Corre el año 1945, la Segunda Guerra Mundial está a punto de terminar. Adolf Hitler, al ver la inminencia de su derrota, se suicida, y ese mismo día, sin saber todavía la noticia, una reportera de guerra exhausta después de visitar el campo de concentración de Dachau logra colarse en la casa del Führer en Múnich. Según contó ella misma, durmió en su cama y luego decidió darse un baño para quitarse el barro, el polvo y los horrores del día anterior. Su colega David Scherman le hace el retrato que se convierte en una de las imágenes más icónicas de la historia de la fotografía. A pesar de esto, pocos saben quién fue su protagonista.

D. Scherman, Lee Miller en la bañera de Hitler, 1945.

Modelo, musa, reportera de guerra y fotógrafa, es una de las figuras más interesantes de las vanguardias del siglo XX y uno de los nombres menos sonados. Inundó portadas de Vogue, colaboró con Man Ray, fundó su propio estudio, lo abandonó todo, regresó para alistarse como corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial, volvió a abandonarlo todo, vencida por el alcohol, tuvo un hijo, se convirtió en una cocinera famosa. Después guardó silencio para siempre. Hablamos de Lee Miller (1907-1977).

Nació en New York en la familia de un ingeniero e inventor. La infancia de Lee fue marcada por una violación. Fue abusada por un amigo de la familia que además le contagió una enfermedad venérea.  El apoyo que le brindaron sus padres parece un poco extraño tomando en cuenta que la niña apenas tenía siete años. Su madre la sometió primero a interminables duchas vaginales con un potente desinfectante químico y luego contrató a un psiquiatra para que le aclarara las diferencias entre el sexo y el amor.

Mientras que su padre, un aficionado a la fotografía, comenzó a retratarla desnuda, como método para superar el trauma. Más allá de lo turbador de la práctica, parece que funcionó. Lee, muy consciente de sus atractivos, tuvo numerosas y fugaces relaciones con hombres, a quienes cautivaba con su belleza, inteligencia, humor, vitalidad, libertad y luego los abandonaba.

A los dieciocho años se fue a París para estudiar teatro. El intento de independizarse de su familia no fue exitoso: su padre le retira el apoyo económico y Lee tiene que volver a Nueva York.

De regreso, por pura casualidad se convierte en una modelo. Estuvo a punto de ser arrollada por un taxi cuando cruzaba una calle. El hombre que la salvó resultó ser Condé Nast, el editor de la revista Vogue, quien queda impresionado por su belleza y le ofrece ser la modelo de su revista.

Lee Miller modelando para la revista Vogue, 1928.

Tiene otro conflicto con su familia: ¡una de sus fotos es usada en un anuncio de toallas sanitarias! “Una mujer decente no puede relacionarse con cierto tipo de temas”, – le reclaman sus padres. El escándalo es tan grande que se va de nuevo a París y trabaja como fotógrafa de moda para la Vogue.

Allí conoce a Man Ray y se convierte en su alumna, modelo y amante. Fue una unión fructífera para ambos, juntos descubren la técnica de solarización, que Miller provocó accidentalmente trabajando en el laboratorio. Man Ray la introduce al mundo surrealista y la presenta a Duchamp, Picasso (hace una de las mejores series de fotos de él), Magritte, Cocteau.

Man Ray, Retrato solarizado de Lee Miller, 1930.

Pero esta unión no dura mucho. La visión de Man Ray de una relación abierta es unilateral. Presa de celos, el artista persigue a Lee por las calles de París, rompe sus fotos y cae en estado de locura.

El acoso provoca la huida de Lee a Egipto, donde se casa con un antiguo amante millonario. De esa época hay imágenes fabulosas, como la que tomó desde lo alto de la Gran Pirámide, capturando la inmensa sombra proyectada sobre un paisaje urbano.

L. Miller, Desde la cima de la Gran Pirámide, 1937.

La vida de protegida de un harén la aburre, y vuelve a París, donde se casa de nuevo con el marchante de arte, pintor y escritor inglés Roland Penrose y se dedica a la fotografía artística. Su nuevo esposo estaba trabajando en la biografía de Picasso, y Lee Miller se encargó de tomar fotos para la publicación.

L. Miller, Pablo Picasso y Lee Miller después de la liberación de París, 1944.

A partir de este momento surgió una gran amistad entre ambos, Lee le hizo más de cien fotos, Picasso la retrató en seis ocasiones.

P. Picasso, Retrato de Lee Miller como arlesiana, 1937.

Cuando comienza la Segunda Guerra Mundial Lee Miller se convierte en corresponsal fotográfica para la revista Vogue. Así publica una especie de “Los desastres de la guerra” modernos. "No me gusta fotografiar horrores", decía. "Pero no creo que haya un lugar que no esté repleto de ellos."

L. Miller, Prisioneros del campo de concentración Dachau, 1945.

La carga de lo visto se hace tan pesada, que se vuelve alcohólica, abandona la fotografía y prohíbe toda la exposición de sus obras. Este fue el precio que tuvo de pagar por haberse acercado demasiado al horror de la barbarie.

Lee Miller cambia su cámara Rolleiflex por utensilios de cocina y se convierte en lady Penrose. Colecciona recetas, entrevista a los famosos chefs, cocina para amigos exóticos platos inventados por ella misma. Aún deprimida, escribe a su marido: “Le sigo contando a todo el mundo que no he malgastado ni un minuto de mi vida; lo he pasado maravillosamente, pero sé, en el fondo de mí misma, que, si tuviera que volver a vivir sería aún más libre con mis ideas, con mi cuerpo y con mis afectos”.

Queda olvidada hasta después de su muerte en 1977, cuando su hijo Anthony Penrose descubre una caja con más de quinientas fotografías y sesenta mil negativos, junto a cartas y manuscritos. "Fue un tesoro extraordinario. Me di cuenta entonces que no sabía nada de la vida de mi madre y que no me reconocía en sus memorias. Fue como recordar a alguien que conociste vagamente y descubrir que tuvo una extraordinaria vida".