Bajo la premisa de que nuestra responsabilidad reposa sobre los hechos presentes y no los del pasado, el Dr. Jorge Urrutia (La estatua del padre”, Acento, 3-4-22) ha calificado como una acción “vandálica” la destrucción de estatuas y monumentos consagrados a celebridades o acontecimientos históricos. Sin embargo, el académico español omite la tesis de que numerosas efigies y panteones no sólo constituyen piedras duras, sino que fundamentalmente representan la ideología de la clase dominante, insumo que las generaciones del presente, compelidas por las instituciones del Estado, estarían llamadas a encarnar y a reproducir.

En ese tenor, Urrutia, poeta y crítico literario, invoca, para sustentar su discernimiento, al tinglado metafórico de la relación padre-hijo en el contexto de la historia, la tecnología y la literatura. Así, justificando la noción de lo sucedido en otras épocas, el autor se pregunta: “¿Cómo juzgar los antepasados sin considerar sus razones, modos, valores y posibilidades de vida”. Y es que para el profesor emérito de la Universidad Carlos III, “Los padres, la generación anterior, viven y han vivido en condiciones precisas, herederas de otras…” De esta manera, en la racionalidad del autor considerado, “Es imposible anular la historia, sólo asumirla.

Precisamente, las élites del poder, padre-hijos, omnipresentes de generación en generación, apelan no sólo a un discurso narrativo de acuerdo a sus intereses de clase, sino que también recurren a las representaciones visuales, estatuas y monumentos, entre otros, con la finalidad de anular la historia de los vencidos, y así, en consecuencia, asumirla para apuntalar su hegemonía. ¿Qué representaría la estatua del invasor y encomendero Cristóbal Colón con la mujer aborigen Anacaona rendida a sus pies? Para los vencidos, la esclavitud. ¿Qué representaría la efigie de Nicolás de Ovando? Para los vencidos, la traición y el engaño. ¿El Faro a Colón?: Para los vencidos, la ignominia. ¿Y para los vencedores qué instituye todo esto?: la acumulación de capital mixtificada  por el uso doctrinal de la Lengua en el entorno metafórico e histórico de la evangelización y la democracia.

Bien visto el punto, la problemática va más allá de: “Lo mío lo he hecho yo; lo vuestro hacedlo vos”. Lo relevante descansa sobre la base de la continuidad histórica de las representaciones, de las cuales la clase dominante se aferra como fracciones de su existencia misma. De ahí que “la responsabilidad del presente” sea tanto la misma del pasado como la del futuro.

Importante: estatuas y monumentos no sólo conforman elementos físicos, sino esencialmente piezas afectadas por un modelo interpretativo maquinado por un dictamen ideológico determinado. Por tal razón, la estrategia vital, en este caso, no es sólo la “destrucción” física de las estatuas y monumentos, sino la “destrucción” o extirpación total de las ideas “vandálicas” que dichos mamotretos representan. En mi novela Voces de Tomasina Rosario, el historiador oficial de Las Indias, Fernando de Oviedo, se preguntaba:

¿Quién duda que la pólvora contra los infieles es incienso para el Señor?

Escritos de Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do