Un fogoso amigo, de esos que aman la polémica, me enrostraba mi tendencia a mirar con suspicacia la oferta de lo nuevo proveniente de las generaciones actuales en los campos de la música, las artes, la política. Suspicacia y duda fundamentadas en que lo nuevo surge por la confrontación de opuestos, no del vacío en que navegan las actuales generaciones. Música sin pentagrama, lengua ágrafa y política sin ideas no pueden ocupar el lugar de lo nuevo, a menos que confundamos nuevo con novedad.

Los movimientos que han atomizado las demandas sociales, hasta convertirlas en parcelas de intereses de minorías, v.g., las preferencias sexuales, los derechos reproductivos, el derecho disfórico, travestismo, transespecismo y un largo etcétera que, según ese fogoso amigo, significa la nueva sociedad, son solo síntomas de ese vacío conceptual que subsume a la sociedad actual.  Allí donde  veo patologías, aquel ve avances sociales.

Lo nuevo es la emergencia de actos sociales transformadores, de avances. Surge de la confrontación a los actos que estancan el progreso, según el marxismo. Cuando lo “novedoso” es una esclusa que impide mejorar la educación, fragmenta los derechos, desvía la mirada de los problemas estructurales  y crea estados ilusorios de bienestar, no es otra cosa que un estupefaciente social.  Lo nuevo no es solo negar sin fundamento lo anterior. Lo nuevo emerge entre dos métodos, ideas o sistemas de pensamiento.

Desatender la desigualdad, el hambre en el mundo, la concentración de las riquezas, la colonización mental, los genocidios, para marchar en las calles en defensa de que un grupo de clase media tenga el derecho de cercenarse un órgano de su cuerpo, o una mujer a mostrar sus pechos, es la coronación de la alienación.  El esclavo, máquina de producción, no tenía cuerpo; el alienado de hoy sufre la ilusión de excesos del cuerpo.

La legitimación de la muerte de los aparatos sociales deja al sujeto merced a los detentadores del poder comunicativo, convirtiéndolo en oidor, no en decididor.

Una de las cuestiones que promete larga vida al  sistema espoliador, es haber logrado desviar la atención de lo esencial a lo trivial, del corpus social, al cuerpo individual, elevando a la categoría de “filosofía” los devaneos del tocador. El triunfo del Marqués de Sade, de la mano de Mitchel Foucault y Judith Butler. Del maquillaje a la mutilación, del socius   al individuo.

No sé quién  deshizo en este país la posibilidad de abordar desde una cierta filosofía marxista los actuales eventos sociales. Quizá la mala lectura de Marx, en cuyo caso los sepultureros han sido los denominados marxistas sin Marx.  Los eventos de la “política de cuerpo” que se está registrando como amenaza a la convivencia (amigos, familia, partido, grupo social) parecen explicables si asumimos  algunos recursos de la lógica dialéctica.

Uno de esos recursos conceptuales es el cambio. “El pensamiento teórico de toda época, incluyendo la nuestra, es un producto histórico que en períodos distintos reviste formas muy distintas, y asume, por tanto, un contenido muy distinto”, afirma Engels. El cambio entonces es un flujo permanente, y al mismo tiempo, resultado de una realidad histórica que puede tener formas distintas. Surge la pregunta: ¿qué ocurre cuando hay una esclusa que impide el flujo?

En nuestro país, resultado de muchas variables confluyentes, hemos sido testigos de eventos sin precedentes, como el caso de un liderazgo puesto a hervir por los otrora seguidores y deudores de ese liderazgo; la emergencia en ese escenario  de los vacíos, tanto de liderazgo como de propuesta programática, y la metamorfosis de los aparatos políticos convertidos en establecimientos mercadológicos.

Pero las cosas son en la medida en que están integradas a un todo mayor. La baja práctica cuenta con otras inteligencias y engarces que trascienden la cosa vernácula. Una lectura de la historia reciente nos da a ver que los aparatos políticos, llamados partidos, iniciaron un proceso de caída en su credibilidad casi al mismo tiempo que abandonaron los principios que le dieron origen.  Algunos de esos principios, cuestionadores del estatu quo.

La acción social es en si misma generadora de progreso, el individualismo es el interruptor ideal para taponar esos procesos, en tanto que genera la ilusión de avance, la promesa que nos ponen ante nuestros ojos del emprender para el éxito, cuando la verdad es que emprender solo engorda al poder y debilita la consciencia critica.

La legitimación de la muerte de los aparatos sociales deja al sujeto merced a los detentadores del poder comunicativo, convirtiéndolo en oidor, no en decididor. Si, aclarando un poco la vista, nos opusiéramos a esta aniquilación psíquica, el siguiente recurso del poder seria otra variante de  la violencia.

El hombre en el mundo, compelido a trabajar para su transformación, necesita identificar sus fortalezas, pero más que todo, al servicio de quién la usaremos.  Y este es el dilema: ¿cómo usaremos eso que Spinoza llama “potencia”, si no tenemos cuerpo? A la metáfora de Guattari del “cuerpo sin órganos”, le ha sobrevenido individuos  sin instituciones (órganos sin cuerpo).

El conflicto social, no la ilusión de la contradicción, es cónsono con lo nuevo. Las contradicciones mueven las estructuras y las transforman; como diría Niklas Luhmann, las condiciones del cambio solo pueden identificarse en los problemas estructurales.  Nada nuevo se puede construir con desechos.

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