A propósito de la Semana Santa, el historiador de las religiones, Fernando Bermejo Rubio, ha publicado un artículo de opinión en El país que incita a replantear la mirada sobre la crucifixión de Jesús de Nazaret.

Bermejo Rubio opone a la excepcionalidad de la crucifixión de Jesús la flagelación de las otras víctimas del Imperio romano, simbolizada en los famosos “ladrones” que acompañan al nazareno. Esta perspectiva desplazaría la mirada de la figura salvífica del Cristo a la de quienes han ejercido y sufrido las luchas políticas contra los regímenes totalitarios que han caracterizado el devenir de la historia.

Como es de conocimiento común, la tradición cristiana asume el martirio de la cruz como un acto excepcional y fundacional. Por un lado, la idea del hijo de Dios que decide sacrificarse por amor a la humanidad ha sido entendida como un hecho especifico y diferenciador de la revelación que lo distingue de cualquier otra tradición religiosa conocida. Por el otro lado, se le ve como una acción fundacional, porque la muerte vicaria (el sacrificio de una víctima inocente que sustituye al pecador para salvarlo de su merecido castigo) salda la deuda que posibilita la liberación definitiva de la humanidad y, por tanto, su re-nacimiento.

En un artículo académico titulado “El concepto de muerte vicaria en el mundo grecorromano y su influencia en la primera reflexión cristiana sobre la muerte de Jesús de Nazaret” (https://ojs.uv.es/index.php/sphv/article/view/1613), Bermejo Rubio muestra los antecedentes culturales del concepto cristiano de la muerte vicaria remontándose a la cultura grecolatina. Uno de estos antecedentes es el pasaje del Menéxeno, de Platón, donde la maestra de retórica, Aspasia, realiza un elogio de los muertos elogiando a aquellos hombres que “en vida alegraban a los suyos con su virtud y que han aceptado la muerte a cambio de la salvación de los vivos” (237ª).

Otro antecedente señalado por el historiador se refiere a la acción romana de la “devotio”, donde un general se arrojaba a la muerte encomendándose a los dioses y expiando las faltas que permitían salvar a la comunidad.

¿Estos antecedentes anulan la excepcionalidad del cristianismo? ¿Excluye la mirada centralizadora en la figura de Jesús la perspectiva sobre las victimas políticas? Los filósofos René Girard y Gianni Vattimo nos proporcionan una interesante lectura para abordar estas preguntas.

En un diálogo recogido en el texto ¿Verdad o fe débil?, Girard entiende que la tradición cristiana ha provocado una ruptura cultural con respecto al problema de la muerte vicaria. En la perspectiva mítica pre-cristiana, las dinámicas de la violencia comunitaria producto de la “mimesis” (el deseo imitativo de los seres humanos que los empuja a apetecer lo que otros desean) experimenta una solución mediante la decisión arbitraria de focalizar toda la violencia sobre una víctima.

Para Girard, el cristianismo invierte la fórmula. No hay una persona que sufre el ciclo mimético de la comunidad y es corresponsable del orden social. Por el contrario, existe una persona inocente, no responsable de las estructuras sociales violentas que la martirizan, y cuya condena ella acepta con libertad. Asi, el cristianismo asume y muestra la perspectiva de la víctima, la de los chivos expiatorios que han sido asesinados para la resolución de los conflictos políticos.

Esta mirada nos hace conscientes de que las colectividades humanas se construyen sobre el sacrificio de vidas inocentes y conlleva la ruptura con el imaginario mítico que, desde la perspectiva de Girard, nos abre a la Modernidad.

En la misma línea de pensamiento, Vattimo señala que el cristianismo revela el mecanismo victimario que fundamenta a las religiones naturales. El mensaje de la cruz viene a ser parte del proceso de consumación del pensamiento metafísico cuyo resultado es la secularización, entendida aquí no como la contraposición a lo sagrado, sino como la aplicación de valores cristianos al mundo moderno.

Asi, el mensaje del crucificado en el Gólgota abre el horizonte no victimario hacia la experiencia originaria y fundamental de “la caritas” (el amor al próximo) encarnado en todos los parias de la historia, “los bienaventurados perseguidos por la causa de la justicia”.