Hace poco, la editorial Luna Insomne nos trajo la ópera prima del joven poeta Jean Gatón (República Dominicana, 1997). Se trata del libro de poesía Canto a los pueblos y al olvido (2022), cuya premisa resulta de interés. En el libro, Gatón señala y describe, por un lado, imágenes plagadas de muerte, desolación y sequía del sur dominicano, y, por otro, cómo estos elementos llegan y absorben, en menor medida, a la gran ciudad de Santo Domingo, arrastrando su congoja como un torrente de polvo. En palabras de su editor, Gatón concibe una “épica de la derrota” de los pueblos de este sur tórrido y remoto, relegado a la más triste de las suertes, mientras da cuenta de sus fantasmas errantes y su desesperanza. Como diría el poeta dominicano Víctor Villegas: “este Sur, de espinas y de piedras / donde el corcel del hambre /intimida las lluvias / devora las mañanas, la vida la hace / ingrata y muere” (Rueda, 1996, p. 314). Jean Gatón alude directamente a Neiba (Bahoruco) desde el principio, pero advierte que su Canto podría aplicar a cualquier otro pueblo de esos parajes olvidados de Dios.
Este Canto, apenas rotulado por un “obituario”, constituye en realidad un poema largo o, en palabras de su editor, un “poema-libro”, en el que su autor va introduciendo voces, viñetas y memorias que buscan recrear una atmósfera de pesadumbre y aridez. El texto no sigue ninguna métrica particular, y más bien se aboca a un versolibrismo de carácter fragmentario. Como se señaló, el autor busca, casi a modo de diario, visibilizar el drama del pueblo de Neiba y sus muertos, campesinos oprimidos y soterrados por cifras y calamidades, mayormente con un tono lánguido:
Camino al Sur,
Me pregunto:
“El obstinado silencio de las piedras
¿será costumbre?”
[…]
Un terreno inmenso de llanto
Inconsolable
[…]
Donde aún corren cimarrones jadeantes
Bajo el silencio
De la noche
Eterna.
El sol aquí
Toca hasta a los muertos.
Los nombra,
Los desentierra.
Pasa revista y los arroja
A las calles
Para que transiten sin descanso.
En Neyba,
Un solo zacatecas
Ha visto reducirse a cenizas
A todos los muertos.
(Gatón, 2022, págs. 9-14)
En primer término, llama la atención el protagonismo que el poeta le atribuye a la muerte y su fotografía. Una muerte desprovista de dignidad, cuya presencia absorbe el paisaje silencioso y cáustico; el recuerdo de campesinos endebles y anónimos que resuena entre las piedras y se extiende sin que pueda decantar por un reposo definitivo. Gatón se vale de pausas y un lenguaje lacónico para reforzar ese sentido de desolación que se perfila en la atmósfera del texto. Este trabajo de ambientación le confiere al poema un carácter eminentemente narrativo, y como tal me remite a voces de grandes cuentistas que abordaron este tema. Así pienso, por ejemplo, en el gran escritor dominicano Juan Bosch y, en gran medida, al imaginario lúgubre del escritor mexicano Juan Rulfo. De este último, destaco el cuento Luvina, cuyo trabajo de caracterización describe a gran escala el sur que Gatón busca concebir y materializar: “De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. […] Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo… siempre”. Aquel lugar concebido por Rulfo, donde anidaba la tristeza y el viento alcanzaba fuerzas descomunales, donde la gente yacía con el rostro entablado y mascaba bagazos de mezquite seco y se tragaba su propia saliva para engañar el hambre, es parecido al que Gatón intenta evocar en tierra dominicana:
A lo lejos
Ruge el fantasma del ferrocarril
Dejando atrás
Su estela negra.
[…]
Los niños parecen imponer su existencia
Contra la abrasante gravedad del sol.
Él, sabio mudo,
Ha visto sus rostros repetirse:
Fotocopias del polvo.
[…]
Se respira una ruina secular
Como traída del Génesis.
[…]
La esperanza
Es un hallazgo arqueológico.
[…]
El Sur espera paciente
Como un fósil
La mirada esquiva
De la metrópoli.
(Gatón, 2022, págs. 21-22)
Vale puntualizar que, en torno a este afán de describir el aire enervante y polvoriento del sur, se levantan ecos permanentes de denuncia social. El poeta clama por la sangre ultrajada de los trabajadores explotados en los cañaverales, clama por las atrocidades del hambre y la sequía que no llegan a los periódicos, clama por una región que parece tristemente inmutable al paso del tiempo. Pareciera que la proclama tierra de nadie, donde no existe una autoridad política, empresarial o local que propicie desarrollo social (y espiritual) en su gente. Gatón se inclina en responsabilizar y condenar la negligencia de los más poderosos. En torno a esto, podemos volver a pensar en Rulfo y el citado cuento de El llano en llamas, cuando el narrador señala la figura del Gobierno como el apoyo que Luvina requiere:
—¿Dices que el Gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú conoces al Gobierno?
