatividad de nuestra dignidad, patriotismo, integridad, conciencia de la soberanía nacional e identidad. Pero para nosotros, su caída jamás podría ser en vano. Su ejemplo y decisión alumbran hoy la senda de nuestro porvenir. La indignación generalizada que produjo su vil asesinato y la de sus compañeros se reflejó un año y medio después, el 24 de abril de 1965, que el noventa por ciento de las fuerzas armadas no apoyó decisivamente a los de San Isidro cuando un sector minoritario se levantó con las mismas intenciones de Manolo: vuelta a la constitucionalidad sin elecciones.
Ese sector, apoyado por los manolistas, venció a los de San Isidro en el Puente Duarte, en la batalla histórica del 27 de abril de 1965, produciéndose así el sueño de Manolo Tavárez de la restauración de la democracia por la vía insurreccional. Ese sueño lo convertiría en pesadilla la segunda intervención armada de los Estados Unidos.
José Daniel, tras evadir los cercos de la zona guerrillera, logró arribar a la ciudad capital, mientras Luis Peláez se quedaba en Santiago. A los seis días, por intermediación de Imbert Barrera, quien consideró un sinsentido mantenerlo clandestino después del fracaso de la insurrección, se entregó a la policía.
El jefe, Belisario Peguero, quien era su amigo, lo trató muy bien. De la policía lo trasladaron a La Victoria, y en octubre del año 1964 lo deportaron a París. Allí, junto a otros camaradas, con la ayuda de franceses y argelinos que se dedicaban a ayudar a los revolucionarios del mundo, hizo un curso de guerrilla urbana. Tiempo después, carente de recursos, emigró a Italia, donde su primo, el coronel Guarién Cabrera Ariza era el agregado militar.
Con él vivió momentos maravillosos. Guarién lo llevó a los mejores restaurantes y a fiestas memorables. Estuvieron juntos hasta que estalló, en 1965, la guerra de abril. Sintiendo, de nuevo, el llamado de la revolución, con la ayuda económica de Guarién, se propuso trasladarse a Santo Domingo. En el trayecto enfrentó múltiples inconvenientes, y por los países en que transitaba hacía campaña contra la intervención del imperialismo en República Dominicana.
Cuando, finalmente, llegó con un pasaporte falso y un cambio en el rostro que le práctico una comunista en Roma, la guerra entraba en su fase final. En el aeropuerto lo reconocieron y lo apresaron. Lo llevaron, primero, a la policía y luego a La Victoria. En ese lugar estuvo hasta que, como parte de los acuerdos a que se estaba arribando, en julio, empezaron a liberar a numerosos presos políticos, entre ellos a él. Obviamente, una de sus primeras acciones fue visitar la zona constitucionalista de Ciudad Nueva, donde se sintió como un pez en el agua, ya que se encontró con numerosos camaradas del 1J4 y con Héctor Aristy, Ministro de la Presidencia del gobierno en armas. Conoció a Caamaño, líder indiscutible de la guerra patria y a Montes Arache, entre otros héroes militares que en ese momento estaban rodeados por cuarenta y dos mil marines norteamericanos.
Su Amigo, el general Antonio Imbert Barrera, había traicionado a la República combatiendo a Caamaño, bajo las órdenes del imperialismo y sirviendo como presidente apócrifo de un supuesto Gobierno de Reconstrucción Nacional. José Daniel le mandó a decir que seguía apreciándolo, pero que creía que era un tipo de otro concepto, que no se iba a poner al servicio de los americanos en contra del país.
Prácticamente no pudo combatirlo como deseaba, ya que el armisticio o Acta de Reconciliación Dominicana se firmó días después, el 31 de agosto. A continuación, gobernó provisionalmente García Godoy, exministro de relaciones exteriores del gobierno de Bosch, pero en esos instantes vice-presidente del recién formado Partido Acción Social (luego Reformista) de Balaguer (en realidad fue este quien le propuso al Departamento de Estado la elección para que García Godoy le fuera allanando el camino hacia el poder).
Como parte de los acuerdos, se celebraron, el 1 de junio de 1966, unas elecciones que en la práctica resultarían una farsa, vigilada por las tropas invasoras para imponer a Balaguer en el poder. Los jefes militares constitucionalistas, que habían sido recluidos en Sans Soucí, en el campamento 27 de Febrero, bajo la vigilancia de los marines yanquis, serían desterrados con el camuflaje de cargos diplomáticos. A los combatientes civiles empezaron a eliminarlos. Se iniciaba así el triste período neocolonial llamado los doce años de Joaquín Balaguer, en el que no había que ser un prestidigitador para asegurar que ese señor protagonizaría numerosos crímenes y una crisis moral y una entrega de nuestras riquezas minerales sin precedentes en el país.
José Daniel, por un lado, se mantendría en contacto con sus antiguos camaradas que, caracterizados por el oportunismo, la desorganización, la anarquía, la contradicción, el liberalismo, la subjetividad y el esquematismo, intentarían, infructuosamente, continuar la guerra; y por el otro, él se dedicó a criar a su familia y a su labor como ingeniero civil.
Estamos seguros de que murió orgulloso de haber pertenecido a una generación llamada Manolo, que prefirió transformar la realidad en vez de disfrutarla; que aceptó el reto de la historia sin miedo a la muerte. Con justeza, uno de sus hijos, el reconocido abogado, José Rafael Ariza, lo despidió a través de las redes sociales con el siguiente convencimiento: «Ni la dictadura, ni las torturas, ni los perseguidores de comunistas, ni los que acabaron con la vida de Manolo y 18 jóvenes más, ni otras tantas batallas, pudieron limitar su paso por esta tierra. Hoy el Creador lo mandó a buscar, en paz descanses papá».
Edwin Disla, 21 de noviembre de 2022.
El autor es Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván 2007 y Premio Anual de Novela Manuel de Jesús Galván 2022.