Desde el nacimiento, estamos constantemente enfrentados a la tragedia, por esta razón la vida constituye un desafío. Nunca conoceremos las causas y verdades legitimas de la tragedia pero fingimos que la entendemos. Para eso tratamos de armar nuestro campo espiritual y nos refugiamos en Dios y en la religión.
Se podría decir que en una categoría más elevada un hecho trágico está asociado con el final de la vida. Aunque sepamos los motivos de la muerte, nos lamentaremos de la partida a destiempo de un amigo o de un familiar cercano. Transcurrida una etapa, no valoramos los excesos cometidos, pero sí lamentamos las cosas que nos faltan por hacer, nos lamentamos de los proyectos personales y de las metas que no hemos podido alcanzar, así sea del tiempo que no aprovechamos con nuestros seres queridos con nuestros hijos y amigos cercanos.
Mientras tanto, seguiremos siendo víctimas de la forma metronómica del tiempo. Esa inconformidad y ese lamento son los orígenes del designio trágico.
Nietzsche trató de explicarlo, sin embargo lo llevamos a cuesta con una angustia ancestral. De cualquier manera somos hijos de las circunstancias y en la mayoría de las veces los hechos negativos representan los símbolos del designio trágico.
¿Eso es pesimismo? Claro que no, pero debemos reconocer que la idea de la muerte traza una línea incognoscible en el horizonte mental y mientras vivimos la llevamos a cuesta en el subconsciente. De paso, no creo necesario ignorar la muerte, pues el día menos esperado nos sorprenderá como una asombra, porque actúa con el mazo del reloj. Sin embargo, cuando menos, tratamos de evadirla pensado en la muerte ajena o mejor dicho, en la muerte del otro.
Así que apresuramos todo lo que podemos mientras vivimos para imaginarnos que vencemos el tiempo de la muerte. Muchas veces nos hacemos la vana ilusión de vencer la muerte, o nos llega a la cabeza la descabellada idea de burlar la muerte como si la vida se tratara de una comedia bufa. El historiador isaraelí Yuval Harari ha dicho que hoy en día, la ciencia moderna tiene como objetivo tratar de vencer la muerte, alargando la vida. Puede que esta esperanza nos distraiga un poco la atención, gracias a los avances modernos de la ciencia médica y puede, además que esta idea mantenga en nosotros la falsa ilusión de que al fin venceremos.
Gracias al concepto de la morbilidad los seres humanos podemos durar más tiempo vivos pero nos convertimos en consumidores de por vida de los fármacos por cuenta de los avances de la industria médica. Transcurrido un tiempo veremos que esta esperanza se desvanecerá porque el brazo de la ciencia no ha podido doblegar la jugada maestra de la muerte.
La muerte tiene como aliado el tiempo. Como gran escultor, es quien va trazando correctamente la ruta hacia el fin. Eso significa que todos tenemos un tiempo determinado para vivir en la tierra, a pesar de los avances científicos.
Tanto la vida como la muerte representan la génesis o el origen del fin trágico. Sponville (2010) propone que “morir es el precio que hay que pagar por ser uno mismo”. De paso morir es el precio que hay que pagar por estar vivo, eso significa que los humanos tenemos el camino seguro hacia la muerte. De manera que somos en definitiva los hijos legítimos de la tragedia.
La vida y la muerte, en este caso representan el principio y el fin de lo trágico. La tragedia nos lleva por tanto al camino de la reflexión y la resignación.
¿Qué anuncia la existencia de la tragedia? Diríamos que el dolor humano provocado por una enfermedad catastrófica. Ya sea la ausencia del amor, puede ser la existencia de un hecho que nos impida sobreponernos al dolor. O, puede que sea el suicidio como una reflexión honda por parte del suicida, cuando entiende que la vida es inútil. De hecho, si nuestro cerebro queda atrapado en un limbo mental estamos ante un hecho trágico, que es la vehemencia senil o la locura, como sinónimos de una muerte anticipada.
Ignorando el hecho trágico y escarbando en la esperanza el hombre busca a Dios y pretende refugiarse en su espíritu. Cree con ello salvarse de la mentira y de los pecados cometidos en la tierra. Cree evadir la tragedia de manera consciente, para salvar su alma. Sin embargo, por más que quiera no podrá sustraerse a ese designio del morir viviendo para renacer en la nada. Para asirse en el polvo del olvido eterno, que es la peor de las tragedias.
En este caso, la eternidad y el olvido representan dos modos diferentes de la tragedia. Esa ubicuidad que impacta de manera constante en la psiquis humana es una parte del drama que representa el hecho de vivir. Por esta razón, todos los días libramos una batalla psicológica para no morir a destiempo.
El acercamiento al ser melancólico también marca el origen del fin trágico. Pierde a tus amigos mas cercanos, pierde a tus padres y familiares queridos. Con el tiempo te das cuenta de que los amigos no eran amigos verdaderos. Pierde el interés de las cosas, cada vez la vida te va importando menos. Van transcurriendo los años y te vas acercando al estado del alma trágica, porque se crea en ti, una condición de susceptibilidad y la vida se vuelve muy sensible. Se complican los estados del alma y de momento te entristece. Se te arruga la piel y se enternece la mirada.
De paso, aprendes a vivir cada vez con menos cosas materiales porque ya no las necesita, en fin, viene la etapa otoñal que representa uno de los símbolos del fin trágico.