El pintor francés Pierre Bonnard (1867-1947) fue líder del grupo simbolista Les Nabis y precursor de la pintura abstracta. Le llamaron “el pintor de la felicidad” por sus íntimas escenas domésticas de luminosidad incomparable, pero Bonnard fue más que un colorista extraordinario; para él la obra de arte era un vehículo para transmitir estados emocionales. El célebre fotógrafo Henri Cartier-Bresson comparó sus creaciones con las de Pablo Picasso de esta manera: “Uno puede perfectamente adivinar por qué a Picasso le incomodaba tanto Bonnard: Picasso era un genio, pero no entendía ni la paciencia ni la ternura. Y la obra de Bonnard hay que mirarla y mirarla, hasta verla”.
La protagonista de gran parte de su obra es su esposa Marthe, su eterna musa, su ángel y su demonio, a la que plasmó mil y una veces en sus dibujos, bocetos, lienzos y fotografías.
Se conocieron en 1893, cuando Bonnard la vio bajar de un tranvía. La siguió por la calle hasta descubrir que trabajaba en una tienda de accesorios funerarios haciendo coronas y bordando mortajas. Ella se presentó como Marthe Meligny, dijo tener dieciséis años, estar sola en el mundo y padecer de tuberculosis. Sólo lo último era verdad, pero Bonnard no lo supo hasta casarse con ella treinta y dos años después, en 1925. Su verdadero nombre era Marie Boursin y tenía veinticuatro años cuando se conocieron. Muchos años después Bonard se enteró de que “estar sola en el mundo” también era una mentira. Al momento de su muerte en 1942, aparecieron dos hermanas de Marthe reclamando la mitad de los bienes del pintor.
Más que amor a primera vista, Bonnard sintió al verla un flechazo creativo: a partir de ese momento ella se convierte en la protagonista de más de cuatrocientos cuadros y casi cien fotografías.
A pesar de compartir sus vidas por casi cincuenta años, la relación no era precisamente idílica. Marthe era una persona huraña y posesiva, según el propio Bonnard “un cruce de duende y gorrión”. Casi no salía de la casa y cuando lo hacía se ofendía si la gente la miraba, por lo que llevaba un paraguas para taparse. Lo alejó de su familia, boicoteó todas sus amistades con otros artistas con la excusa de que iban a su taller a robarle los trucos, confinándole en una soledad asfixiante, hipocondríaca, llena de reproches y malentendidos.
Sin embargo, nada de eso se siente en las obras del pintor, llenas de placidez, delicadeza y armonía. Muy pocas veces Bonnard se sale de su temática habitual, su esposa. Pero en 1920 Bonnard pinta El Descanso, en el que retrata a una mujer distinta: Renée Monchaty, una joven modelo que se convierte en su amante, con la que se escapa a Roma e incluso tiene la intención de casarse.
Pero de golpe Bonnard regresó solo a París y el 15 de agosto del 1925 se casó… con Marthe. Tres semanas después Renée también volvió a París. Se pegó un tiro en la sien mientras estaba tomando un baño. Al enterarse de la noticia Marthe revolvió el estudio de su esposo hasta encontrar un retrato inconcluso de Renée y lo tiró a la basura, pero Bonnard lo rescató sin que ella lo supiera. Después de este trágico suceso la pareja decidió alejarse de París y se mudó a la Costa Azul, donde, además, el clima era más adecuado para la débil salud de Marthe.
En aquella casa Bonnard dio rienda suelta a su obsesión: Reconstruyó el baño para que tuviera calefacción y una tina especial, lo decoró con mosaicos azules, hizo un estanque artificial donde nadaba un sólo pez llamado Agenor, pintó cada habitación de la casa de un color diferente y compró el terreno de al lado sólo por el viejo almendro que crecía allí; a partir de entonces pintó de manera reiterada a Marthe desnuda dentro de la bañera, con el mismo cuerpo de cuando ella era joven, sin que se notaran los años que transcurrieran, delgada, menuda, de pelo oscuro y de piel anacarada, con el rostro oculto o desdibujado. Una eterna “Susana en el baño” espiada por el eterno “viejo mirón”.
Así de rutinaria también era su vida. Todas las mañanas salía de paseo con su perro salchicha siguiendo la misma ruta. Primero iba a ver al pez Agenor, luego se sentaba bajo almendro para escribir en su diario frases lacónicas como “Hoy lluvia”, “Toda la mañana de buen humor”, “Jabón, miel, queso”. Sólo tres veces en veinte años anotó frases más largas: “En el momento en que uno dice que es feliz ya no es feliz” (1929), “Mejor aburrirse solo que acompañado” (1938), “No todo el que canta está contento” (1944). El día que murió Marthe, en enero de 1942, escribió “Buen tiempo” y a continuación dibujó una pequeña cruz.
Bonnard sobrevivió a Marthe por cinco años. Siguió pintándola de memoria con el mismo aspecto juvenil, pero con los rasgos más difuminados. Poco antes de morir, en 1945, encontró aquel retrato de su amante que Marthe había tirado a la basura y decidió terminarlo. Pintó un trigal de fondo que creaba un halo dorado en torno a la cabeza de Renée y después agregó una figura en la esquina inferior derecha del cuadro, casi de espaldas, justo en la dirección donde apuntaba la mirada de Renée. Aun de espaldas la figura es inmediatamente reconocible, es Marthe.
Logró lo imposible: juntó las dos rivales, las pintó en su plena juventud, extrayendo las imágenes de su memoria, como si se tratase de una fotografía, inmortalizándolas como a él le habían enamorado.
Cuentan que Bonnard nunca volvió a la habitación en la que había muerto Marthe. Cuentan también que Renée Monchaty se suicidó dentro de una bañera sobre la que flotaban pétalos de rosas amarillas, el símbolo de amor terminado, en el lenguaje de los amantes. Tal vez es pura coincidencia, pero a partir de ese día Bonnard retrató a su esposa una y otra vez sumergida en una bañera.
Quizás parte de todo esto sea pura leyenda. Lo cierto es que detrás de la aparente sencillez de los cuadros de Bonnard hay muchas y complejas lecturas, y detrás de cada obra de arte hay una historia tras la historia.