A sus 43 años tenía todo lo que deseaba. Un buen esposo, un hijo, vehículo, casa, un buen trabajo, dinero para vivir de manera módica y excelente salud.
Esa mañana se dio cuenta que algo no andaba bien. No era nada relacionado con salud, sino con la forma de ver al hijo que salió de sus entrañas. Su hijo, Oto, era alto, robusto y bien querido por sus amigos, pero era haragán, parsimonioso y eso alteraba la paciencia de su madre, Rosa.
Veía en él el típico hombre que todo quería que se lo hagan. No organizaba su habitación, estudiaba poco, hablaba alto y la contradecía en todo.
Ese día su hijo iba a salir y ahí lo supo. Su hijo ya no era su hijo, dejó de quererlo, se le salió del corazón y eso no era posible que sucediera. Un hijo no se sale del corazón de una madre. Ahí supo que estaba enferma, necesitaba un siquiatra, pero cómo decirle a este que ella ya no quería a su vástago.
Aquí iniciaron sus problemas. Comenzó a rechazar su voz, su perfume, su existencia. Ya no quería ser su madre. Eso la torturaba porque todas las madres quieren a sus hijos, lo protegen, pero ella no, no.
Ese día decidió que le pondría fin a esa situación. Esperó que llegara la noche, la madrugada y ahí lo decidió. Fue a la habitación, entró y lo vio dormido, se acercó y sintió su respiración, miró a su alrededor, se acercó, le dio un beso y cerró la puerta.
Desde ese día no se sabe de Rosa; todos se preguntan qué le pasó, para dónde se fue. Solo ella, en ese convento de claustro logró tener un poco de la paz que buscaba porque si se quedaba un día más, iba a matar a su hijo y estaría condenada en una cárcel pública y nadie entendería. Lo único es que realmente ella está condenada ya, en ese lugar del que jamás saldrá y tratará de purgar ese pecado de desamor hacia un hijo.
Oto sigue su vida, feliz, porque esa noche que sintió a su madre entrar a la habitación, se hizo el dormido porque si su madre le hablaba le clavaría el puñal que guardaba debajo de su almohada y todos se preguntarían por qué mató a su madre si ella fue la que lo llevó en sus entrañas y nadie mata a su madre.
Nadie lo entendería, nadie podría explicar cómo un hijo dejó de querer a su madre, cómo se salió de su corazón, cómo le molestaba su parsimonia, su organización, su tono bajo y sus contradicciones.