De los grandes pensadores de la humanidad –eruditos, sabios o filósofos—sabemos o conocemos de su legado espiritual o filosófico porque lo dejaron escrito: o porque dejaron obras escritas o porque sus discípulos tomaron las notas de sus cátedras y las convirtieron en libros (varios libros de Hegel, Wittgenstein o el Curso de lingüística general de Saussure, por ejemplo). Pero, ¿qué sucede con aquellos sabios orales que no dejaron nada escrito, y cuyas ideas, frases y mensajes, repetimos, seguimos y citamos (hasta de memoria), y cuya influencia sigue viva? ¿Será que los mayores sabios han sido ágrafos? ¿Cristo y Sócrates, por ejemplo? ¿Se pueden considerar escritores o los verdaderos sabios? De Sócrates sabemos lo que reprodujo Platón, en algunos de sus Diálogos, de cuyas ideas surgen el platonismo y luego el neoplatonismo, fundamentos, en gran medida, de la patrística de la antigüedad tardía y la escolástica, corriente teológico -filosófica medieval, en las que la fe y la razón se hermanaron. Todos repetimos, aun los profanos en filosofía, sus dos frases más célebres: “Yo solo sé que no sé nada” y “Conócete a ti mismo”. Pero como fue un filósofo, no un líder espiritual, no fundó una religión. Y como entre sus discípulo tuvo a Platón, sus ideas no se diseminaron y ni calaron tanto como las de Cristo, y porque Sócrates fue acusado de prostituir a la juventud por su pensamiento crítico y por sus sofismas, basados en la docta ignorancia, fuente de su método mayéutico, y prédicas irónicas y cínicas, y también porque sus ideas no son de naturaleza espiritual sino filosófica; en cambio, Cristo predicó en el desierto (las grandes religiones nacieron en el desierto) su mensaje teológico sobre la eternidad y el amor, que caló hasta los huesos, en los corazones y las mentes del hombre occidental. Y como se sabe, en la tradición filosófica helenística y por los diálogos platónicos, Sócrates fue instado a envenenarse placenteramente con cicuta y Cristo fue vejado, torturado, crucificado y muerto en la cruz, por llamarse Hijo de Dios y por su mensaje evangelizador contra el pecado, y sobre la eternidad. Así pues, Sócrates y Cristo –una figura pagana y otra sagrada, una filosófica y otra mística–, tuvieron en común, que predicaron oralmente, con humildad y sin ninguna ambición. A ambos, la fe personal, la búsqueda de la verdad, la pérdida del miedo a la muerte y la convicción, los unían, cualidades que también los llevaron a la muerte: uno suicidado y el otro asesinado. El mensaje socrático, basado en la máxima difícil de practicar del “conócete a ti mismo” y en el método del diálogo, con el que instaba a los jóvenes a pensar, usando la duda contra las certezas y para llegar al conocimiento, por medio de preguntas. De Cristo, todo lo que sabemos, lo sabemos por las bocas de los profetas bíblicos. Sin embargo, la única vez que refiere la Biblia que escribió, fue cuando dijo:” Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Así lo conocemos en los Evangelios, escribiendo por primera y única vez, y no en papel ni con pluma de ganso, sino en la tierra y con un palito. Lo hace cuando una mujer comete adulterio y para evitar que una turba la linchara. Nunca sabremos si lo escribió o no, y si solo lo dijo, o si solo lo dibujó en el suelo; y, como sabemos, lo que se dice y no se escribe, no queda: se lo lleva el viento. Lo que dijo o no Cristo es uno de los grandes misterios de las Sagradas Escrituras, pues todo el resto de lo que dijo, en sus arengas por tierras santas, está plasmado en letras por los profetas, pero este fue el único gesto de dejar algo por escrito, de parte del Hijo del Hombre. Los judíos, que querían apedrear a la mujer infiel, estaban tan indignados y Cristo tan absorto, que tuvieron que preguntarle, en repetidas ocasiones y con insistencia, qué hacer con ella.
Lo curioso es que la mayoría de los judíos sabía leer, pero nadie sabía que Cristo sabía escribir, pues solo hablaba, y en parábolas, y quizás verlo escribir por primera vez los paralizó, los dejó atónitos y asombrados. ¿Leyeron lo que escribió o se limitaron solo a escucharlo, como siempre?
Como sabemos, toda la tradición judeocristiana, todas las bibliotecas que atesoran la sabiduría escrita de Occidente, descansan sobre las cabezas y las mentes de estos dos hombres que no dejaron ningún legado escrito, ninguna huella verbal. Todo el saber, toda la riqueza literaria del patrimonio histórico y tangible de la humanidad y del mundo occidental, se debe al legado de estos sabios, cuyas ideas, proféticas o no, nutrieron la tradición bíblica y la filosofía clásica antigua, de modo categórico, ejemplar e imperecedero. ¿Qué poder de iluminación, qué magia verbal, qué sabiduría encerraron sus palabras y su mensaje, que contribuyeron al desarrollo, evolución, apoteosis y transformación de la civilización? Si como dijo el sabio Borges, en Occidente “todo hombre es aristotélico o platónico”, habría que decir también, que es, ante todo: socrático o cristiano. Solo que Borges partiría de que, tanto Platón como Aristóteles, dejaron una obra escrita, un legado filosófico. ¿Cuál es la diferencia entre la influencia y el legado sapiencial, para la humanidad civilizada, de los hombres sabios que escribieron y de los que fueron ágrafos, pero que hablaron o dejaron sus ideas a través de interlocutores? ¿Fueron sabios los que no escribieron e inteligentes los que sí escribieron? De Sócrates, aunque no escribió, sobreviven sus ideas en las obras de su discípulo, Platón, y de Cristo, pese a que este tampoco dejó libros escritos, su mensaje de salvación y esperanza, su prédica del perdón y de la vida eterna, lo podemos leer, pues su evangelio está plasmado en un Gran Libro, el Libro de los libros, que es un conjunto de libros, en el cual están las hazañas y epopeyas de todo un pueblo, con su cántico de amor. La parábola del perdón a la mujer adúltera, que comete un pecado (todos sabemos que el perdón es la esencia del cristianismo), es acaso, el más contundente y aleccionador episodio del Evangelio y de las Sagradas Escrituras. Esa frase dictada, escrita o dibujada en la tierra de parte de Jesús, representa, sin quizás, la más bella obra de arte, el más hermoso legado, la más pura lección para la humanidad, per saécula saeculorum, y, tal vez, su mejor mensaje de convivencia, armonía, amor, hermandad y coexistencia pacífica para el género humano. Entre la parábola cristiana y la mayéutica socrática hay ideas en común, no métodos, y acaso fines distintos y caminos entrecruzados. Dos éticas enfrentadas y contrapuestas, pero unidas en la defensa de la justicia, la libertad y la verdad. Dos visiones del mundo y de la vida, que compartieron en común el cultivo del alma, la vida ascética, la modestia, la carencia del rencor y la belleza interior. Acaso no dejar nada escrito y demostrar la sabiduría en el arte de la conversación, la escucha y el diálogo haya sido una forma de amor, una filosofía moral de vida y un mensaje de humildad y sencillez. Es decir, la mayor apoteosis del amor entre los seres humanos.