La presencia del exilio antitrujillista en Nueva York fue un catalizador clave dentro de la movilización política en la ciudad que albergaba una colectividad caribeña y de nacionalidad dominicana que, a pesar de la distancia geográfica, no tenía segura la calma y la integridad física al sufrir en carne propia el alcance de las garras asesinas del trujillato.

Lo cierto es que el impacto local e internacional del activismo antitrujillista era demoledor para el régimen reaccionario que no titubeaba en el uso de la violencia y el terrorismo de estado con el objetivo de alcanzar sus fines de dominación. Los asesinatos del escritor dominicano Andrés Requena (1908-1952) y del intelectual vasco antifranquista Jesús de Galíndez (1915-1956) en Nueva York son solo dos ejemplos de la política vengativa y criminal de la dictadura.

Si bien es cierto que el exilio era conformado por actores heterogéneos que iban desde la derecha antitrujillista hasta la izquierda dividida en varias tendencias y orientaciones políticas, las posiciones de izquierda eran predominantes dado el impacto de la Revolución Cubana y la colaboración entre revolucionarios de origen dominicano con revolucionarios latinoamericanos, caribeños y estadounidenses.

Apegados a principios éticos y revolucionarios, los sectores mas radicales del exilio antitrujillista estaban dispuestos a todo por hacer realidad la liberación del pueblo dominicano, y en ese sentido no dudaban en desafiar las leyes represivas del país anfitrión en medio de una campaña anticomunista que se extendió desde principios de la década del 1940 a finales de la década de 1950.

Pero la comunidad dominicana y las figuras claves del exilio antitrujillista no se dejaron amedrentar por el miedo y la violencia. Siguiendo esos lineamientos, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el PSP y otras organizaciones del exilio organizaban mítines y charlas impartidas por activistas, intelectuales y pensadores antifascistas y antirracistas como Franklin Franco y Juan Isidro Jimenes Grullón.

Es indudable que el exilio antitrujillista hubiera podido alcanzar su alto nivel organizativo sin el apoyo de terceros, es decir, el apoyo solidario de organizaciones de izquierda y antifascistas así como el apoyo de familiares y otros actores sociales.

La prensa socialista estadounidense, por ejemplo, estuvo al lado de la causa dominicana. Algunas de las publicaciones de la izquierda que le dieron cobertura a la situación política en Santo Domingo y en el exterior fueron Workers Age (Época Obrera), The Militant (Militante) y el International Socialist Review ( Revista Socialista Internacional).

Jimenes Grullón, por ejemplo, proveniente de una familia de la clase alta y traidor de su clase social al adherirse a posiciones antiimperialistas y anticapitalistas, contaba con el apoyo emocional y financiero de su primo, el pintor Tito Canepa, quien mantenía un bajo perfil a pesar de su antitrujillismo. Canepa estaba casado con la actriz y bailarina de música jazz Florence Lessing. La correspondencia personal entre Canepa y Jimenes Grullón, a la que este escritor ha tenido acceso, es reveladora. Es, en cierto sentido, una cartografía transnacional del exilio dominicano desde lo más íntimo y humano donde se pueden dilucidar orígenes, pistas y trayectorias de la formación intelectual de esa rara avis que fue Jimenes Grullón. Las cartas entre estos dos exiliados antitrujillistas fueron donadas al Instituto de Estudios Dominicanos en Nueva York (CUNY/DSI) por el hijo de Tito Canepa y Florence Lessing, Eric Canepa, musicólogo, activista y escritor y además, uno de los fundadores de la conferencia anual Left Forum (Foro de la Izquierda).

Otro apoyo solidario con la causa antitrujillista que sirvió de fortaleza emocional y política a Jiménez Grullón provenía de la poeta boricua Julia de Burgos, compañera sentimental en esos años de lucha antitrujillista. Como muchos puertorriqueños en la isla y en la metrópoli neoyorquina, Julia de Burgos estaba comprometida con la liberación del pueblo dominicano.

En cierta manera, el accionar político de la pequeña comunidad dominicana en la Gran Manzana rompía el cerco de la censura impuesta por los sectores de la derecha republicana bajo la dirección del senador Joseph McCarthy y J. Edgar Hoover, a cargo del Buró Federal de Investigaciones o FBI por sus siglas en inglés.

La immigración dominicana de esos años iniciales no vivía fuera de la historia norteamericana; en efecto, ya era una pieza más del mosaico político-social de la historia y la sociedad donde vivía porque desde hace tiempo sus intervenciones públicas–en clara oposición a la política exterior de Washington en detrimento del pueblo norteamericano– iban fortaleciendo la lucha antiimperialista y antifascista en los Estados Unidos.

Un ejemplo excepcional de cómo el exilio dominicano desafiaba la represión anticomunista incluía entre otras cosas la labor propagandística antitrujillista en las calles de la Gran Manzana, a través de la distribución de volantes y venta de publicaciones como El Dominicano Libre, uno de los órganos periodísticos del exilio.

Al salir del anonimato y la clandestinidad, la militancia del exilio dominicano no solo ponía en riesgo su estabilidad financiera y estadía en los Estados Unidos y lo que es más obvio, sus vidas y la de sus familiares ante la posibilidad de ser deportados a Santo Domingo. En una ocasión dos exiliados dominicanos que vendían El Dominicano Libre fueron arrestados y citados a un juicio bajo la acusación de violar las leyes locales de la ciudad de Nueva York por no tener un permiso para difundir prensa escrita en las calles.

Pero según una nota periodística aparecida en el New York Times el 19 de abril de 1960 los dos exiliados antitrujillistas salieron con la frente en alta al ser, absueltos por el juez a cargo del juicio quien felicitó al abogado de los exiliados por una labor bien hecha. El acontecimiento es revelador en el sentido de que uno de los que testificó a favor de los exiliados era Eugene Genovese, descrito por el New York Times como “espectador” (bystander), quien en realidad se trataba de un antiguo miembro del Partido Comunista norteamericano (CPUSA, por sus siglas en inglés) de origen italiano. Muchos años después Genovese haría un valioso aporte a la historiografía marxista con una serie de investigaciones históricas acerca del sistema esclavista en los EE UU.

En fin, el caso de acoso policial y legal en contra de esos dos exiliados antitrujillistas ilustra no solo la solidaridad con el pueblo dominicano desde sectores de izquierda pero además fue una lucha más entre tantas por la defensa de las libertades civiles en Nueva York y en los EE UU en un momento en que sectores conservadores y  anticomunistas (con el FBI como aliado principal) llevaban a cabo una persecución política en contra de la protesta social y las luchas democráticas de cualquier índole que atentaban en contra del orden establecido y los intereses económicos y geopolíticos de Washington.

Mis agradecimientos a Sarah Aponte del Instituto de Estudios Dominicanos en la ciudad de Nueva York y al catedrático Nelson Santana por compartir sus investigaciones en torno al exilio antitrujillista. Gracias a Andy Blunden del Archivo de Internet Marxista (MIA).