Les dije que sí.
—También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre del Gobierno.
Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron sus dientes molenques y me dijeron que no, que el Gobierno no tenía madre.
Por su parte, Gatón busca reproducir y extender esta condición de desamparo y compone, a lo sumo, una elegía al campo dominicano, marcado por el aislamiento y un rezago sui géneris; un espíritu de desazón que trasciende el mero atraso socioeconómico y alcanza las capas más áridas del ser. Estos elementos son muy patentes, por ejemplo, como tópicos recurrentes en la cuentística de Bosch, condensados en textos como “La mujer” o “Un niño”, en los que la soledad del paisaje se torna tan abrasante que les arrebata el protagonismo a los personajes, de manera que sus figuras se reducen a siluetas de polvo y su miseria adquiere un carácter inamovible. Claro, Bosch evoca otra época, pero ¿qué tanto ha cambiado en esos lejanos e incomunicados parajes? La mujer y el niño de Bosch son personajes que se repiten en el seno de alguna carretera solitaria y un bohío desvencijado que se ladea en el corazón del páramo. Me parece que este es el aspecto más noble del poemario de Gatón, por lo menos en el trasfondo: el rememorar que el campo sigue siendo el mismo, pese a la propaganda política y a la palabrería de falsos mesías; sigue relegado y absorto en una especie de limbo viciado de inercia y exceso de realidad. El poeta, sin embargo, no sucumbe ante la desesperanza, sino que llama a la reivindicación:
Algún día en la historia
El ferviente anhelo que nos colma
Abrasará las calles y avenidas,
Los despachos amueblados
Y el acaudalado cuerpo
Del delito…
[…]
No tiene raíces el olvido
En la hoguera de las calles.
(Gatón, 2022, pp. 39-47)
En efecto, Gatón no solo llama a tomar una posición activa frente al aletargamiento del campo, sino que, en última instancia, advierte de una “herida humana” que amenaza sus recursos más preciados:
…No seré el mismo
Ni serán los mismos los elefantes del camino.
Una herida humana habrá atravesado
La sierra de Bahoruco
Y esta no hará más que sangrar
Hasta llenar los mares.
Con su sangre se ahogará
El crepúsculo;
Comunidades enteras ahogará
Con su sangre.
Sin clemencia.
Una estampida de elefantes.
Un frenesí.
(Gatón, 2022, p. 67)
El campo solo es intervenido para su explotación, y el poeta vaticina sus nefastas consecuencias. La “maquinaria atroz” que socava montañas y depreda terrenos silvestres intensificará su actividad, y su legado de sangre repercutirá a niveles sin precedentes. En ese sentido, me parece que Gatón llama a preservar la integridad del medioambiente y a defender su virginidad como un objeto sagrado. Así, el poeta se adscribe al precepto romántico de rechazo a las formas más agresivas de industrialización; es decir, una negativa a aceptar las pautas y los engranajes del capitalismo más salvaje, que no repara en éticas o idealismos a la hora de consumar sus propósitos frente a los bienes de la naturaleza. Según Gatón, el sur necesita otra cosa: romper el yugo histórico y cultural que lo ha marginado en la pobreza y el aislamiento.
A grandes rasgos, pienso que Canto a los pueblos y al olvido constituye, sobre todo, un acercamiento a la voz poética de Jean Gatón; compone, como libro de iniciación, las distintas búsquedas estilísticas y temáticas del joven francomacorisano, dejando entrever el imaginario que va edificando y que irá definiendo su pluma a medida que vaya sumando lecturas y obras. Para próximos libros, yo le sugeriría al autor que aumente su exigencia en términos de forma; que considere componer una próxima obra —en caso de gestar otro poemario— con textos claramente deslindados y autónomos, de manera que su intención comunicativa resulte más persuasiva y contundente y no dé espacio a visos de dispersión; que revise las florituras meramente circunstanciales, los elementos coloquiales o puramente anecdóticos, y se pregunte sobre su relevancia con relación a sus fines literarios o artísticos. Más allá de estos puntos, me parece que Gatón cuenta con un enorme potencial y se posiciona rápidamente como una gran promesa en ciernes, cuyo canto podría dar mucho de qué hablar. Por lo pronto, queda pensar en el sur como si lo acabáramos de ver en un sueño o despedirlo desde la salida de una vieja carretera.