Leído el 15 de diciembre del 2022 en el marco de la presentación del libro Grietas.
¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos
en un desierto de astros indiferentes? (Ernesto Sábato)
El escritor norteamericano Raymond Carver refirió en una entrevista que, más que academicismos o retóricas, los problemas cotidianos de gente marginada y derrotada marca con mayor significación el conjunto de su obra. Carver sabía que esto no era nada nuevo en literatura y, sin embargo, sentía que este material era fresco y contundente. Según sus biógrafos, esto debía ser así porque él mismo, siendo un alcohólico empedernido, se sintió impotente y fracasado por mucho tiempo; de modo que posteriormente utilizó su experiencia como insumo para imprimirles autenticidad a sus relatos. La carga psicológica que representa, por ejemplo, la inminencia de perder un empleo o carecer de seguro médico ante una emergencia de salud le decía más al autor de Catedral que el abordaje de datos conceptuales o abstracciones de corte filosófico. Es decir, importa más la realidad inmediata y tangible que los caminos evanescentes del pensamiento y la subjetividad. Con esta base, otros escritores han profundizado en la crisis de esta gente desprovista de toda suerte y han forjado un estilo propio con respecto a sus realidades cargadas de opresión y desesperanza. Uno de ellos es el escritor haitiano Jhak Valcourt, quien con su libro Grietas (2022) esboza personajes tristes y descompuestos que resultan vencidos por su circunstancia. Al igual que Carver, Valcourt trabaja con los grandes perdedores del sistema, en este caso, inmigrantes pobres o trabajadores de la más humilde condición.
A lo largo de catorce relatos, Valcourt explora distintas vertientes técnicas y temáticas que responden al trazo de estos personajes. Por ejemplo, en el cuento “Fragmentos”, la historia gira en torno a una prostituta y su hermano, quienes comparten una infancia traumática como consecuencia del descuido de sus padres. A través de sueños extraños y constantes, uno de los personajes se ve atenazado por un sentimiento de culpa permanente. Valcourt se vale de un narrador en segunda persona para describir el efecto de la culpa sobre la conciencia, y la trama se va tornando trepidante a medida que los sueños develan el trasfondo de la historia. Como en la película El maquinista (2004), la culpa degrada al personaje hasta los rudimentos de su identidad. En la película, el personaje enflaquece y pierde el sentido de la realidad, es decir, materializa la culpa; de una manera similar, Valcourt hace patente este hecho a través del desdoblamiento de la voz narrativa y un monólogo interior que deviene en un final amargo y retumbante.
Por otro lado, la miseria subyace como una condición inherente e irresoluble en el interior de estos personajes. En “Quiero vender este reloj”, un joven limpiabotas se resigna a robar para poder cubrir la operación de su madre. El personaje central se ve impelido por la urgencia del momento, y llegamos a justificar la consumación de su crimen. Valcourt logra que empaticemos con un joven que resulta víctima de una sociedad que arrincona y aplasta sin conmiseraciones. Es uno de los tantos sueños rotos que abundan en el libro, marcados por la tragedia y la mala suerte. En “Agua de manantial”, un joven bailarín que hace de Michael Jackson para ganarse la vida se ve de pronto abatido y frustrado por el destino que ha tomado. Desde una casita sucia y pobre, hace un recuento de su pasado y se extiende en reflexiones que tienen que ver con el peso de sus decisiones sobre el curso de su vida. Valcourt procura crear un clima de intimidad con el personaje, limitando el desarrollo de la trama en un espacio cerrado y poco iluminado. En este sentido, tenemos que tomar en cuenta la estética japonesa de Junichiro Tanizaki con respecto a cómo la semioscuridad influye en un ámbito de confidencia. A la luz de una vela, el cuento está condicionado para moverse a través de evocaciones, a través de los recuerdos. Ahora, el drama del bailarín se alarga y trasnocha, casi con aire moralizante, hasta dar con un pequeño viso de esperanza.
Por último —y no menos importante—, Jhak Valcourt denota un interés por visibilizar la faceta folclórica y mítica de la cultura haitiana. Embebido por la concepción de lo real maravilloso de Alejo Carpentier y las historias increíbles de Mackandal, Valcourt resalta la tierra mágica de Haití y la práctica del vudú. En “Tras montañas hay montañas”, por ejemplo, describe el infortunio de Ernesto, quien ha empezado a defecar sapos tras el maleficio de la terrible Doña Bodot. Este último personaje no solo es crucial en este cuento, sino en otros en que se entrelazan elementos atribuidos a la fama negra del vudú, como el canibalismo y la brujería. Jhak Valcourt procura hacer de Limbé una especie de Macondo o Comala, donde confluyen hechos insólitos en manos de personajes intrigantes y “donde la Muerte deambula tal como su madre la parió”. Me consta que, con los cuentos de esta temática, el autor no solo busca reivindicar el inventario “maravilloso” de esta cultura, sino poner en la palestra el factor humano: los vaivenes familiares y amorosos de sus protagonistas.
Como sugiere el título, Grietas alude a las fisuras de esos personajes condenados a la marginación y la fatalidad. El autor les confiere voz al limpiabotas, a la vendedora de palomitas y frutas, al jornalero desahuciado, al artista que no pudo ser, de manera que quede patente el registro de sus luchas y frustraciones. Valcourt se inclina por la difícil tarea de colocar los grandes problemas humanos en boca de la gente de calle. En este sentido, con esta entrega, el autor de Grietas no solo presenta un motivo literario, sino que aboga por una comunidad que permanece oprimida y relegada en los estratos más desafortunados de nuestra sociedad.