Todo el que se aboca a hacer historia del arte, de la cultura o de la civilización, lo hace desde una filosofía de la historia y asumiendo una metodología determinada y una concepción teórica específica, desde el punto de vista de la investigación y la reflexión del fenómeno artístico y cultural. Quien hace historia del arte o de la cultura, hace, al mismo tiempo, historia crítica del arte o de la cultura. Y quien hace crítica del arte lo hace también de su historia, pues no es posible evaluar críticamente una obra de arte sin conocer su historia y su contexto epocal. Así pues, no hay historia del arte sin su crítica, ni crítica sin su historia. De modo que hay una historia de la crítica de arte, de la misma manera que, si hay una estética, hay una historia de la estética.
De ahí que haya que remontarse a 1550, a la primera tentativa de una historia del arte como disciplina, con las llamadas Vidas de grandes artísticas (de pintores, arquitectos y escultores) del pintor y arquitecto italiano, Giorgio Vasari (1511-1574), como la primera forma de hacer historia del arte (a partir de la vida o las biografías de los artistas) y como precursor de dicho género, denominado Vidas. Fue una especie de enciclopedia biográfica hasta que apareció, en 1764, la Historia del arte en la antigüedad, del arqueólogo e historiador alemán, Johann Joachim Winckelmann (1717-1768), para que se iniciara como disciplina sistemática y moderna (Vasari fue el precursor, Winckekmann su padre). De ahí que se le considere como el fundador de la historia del arte y de la arqueología, a partir del arte clásico greco-romano (a quien se le atribuye, además, la invención de la palabra Renacimiento). Las Vidas era pues un género literario, no una historia, pues su autor se limitaba a relatar la vida del artista o del personaje, no a opinar sobre su obra o su pensamiento. Por consiguiente, las Vidas eran biografías literarias de personajes célebres: la prehistoria de la historia del arte. Como se sabe, antes de la aparición del género de las Biografías, existían las Vidas, y de ahí la Vida de los doce césares de Suetonio y Vidas paralelas de Plutarco. De modo que, desde el siglo XVIII –desde Winckelmann hasta el siglo XX–, la historia del arte ha tenido figuras egregias que la han representado con brillantez, erudición y esplendidez como Hegel, E.H. Gombrich, Germain Bazin, Jacob Burckhardt, Bernard Berenson, Kenneth Clark, Heinrich Wolfflin, Aby Warburg, Erwin Panofky, Henri Focillon, Alois Riegl o Arnold Hauser, exceptuando a los teóricos del arte o filósofos del arte, que no hicieron historia sino teoría, filosofía o crítica de arte –y cuya enumeración sería prolija.
Todas las clasificaciones y cronologías en la evolución y transformación del arte se deben al sabio germánico, Winckelmann, pionero en organizar cronológicamente las artes visuales en obras, artistas, periodos, épocas, edades y géneros artísticos. Si esta es la primera historia del arte que nos permite conocer a profundidad el arte antiguo, podemos colegir que la primera Historia de la crítica de arte (1936) se remonta a las contribuciones del italiano Lionello Venturi (1885-1961), y de ahí la importancia y los imperativos intelectuales que demanda la disciplina de la crítica de arte para su ejercicio y práctica profesionales. Amén de la apelación de los desafíos estéticos que, como fundador de la modernidad crítica y poética, hiciera el poeta maldito, Charles Baudelaire, el primer crítico de arte, quien sentenció que la crítica debe ser “apasionada, política y poética”. O debe que “hablar el lenguaje de los artistas”, como apuntó el iluminado pensador Walter Benjamín. Pero Baudelaire, a su vez, tuvo que partir de las contribuciones del enciclopedista Diderot a la crítica de arte durante la Ilustración, para poder elaborar los fundamentos de esta disciplina, con sus críticas a los Salones de París, desde su sensibilidad poética. Así que, la crítica de arte tiene un precursor, Diderot, y un pionero, Baudelaire: el enciclopedista y el simbolista, el novelista y el poeta, que se erigieron en Francia, en mentes sensibles a la pintura. De modo que la crítica de arte nace de la poesía, de la experiencia poética misma, antes que, de una teoría estética, que la prefigurara y sirviera de fundamento a su método de análisis e interpretación. De ahí que, a mi juicio, los grandes críticos de artes son los poetas (por ejemplo: Baudelaire, Octavio Paz, Apollinaire, Breton o Cardoza y Aragón), y también algunos pintores o escultores, que la han cultivado con ingenio e imaginación.
