Estoy seguro de que Tirso de Molina, Federico García Lorca, Antón Chejov, Alfonso Paso Gil, Jacinto Benavente, entre otros, están de fiesta al recibir en el Olimpo a la diosa del teatro dominicano, Monina Solá. Un tropel de ángeles y actores de la dramaturgia fascinante la reciben con un himno de solemnidad y celebraciones cuyos ecos anuncian la eternidad de su arte.

Respecto a la figura de Monina Solá, la opinión más justa nos parece la de actriz excepcional. En sus actuaciones, ya fueran comedias, sainetes dramáticos o manifestaciones folclóricas, existía una amplia gama de sensaciones compartidas. Su arte tuvo siempre un tono alto y un acento propio. Poseía talante, carácter y una pasión desmesurada por la cultura universal.

El tiempo de su mundo fue vasto, de elevación interior, penetrado de una especificidad peculiar, propiciatoria de la excelencia artística. Prueba de ello fue el predominio que ejerció en las generaciones del teatro dominicano que la admiraron siempre con el más alto respeto.

En el año 1949, la estelar actriz Monina Solá formaba parte del Cuadro de Comedias Sterling, en la emisora HIZ, conducido entonces por el actor radial Emilio Aparicio. Años antes, había asimilado la vocación de su padre José Narciso Solá Rodríguez, quien falleciera el 22 de enero de 1944 en la provincia de San Pedro de Macorís.

José Narciso Solá nació en Caguas, Puerto Rico, el 19 de abril de 1888. Hijo legítimo de Narciso Solá y Palmira Rodríguez. Emigró a la República Dominicana en la primera década del siglo pasado. En 1915 decidió trasladarse a la ciudad de Santo Domingo. Aquí escribió algunas obras de teatro. A partir de esta fecha funda el Cuadro Lírico junto a Américo Cruzado, Raudo Saldaña, Ismael López, Emilio Julio Gneco, Oswaldo Martínez, Vitelio Morillo y Braulio Martínez, grupo de corta duración. También escribía crónicas de arte para el periódico Listín Diario y también se desempeñó como bibliotecario del Ateneo de San Pedro de Macorís.

La lectura atenta y detenida del libro Monina Solá, leyenda del teatro dominicano, escrito por su hijo Homero Luis Lajara Solá, es una revelación que establece, sin duda, la dimensión artística de su inolvidable madre y consejera.

La que fuera y será siempre recordada como referencia obligada del teatro nacional, inició sus actividades artísticas con apenas cuatro años. Comienzos que la marcaron para siempre como una de las actrices más reconocidas en toda la región del Caribe y más allá…

Su talento precoz la catapultó de inmediato, siendo homenajeada el 5 de julio de 1943 en el teatro Julia Molina. En el 1947 Monina Solá se presentó en el teatro Olimpia, como parte del Cuadro Oficial de Comedias del Teatro Escuela de Arte Nacional. Más adelante, participó junto a Augusto Feria y Franklin Domínguez en las obras El Pompeyo y Lisístrata.

En 1955 actuó junto a Aníbal Sánchez y Newton Lluberes en los estudios de Radio Televisión Dominicana; también junto a Carmen Rull,  en la obra La casa de Bernarda Alba, del famoso poeta y dramaturgo español Federico García Lorca, autor también de Bodas de sangre, una de sus obras más destacadas y que todavía se representa en distintos teatros del mundo.

Lo sorprendente de las actuaciones teatrales de Monina Solá eran los modos y maneras en que les provocaba la alegría a sus espectadores. En realidad, su arte estaba regido por las emociones y los deleites. Vivió para hacer a la gente feliz y nunca se amilanó ante las circunstancias sociales y políticas que experimentó, al considerar que su pasión por el teatro era superior a toda clase de servilismo.

Simplemente se entrega al milagro, a los matices líricos del alma, al ensueño que produce toda creación artística realizada con disposición, con pasión. Y es que Monina Solá no se conformaba con lo excelente en las tablas. Sus geniales expresiones dramáticas eran, en realidad, momentos antológicos. Por ello, en cada obra se lanzaba a la conquista de lo sublime, y en ese esfuerzo dejó alma y espíritu, una poderosa orquestación de lo prodigioso al amparo de lo verbal y de los sentimientos.

Su mirada penetrante y gallarda siempre dejó satisfecho al público. Su corazón enorme, donde guardaba las ternuras, es la mejor prueba de su armoniosa sensibilidad y de su laborioso oficio que la colmó de gloria, por lo cual deja al morir un legado apacible, pero también de gran calado, que seguirá un nuevo rumbo para perdurar en todas las latitudes planetarias.

Como precursora del teatro dominicano se empeñó en expresar lo mejor de su libertad y de su magia. Y así explica su existencia y la ruta del parnaso. Era comedida en el decir de las palabras y amplia de contenido al buscar la perfección, lo venerado que resulta nacer para el arte, vivir para el arte, hasta que la vida se acabe y continúe más allá de lo que explica la impactante creatividad artística.

Las obras artísticas que interpretó o en las que participó Monina Solá fueron exhaustivas y realizadas con rigor crítico; fueron de una utilidad máxima para la investigación del teatro nacional, ya que suponen el punto de partida indispensable para acometer el estudio en todos sus ámbitos. La lectura atenta y detenida del libro Monina Solá, leyenda del teatro dominicano, escrito por su hijo Homero Luis Lajara Solá, es una revelación que establece, sin duda, la dimensión artística de su inolvidable madre y consejera.

Nada hay de azar en las actuaciones que materializó Monima Solá, pues todo estaba medido conforme a las técnicas, las formas y contenidos de cualquier pieza teatral por compleja que resultara. Es por esa razón que su figura se convierte desde hoy en una estatua fija para la eternidad.

Indudablemente, sus actuaciones teatrales fueron ricas en perspectivas. Eran como un diluvio de esperanza donde convivían lo humano y lo divino. Y es que el mundo le concierne para siempre.

Cándido Gerón en Acento.com.do