Como sistema de signos, la ironía sigue siendo uno de los recursos más antiguos de la inteligencia humana y de la cultura universal. En la historia de la filosofía aparece como una de las variadas formas de estrategia lingüística. Se puede afirmar que ella es obra de la razón y de la intuición. Como discurso, está asociada a la burla y al cinismo; se solaza en el sarcasmo y se encubre bajo la sombra de la parodia. También está emparentada con la sátira, con el humor negro, y puede ser vista “como un grado avanzado del saber humano”. F. Schlegel la calificó de “cinismo universal”.
El teatro es uno de los escenarios más propicios para la ironía. Esta aparece por primera vez en los dramas de la antigua Grecia como el Edipo rey de Sófocles, en los diálogos platónicos y en los discursos socráticos. También en los dramas del español Cristóbal de Llerena cuando se burlaba cruelmente de las autoridades españolas, en el Santo Domingo colonial del siglo XVI. Pienso que Erasmo de Róterdam y Nicolás Maquiavelo fueron ironistas magistrales y acabados, quienes la ejercieron con notable éxito y con sentido pedagógico. Desde la antigüedad, el ejercicio del derecho es uno de los escenarios más propicios para la ironía, cuando el portador de la oratoria forense se convierte en un actor falso, a contrapelo de Konstantin Stanislavski: Sin fe y sin sentido de la verdad. Así que los sofistas griegos también fueron grandes irónicos al igual que otros de la filosofía clásicas.
Es cierto que la ironía tiene sus propios bemoles: puede aparecer disfrazada en las propuestas alegóricas de políticos sagaces. En ocasiones funciona como caldo de cultivo del discurso forense. Puede aparecer además, en el pensamiento de los sabios y filósofos y hasta en las obras de la literatura universal. Shakespeare fue un irónico sistemático y cabal en su momento, porque trascendió la ironía en un alto grado de belleza y de fineza. Cuando Romeo encuentra a Julieta drogada y se suicida, estamos asistiendo a una de las más bellas y variadas formas de la ironía. Pienso que Alfonsina Storni fue una irónica por excelencia y no lo supo. Dejó un poema de desamor escrito encima de la mesa y se fue a Mar del Plata a suicidarse. La vida también puede jugar a la ironía, por eso ella extiende sus tentáculos hasta las infinitas ruedas del azar. La muerte inesperada puede ser un episodio irónico de la vida; también un premio inesperado en dinero puede caer en el rango de la ironía. En La Celestina de Fernando de Rojas, la muerte de Melibea representa un episodio irónico.
La ironía sumerge sus tentáculos en lo sagrado y lo profano, en lo religioso, en la oratoria forense y en la política.
Los irónicos pueden cultivar rechazo o adhesiones, por su capacidad zahiriente. No todos estamos en capacidad de aceptar en el fondo el juego de la ironía, ella espolea hasta los espíritus más sosegados y nobles. En ocasiones, el discurso irónico taladra el alma y los sentidos del burlado, porque la ironía bien usada es humillante. De ahí, que su efecto perlocutivo provoca pena y angustia en quien la padece, y solaz regocijo en quien la práctica.
En ocasiones, la ironía es “risa encubierta” capaz de seducir a los espíritus más fuertes, pero en otras ocasiones parece soberbia inducida del intelectual, porque la misma puede ser obra de los eruditos.
En ocasiones, el irónico puede se calificado de petulante si no se lo entiende, pero de inteligente si su discurso trasciende los postulados verbales y alcanza la categoría del razonamiento lógico. Por esta razón la ironía puede ser vista como una forma del conocimiento humano o como “sonrisa de la inteligencia”. Tanto así que “en la ironía socrática había también una intención filosófica”. Jankélévitch (2020) plantea que “el espíritu de la ironía es, sin duda, el espíritu de la distención, y aprovecha la menor tregua para aguijonear a los inconscientes”.
También el arte es un escenario propicio para la ironía. Una película puede adoptar una forma irónica para transmitir un mensaje, así como las más fieles representaciones teatrales pueden escenificarse irónicamente. El de la religión es otro caso, nadie quita que la oratoria religiosa sea usada como una trampa para comprar la fe de los feligreses a través de los sermones falsos utilizando para ello la palabra de Dios.
La ironía puede ser breve y sucinta en su forma, pero avasallante por el sentido abarcador de su territorio. De ahí que la ironía es caja de resonancia de la inteligencia. A veces se piensa que la experiencia irónica puede representar un acercamiento a la filosofía por su grado de reflexión.
Aunque Jankelévitch nos presenta la evolución de la ironía desde los antiguos griegos hasta nuestros días, tratar de rastrearla como sistema de pensamiento ambivalente es un tanto difícil de detectar, sobre todo cuando esta se refugia en la paradoja y en la burla. Jorge Luís Borges fue un irónico a carta cabal. Por su fina ironía conquistó la categoría de genio literario. En tanto llegó a decir: “que otros se jacten de las grandes páginas que han escrito, yo me enorgullezco de las grandes páginas que he leído”. Con esta frase se instaló en la plataforma de la ironía, la que más tarde completó en sus ficciones. Visto así, me parece que este tipo de discurso es territorio de un juego lingüístico en el que se anida una porción importante del pensamiento y del genio creativo.
La ironía sumerge sus tentáculos en lo sagrado y lo profano, en lo religioso, en la oratoria forense y en la política. En el amor y en todos los renglones de la vida pública y social. Toma fuerza porque también eclosiona en los poderes fácticos. Pues no es suficiente su brevedad porque es intensa en el contenido, por eso su territorio es basto. Pues esta, clava sus tentáculos en lo más hondo del alma humana. Puede provocar disgusto o placer porque tiene la intensión de persuadir y en ocasiones encamina al más osado de los hombres hasta el grado de la venganza.
Hay que aprender a evadir el mundo de la ironía para que de ella no nos sorprenda el juego cruel del sarcasmo y terminemos avasallados por la burla.