Iracema, novela del escritor brasileño José de Alencar, fue publicada en 1865. Hace parte de la trilogía indianista que se abre con O Guaraní (1857) y cierra Ubirajara (1874). Es un relato fundacional en la tradición literaria brasileña de gran importancia por su valor simbólico. Aquí la mujer ocupa un lugar central en la consolidación de la nacionalidad, al igual que la colombiana Yngermina o la hija de Calamar, publicada dos décadas atrás. Tiene como protagonista a una mujer indígena del litoral cearense, Iracema, quien, como Yngermina, se somete a la cultura de los colonizadores facilitando el mestizaje.
Los hijos de la selva, en esta zona del país, se expresan en lenguas tupíes. Su léxico y conceptos están íntimamente arraigados en la naturaleza, lo que el narrador recoge con gran belleza y honda sensibilidad. El nombre Iracema, “la de los labios de miel”, denota el carácter del personaje, su predisposición para el amor y el sacrificio. La obra hace referencia a hábitos, mitología, prácticas guerreras y ritos ancestrales que deciden la suerte de los individuos.
La joven Iracema, hija del hechicero, es depositaria de los secretos del ‘jurema’, árbol sagrado. De sus raíces se extrae una bebida que produce sueños tan vivos e intensos que se sienten como reales. Ingerir esta bebida, que Iracema le ofrece al guerrero blanco, le permite realizar en el sueño su amor imposible; pues quien posea a esta joven, considerada la virgen de Tupã, debe morir. Para no perturbar la paz a que daría lugar el incumplimiento de tal mandato, el joven blanco deberá alejarse de Iracema.
Esta historia de amor, de gran lirismo, subraya la belleza del paisaje, un recurso propio del Romanticismo, para caracterizar las tierras brasileñas, al modo de Chateaubriand. Se sitúa en el siglo XVII, con la llegada de los portugueses al continente. Surge en un clima de disputas y enfrentamientos, entre colonizadores e indígenas, pero también entre pueblos originarios. Además, la escritura de la novela coincide con el debilitamiento del poder de rey de Brasil, Pedro II, hacia 1865, con la alianza entre Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay. Brasil nace como país desgarrado por sus enfrentamientos armados y por la dolorosa realidad indígena.
La conflictiva unión entre Iracema, hija de la selva, y Martim, responsable de la defensa del territorio brasileño conquistado, resume el proceso de formación de la sociedad mestiza. La joven rompe el voto de castidad, lo que condena a muerte a Martim, quien será perseguido por los guerreros que pretenden beber su sangre en venganza.
Iracema, anagrama de América, además de presentarse como una mujer de gran sabiduría y fortaleza, es capaz de enfrentarse a los enemigos y luchar contra ellos con valentía. Fruto del amor es el hijo que da a luz, mientras Martim se enfrenta a una tribu enemiga. Al regresar de la batalla, en su lecho de muerte tras el parto, Iracema le entrega al niño que será bautizado como Moacir, “hijo del sufrimiento”.
Para el autor, el papel de la mujer fue fundamental en la conquista del territorio, pero ella será vista como una traidora en su tribu. Salvaje o acogedor, la novela idealiza la figura del indio, mientras soslaya el traumático proceso de la colonización portuguesa, basado en la mano de obra esclava y el exterminio de los indígenas. Se destaca la proeza de fundar ciudades contra la adversidad en un medio feraz.
El destino de la nueva nación se simboliza con la huida y el exilio Martim, en un frágil barco, en compañía de su hijo y de un perro fiel. Así se cierra un episodio de luchas, desde el que se vislumbra un horizonte incierto. El héroe lleva consigo la nostalgia de Iracema, que descansa bajo la sombra de un cocotero donde la ‘jandaia’, la guacamaya, canta el lamento de su muerte.