La venezolana Teresa de la Parra (París, 1889-Madrid, 1936) sorprendió con la publicación de Ifigenia en 1924, novela que subtituló: Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba. Este subtítulo irónico caracteriza el estado de ánimo de la protagonista, María Eugenia Alonso, hija de terratenientes venezolanos, educada en Europa. Huérfana a los dieciocho años debe regresar a su país, pero el encuentro con la familia y con los hábitos sociales de su medio le resulta chocante.

Asistimos a la búsqueda de identidad de una joven que se debate entre la cultura europea (que encarna para ella los logros más elevados de la civilización: libertad de expresión y autonomía para las mujeres), y la Venezuela de las primeras décadas del siglo XX (que encuentra trágicamente machista y cargada de prejuicios).

María Eugenia es una joven inteligente y cultivada que dilapida frívolamente su fortuna en viajes, trajes y sombreros chics para proyectar la imagen de una parisina a la última moda. Al llegar a su país choca con otros modelos femeninos, resultado de la rigidez de las normas de su clase social y de su familia. La contradicción motiva su “fastidio”, término que se convierte en un leitmotiv a lo largo de la narración.

Para digerir ese fastidio, la protagonista recurre a la escritura, a pesar de considerarla cursi y anticuada. Sin embargo, este ejercicio vendrá a ser su tabla de salvación ya que, en las cartas a su amiga Cristina y en el diario, deja constancia de aquello que no puede decir sin ofender a los suyos. En Venezuela, solo con su amiga Mercedes puede expresarse abiertamente. De ella aprende que, dentro de su clase, la mujer también soporta el yugo de un matrimonio infeliz que la condena a la humillación. Como ella misma, las mujeres burguesas, “muy débiles, muy abnegadas, o muy indignas”, viven sin amor y conocen los suplicios de las “que se venden en la calle”. Todo ello para indicar que el matrimonio por conveniencia, la única alternativa, siempre será una falsa salida.

Biografía, ficción novelesca, tal vez autoficción, la novela da cuenta de la evolución de María Eugenia. Si en principio se muestra impertinente, descalificando con sus respuestas a la abuela y a la tía Clara, a lo largo del relato aceptará su dolorosa realidad de huérfana y sin fortuna, que solo puede poner en la balanza, para acceder a un matrimonio ventajoso, belleza, juventud y clase social.

Asumido el matrimonio, su antiguo amor, el único hombre que en apariencia “la comprende”, volverá a asediarla. Aunque casado con otra, éste pretende impedir la boda ofreciéndole una huida que la condenaría a vivir siempre en la clandestinidad. Entre ese amor y el pacto social, María Eugenia opta por el segundo, desatendiendo los consejos de su niñera, la negra Gregoria, sirvienta sin ataduras, a quien nada le impidió disfrutar del amor y la libertad de dejar a un hombre por otro.

La protagonista se encuentra de nuevo ante un dilema. Si antes enfrentaba la peligrosa libertad europea con las constricciones de la sociedad americana, ahora debe elegir entre un hombre que le ofrece amor imponiéndole protección, y otro que le da seguridad a cambio de la cercenar su libertad y su personalidad. María Eugenia acepta casarse como quien va a un sacrificio, igual que la Ifigenia griega. Como ella, se viste con sus mejores galas para dirigirse al altar apagando un grito de protesta: “Monstruo Sagrado de siete cabezas que llaman: sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios. Divinidad omnipotente que tiene por cuerpo el egoísmo feroz de los hombres…”. ¿Podríamos verlo como una simbolización de la bipolaridad del ser americano, entre el querer y el no poder?

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do