Este marco histórico viene a colación, a propósito del lugar y el contexto que ocupa Jeannette Miller (1944) en la historiografía del arte dominicano y en la crítica de arte. Heredera de la tradición de Baudelaire del siglo XIX, y de Octavio Paz, es decir, del poeta-crítico de arte, del que hace el tránsito de la condición de poeta a ejercer el ejercicio del criterio en la crítica de arte. Solo que, en Miller, la poeta hizo el salto de la poesía a la crítica de arte y luego a la historia del arte, aunque paradójicamente proviene del discipulado de María Ugarte –que no fue poeta sino periodista, pero cuyas obras, artículos y estudios sobre arquitectura colonial (iglesias, capillas, catedral, ermitas y monumentos), son de estupenda brillantez, enjundia y especialidad. La primera incursión de Miller en la crítica de arte nace, en 1975, con su monografía Gilberto Hernández Ortega o la trascendencia de un mundo mágico y poético hasta su consagración con la publicación de Historia de la pintura dominicana, en 1978. A este libro le siguieron monografías y obras críticas (en ediciones de lujo) matizadas por un pulso expresivo normado por la gracia expresiva, el rigor de sus apreciaciones, la belleza de su prosa y el esplendor de sus argumentaciones críticas, tales como: Paul Giudicelli: sobreviviente de una época oscura (1983), Fernando Peña Defilló, desde el origen hacia la libertad (1983), Fernando Peña Defilló: mundos paralelos (1985), Gaspar Mario Cruz: poeta de las formas (1997), entre otras. Asimismo, obras como Paisaje dominicano: pintura y poesía (1992), Poesía y pintura dominicanas: una relación que permanece (1994), Arte dominicano, artistas españoles y modernidad, 1920-1961 (1996), Arte dominicano. Pintura, dibujo, gráfica y mural, 1844-2000 (2001), Arte dominicano. Escultura, instalaciones, medios no tradicionales y arte vitral, 1844-2000 (2002), Tesoros de Artes del Banco Popular Dominicano (2001), La mujer en el arte dominicano (2005), Importancia del contexto histórico en el desarrollo del arte dominicano. Cronología del arte dominicano 1844-2000 (Premio Feria del Libro E. León Jimenes, 2005), Textos sobre arte, literatura e identidad (2009), Historia de la fotografía dominicana, tomos I y II (2010), entre otras.
En la tradición de la historia del arte dominicano la contribución pionera corresponde al prolífico historiador, Emilio Rodríguez Demorizi, con España y los comienzos de la pintura y la escultura en América, en 1966, y, en especial, con Pintura y escultura en Santo Domingo, en 1972, el cual constituye un aporte de enorme significación, con el que se sentó la piedra angular de los estudios posteriores de esta disciplina en el país, y luego con La pintura en la sociedad dominicana de Danilo de los Santos, en 1978, que conformarán los antecedentes, que le sirvieron de referencia a Jeannette Miller. A estos aportes es de justicia citar, las contribuciones de las monografías y enciclopedias de las artes plásticas en el país, respectivamente, de Danilo de los Santos (con su monumental obra, en 8 tomos, Memoria de la pintura dominicana) y de Cándido Gerón (con sus múltiples monografías, diccionarios y enciclopedias de las artes plásticas en Santo Domingo). También de los textos críticos para catálogos o monografías de Marianne de Tolentino, Myrna Guerrero, Abil Peralta Agüero, Amable López Meléndez, Laura Gil, entre otros. Sin olvidarnos los aportes de sus precursores: Rafael Díaz Niese, Pedro René Contín Aybar, Manuel Valdeperes, y aun Pedro Henríquez Ureña.
