Cada ciudad tiene sus puntos de inflexión. Me gustaría mejor llamarlos “débiles”, “anónimos”, pero mejor ubicarnos en las ideas de cambio, tránsito, de lo posible al doblar la esquina.

Veo a Santo Domingo desde el paso peatonal de la 27 con Máximo Gómez, a Santiago de los Caballeros desde la esquina de su Cuerpo de Bomberos, a San Francisco de Macorís desde antes de que sea la ciudad, apenas un puesto de vender frituras. Baní comienza con un mango -que aunque venga de China siempre será banilejo-. A San Juan lo percibo desde su Puerta de Triunfo Trujillista y al Seybo desde una foto de Maurice Sánchez, donde fieros toreros no enfrentan toros sino a vacas casi en la estaca.

Invito a una “Poética de Santo Domingo” porque toda nuestra insularidad se ampara en el nombre de nuestra capital. Tal vez al haber asumido el proyecto colonial bajo este amparo –“Isla de Santo Domingo”, “Capital Santo Domingo”-, habrán instalado los colonizadores la idea de que a esta isla le bastaba un solo nombre para identificarse. Como resultado tenemos que los habitantes de la ciudad capital deberían ser llamados “dominicanos” y no como es usanza, “capitaleños”.

Asumamos entonces que al hablar de “Poética de Santo Domingo” asumimos nuestra insularidad, en una miríada de construcciones: desde los parques hasta los cementerios, fluyendo Río Ozama arriba hasta explorar los principios urbanos de Santiago de los Caballeros. Leemos nuestras ciudades, en un ejercicio multidisciplinario. Nos acompañan Platón, Vitruvio, Nietzsche, Weber, Simmel, Cavafis, Benjamin, Lynch, Norberg-Schulz, Foucault, Deleuze, Guattari, Calvino. De este lado, estudiamos el devenir de una Ciudad Trujillo que a partir de 1966 deviene en Ciudad Balaguer hasta una mutación todavía precisa, el “Nueva York” chiquito.

Una ciudad bien que se compone de edificaciones e individuos, pero en sus intermedios hay plantas, animales, momentos y situaciones históricas. Lo paradójico es que para poder pensar nuestras ciudades hay que implicarse con otras. Siempre asumimos como normal todo lo que pasa en la calle, la casa, el barrio, la esquina, pero la magia se dará cuando te impliques en la “ciudad de las columnas” de Alejo Carpentier, en el Madrid galdosiano, en una Panamá de rumba garciamarquiana o un Nueva York puro John Dos Passos o un Berlín Alfred Döblin. Lo primero en La Habana fue el olor a humedad. En París encontré la sombra de Fantomas, en Calcuta viejas estampillas, con fechas irreconocibles.

¿Qué encontrar en Santo Domingo? ¿Qué es y qué está en medio de estas aguas? ¿Cómo pensar esta ciudad? ¿Con cuáles fantasmas lidiar al bajar por la Calle El Sol o por Nibaje?

Cada ciudad se te ofrece como un campo de batalla. Tuve la dicha de encontrarme con Jorge Pineda y Tony Capellán en Saint-Michel, y todavía encuentro fascinantes aquellas explicaciones de Pineda sobre los orígenes de la ciudad, de su tiempo como estudiante. También te puedes llevar un tiempo en sus maletas, compartirlo como una pieza de caza, hacer tu mapa y trazar tus rutas particulares.

“Poética de Santo Domingo” contiene mapas mentales, imágenes e imaginarios que van desde un presente visible hasta un pasado construido. La ciudad se piensa, se lee, se levanta entre metáforas genealógicas. No buscamos una ciudad. La hacemos proliferar. La pluralizamos. Que cada quien tenga sus propias ciudades. Estamos ante una máquina-ciudad, dispositivos sobre los cuales situar afectividades. Descubrimos que el poema “Ruinas” de Salomé Ureña es también todo un manifiesto sobre nuestros 500 años de historia, porque el arruinamiento no nos deja, porque el salitre no solamente viene del mar sino está en nuestros propios huesos.

Con “Poética de Santo Domingo” celebramos el acceso a nuevas ciudades dominicanas. A pesar de lo obvio o “evidente” que serían nuestros espacios urbanos, en verdad que su estudio produciría “nuevas ciudades”.

“Poética de Santo Domingo” se ha generado a partir de nuestras experiencias docentes en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, y los cursos ofrecidos el Centro Cultural de España en Santo Domingo, FUNGLODES, el Centro León y el Centro de la Imagen. Los paseos y las ideas de Tony Capellán han sido fundamentales, así como la obra y las pasiones de Jaime Guerra, Maurice Sánchez y Oscar Chabebe. Dos actores esenciales han sido Alejandro Moliné y Carlos Castro Medina, cómplices todavía en esta obsesión de buscar “lugares chulísimos”. A Jimmy Hungría le agradezco el ponerme a veces en orden la memoria, a Chiqui Vicioso el acceso al cielo de Santo Domingo. A Fausto Rosario Adames y a Scarlett, por la pasión que le ponen a sus paseos por ciudades infinitas. Y naturalmente, a todos aquellos seres ávidos de noches, calles, disparates, cervezas, parques, más disparates.