Muy a pesar de que coexistió en el fragor de una batalla interior por su  descendencia castellana e incaica, mundos étnicos distintos, Inca Garcilaso de la Vega, producto de la sociedad inmediata a la conquista, optó por legitimar, siendo contemporáneo a los hechos que relata, la imposición española de la evangelización católica, corresponsable del desmantelamiento o destrucción de su cultura originaria. De hecho, el Inca más bien se refugió, como cronista, en la descripción, alto encomiable, de la alta cultura incaica, pero sin tomar, críticamente, partido, lo cual podría cuestionar si verdaderamente respondía con “orgullo” a su entronque primigenio.

De sus obras historiográficas, escribiendo para los aborígenes y los españoles “…porque de ambas naciones tengo prendas”, tenemos La Florida del Inca (1605) y Comentarios Reales (1609 y 1617). La primera es una relación de las aventuras de Hernando de Soto, conquistador de la Florida. En ella incorpora los relatos que le hiciera a Garcilaso un veterano sobreviviente de dicha expedición, Gonzalo de Silvestre, y de lecturas tales como los  Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El cronista describe, con vívidas imágenes, batallas en una tierra exótica donde la sobrevivencia y perseverancia humanas predominan en medio de un rico paisaje cultural. La Florida del Inca es una historia novelesca de aventuras, reminiscencia de los romances de caballería.

La siguiente obra, la más importante, Comentarios Reales, describe, antes de la invasión de los conquistadores españoles, la organización sociopolítica del régimen incaico de las tierras montañosas. Además, en la segunda parte de los Comentarios, el Perú conquistado por los españoles. El principal propósito de los Comentarios Reales no fue disputar los recuentos históricos de la conquista llevada a cabo por los españoles, sino describir, a través de sus recuerdos y observaciones, la gran tradición y origen del imperio Inca.

“En el discurso de la historia protestamos la verdad de ella, y que no diremos cosa grande que no sea autorizándola con los mismos historiadores españoles que la tocaron en parte o en todo, que mi intención no es contradecirles, sino servirles de comento y glosa…” (negritas nuestras).

Sin embargo, los Comentarios representan, dentro de ciertos límites, el punto de vista de los nativos con respecto a la Conquista. Garcilaso insiste, en su obra, en las grandes realizaciones de la civilización incaica, la cual todos los europeos condenaban como bárbara y pagana. Se negó a considerar a los pueblos aborígenes como salvajes, argumentando que tenían un gobierno y una civilización que podía ser apreciada tanto como las de los antiguos, oponiéndose, así, a lo que habría de recurrir, siglos más tarde, en cuanto a la oposición civilización versus barbarie, la prosa de Domingo Sarmiento, en su obra Facundo, y la de Rómulo Gallego, en su novela Doña Bárbara. No obstante, el mestizo Garcilaso de la Vega, adoptando la ideología religiosa de los conquistadores, describe una civilización incaica que debe ser superada por la cosmovisión evangelizadora de los colonizadores. De todas maneras, los estudiosos han formulado que la repercusión más importante de los Comentarios Reales fue la incorporación de un tipo humano completamente nuevo en la literatura Abya Yalense: el mestizo, producto de las nuevas peculiaridades de los territorios colonizados.

Ahora bien, Inca Garcilaso de la Vega puede considerarse como uno de los primeros estudiosos de las estructuras de las lenguas en esta parte del continente de Abya Yala. Quizás la crisis de identidad forjada en su conciencia como expresión de dos vertientes históricas: la aborigen y la europea, arrastró a Garcilaso a percibir la lengua no como un mero instrumento de comunicación y de la expresión literaria, sino también como un elemento estrechamente ligado a la cultura. Así lo explica:

“…mi intención [en escribir]…es…de intérprete en muchos vocablos indios, que como extranjeros en aquella lengua interpretaron fuera de la propiedad [corrección] de ella, según que largamente se verá en el discurso de la historia la cual ofrezco a la piedad del que la leyere, no con pretensión de otro interés más que servir a la república cristiana”. (negritas nuestras).

En ese orden de ideas, atrapado entre dos mundos étnicos diferentes, los cuales pretende conciliar, Garcilaso de la Vega, hijo de un conquistador español y una noble inca, enfrenta el problema de la reconstrucción histórica basada en “[mi] lengua materna, que es la del inca;…la ajena, que es la castellana”. Dice él:

“[Los españoles] ignora[n] de diez partes las nueves, por las muchas cosas que un mismo vocablo significa, y por las diferentes pronunciaciones que una misma dicción tiene para muy diferentes significaciones…”

En otras palabras: que una misma palabra tenga diferentes significados,  implica un conjunto de factores semánticos dependientes de estructuras de creencias acerca del mundo y de prácticas sociales determinadas. Además, que una misma dicción o vocablo tenga diferentes pronunciaciones o entonaciones, conlleva un conjunto de elementos fonológicos relacionados con el componente de la significación.

“…Titicaca, que quiere decir sierra de plomo; es compuesto de Titi, que es plomo, y de Caca, que es sierra. Hanse de pronunciar ambas sílabas, Caca en lo interior de la garganta, porque pronunciadas como suenan las españolas, quiere decir, tío, hermano de madre.”

Bien visto el punto, Inca Garcilaso de la Vega, considerado el primer autor nacido en Abya Yala, se propuso, además, aunque de manera incipiente, descubrir el mundo conceptual de sus antepasados a través de las categorías lingüísticas. En ese sentido, el cronista Inca se adelantó a lingüistas posteriores, Edward Sapir, entre otros, en cuanto a las interconexiones entre la lengua, la cultura y la visión del mundo.