En lo que me atañe, la utilidad de los libros y los ensayos de Jeannette Miller sobre el arte dominicano es de una enorme rentabilidad pedagógica: por su claridad expositiva, didactismo, metodología, cronología, clasificación, artistas, apreciaciones críticas, textos y contextos, procesos históricos, definiciones y análisis de hechos y obras que conforma su aparato textual, su corpus intelectual – y cuyo uso en las aulas de clases con mis alumnos es de inestimable importancia (y que me acompañan como si fueran mis ángeles de la guarda). De ahí que Miller me sirve para completar –y complementar– el camino trazado por Demorizi y ordenar una travesía analítica de los creadores y sus obras. Como maestra y poeta, escritora y narradora, Miller ha sido capaz de articular un discurso histórico-crítico presentado con dominio de la disciplina, del contexto cultural dominicano y con precisión expositiva, lo que permite que, tanto el estudiante como el profano en la materia, se aproxime al fenómeno artístico nacional, lo conozca, lo comprenda e interprete sus postulados estéticos y asimile el tejido de sus informaciones. Además, de que su cuerpo teórico y analítico lo dirija con sagacidad y libertad interpretativa, en todas las manifestaciones de las artes visuales (pintura, dibujo, escultura, grabado, fotografía, instalaciones, etc.). De ahí que sirven de marco de referencia e hipótesis de trabajo a la hora de situar, definir, agrupar y clasificar artistas, obras, generaciones, promociones, temas, periodos, movimientos, técnicas, materiales o tendencias estéticas. En todos sus textos históricos, de estudio del arte dominicano, se aprecia la originalidad y la propiedad, en términos de contextualización y comparación, entre historia social, cultural y política, en relación al arte y sus expresiones, en materia de lenguaje visual, desde sus orígenes hasta la contemporaneidad. El arte nacional y su identidad, la modernidad y la negritud, el mercado del arte y las galerías de arte, los actores y los protagonistas de las obras de arte, las escuelas y las academias, las instituciones culturales y los eventos artísticos, los juicios estéticos y las valoraciones críticas; técnicas y elementos compositivos, premios y concursos, globalización y posmodernidad…, en Jeannette Miller confluyen y se conjugan conceptos y puntualizaciones, precisiones y definiciones de todas las variables que conforma la historia crítica del arte nacional. En sus libros nos ofrece una visión histórica, dentro de un enfoque en que siempre aborda todas las expresiones del lenguaje visual, desde un criterio expositivo de inclusión y convergencia, y en el que dialogan la poesía y las artes plásticas, la mirada y la crítica, la sensibilidad y el juicio estético. Miller articula, pues, en sus obras críticas, opiniones, celebraciones y sentencias: estructura, con ingenio y propiedad, los modos de mirar el arte dominicano y sus producciones, imaginadas y creadas por nuestros artistas visuales. Postula lecturas múltiples y aproximaciones críticas, que siguen una secuencia histórica de sus hitos, y los momentos señeros y paradigmáticos de los procesos creativos. Traza las coordenadas históricas que configuran la identidad y el devenir de la plástica criolla, con sus símbolos, códigos e imágenes, que lo matizan y perfilan. Sitúa movimientos, estéticas, generaciones, vertientes y escuelas, con sus influencias y adaptaciones al medio, y de todos los aspectos y matices, que han contribuido a configurar la formación de nuestro arte. Como especialista en historia del arte dominicano, Miller revela un conocimiento enjundioso del panorama histórico de nuestra plástica y la analiza desde una óptica poética, y siempre desde su contexto cultural y social. En sus estudios, le da preeminencia e importancia al contexto histórico, pues es un rasgo que determina –según ella– el desarrollo del arte dominicano –como apunta en su obra cronológica del arte nacional de 1844 a 2005. Sintetiza, desde la Independencia nacional hasta los albores del siglo XXI, las obras producidas por nuestros artistas, en sus diferentes etapas históricas y creativas y en su contexto cultural, social, económico y político. De modo pues, que Jeannette Miller ha logrado crear un modelo y un paradigma en el análisis, el estudio, la contextualización y la proyección del arte dominicano, desde el punto de vista cronológico e histórico, que permite una mejor comprensión del corpus artístico dominicano y del fenómeno estético en su conjunto. Pertenece, por derecho propio, por su pasión y constancia, a la última mandarina de la historiografía del arte dominicano, cuyas contribuciones la han llevado a ocupar, en la Academia Dominicana de la Historia, un sillón como miembro de número. Su magisterio, su apostolado y su trayectoria, la hacen reinar como una estrella solitaria en el firmamento y en la galaxia de la apreciación de nuestras obras de arte y en la historiografía del arte nacional.