El expediente Diez
Con un comienzo sobrecogedor y propio de una obra madura, “El expediente diez”, el penúltimo de los cuentos del libro “Un hombre discreto”, de la autoría de Gustavo Olivo Peña, nos sitúa en el epicentro de un ambiente de extrema violencia, que nos recuerda los peores momentos vividos por la humanidad, cuando el hombre encadenaba al hombre para aprovecharse de su fuerza de trabajo y luego arrojarlo al mar o al fuego. Nos recuerda, digo; no es que acontezca. Y nos lo recuerda porque el autor nos sigue sorprendiendo con su técnica narrativa inductiva, de la que él se vale de manera magistral a fin de estimular al lector a crear imágenes o a tejer tramas a partir de lo que está dicho o simplemente sugerido entre líneas. Es una técnica que supera el contenido de la historia narrada y nos sumerge en la forma escriptural.
En alguno de los trabajos que he dedicado con sumo placer a “Un hombre discreto”, me he referido a la manera tan sutil que emplea nuestro autor para engancharnos en su búsqueda expresiva y forzarnos, como lectores, a ir más allá de los límites de la imaginación porque solo así descubriremos la verdad encubierta en cada una de las tramas de sus cuentos.
En “El expediente diez”, los hallazgos de cuerpos muertos son tan frecuentes que se convirtieron en “noticia común, diminuta. Para la Policía, uno de los sucesos del día, entre raterías callejeras, riñas y estafas menores a incautos” (op.cit. p.131).
La indiferencia
He aquí cómo la indiferencia es capaz de dominar y carcomer los fundamentos de instituciones jurídicas y policiales, que deberían estar al servicio del cuidado de la ciudadanía, sin embargo se diluyen en las banalidades propias de la infuncionalidad.
La indiferencia está asociada con la insensibilidad, el desapego y la frialdad: es un estado de ánimo caracterizado por una ausencia total de rechazo o agrado hacia una persona, objeto o circunstancia y no suele dejar nada bueno, ni para los que la reciben ni para quienes la practican. Veamos cuáles son sus peores consecuencias:
-desconcierto e intranquilidad,
-baja autoestima e inseguridad personal,
-malestar emocional,
-manipulación,
-sentimiento de soledad,
-destruye la comunicación,
-desinterés por los problemas políticos,
-complicidad en acciones incorrectas.
Estas consecuencias se manifiestan a diario en nuestra sociedad y es precisamente lo que Gustavo Olivo Peña quiere traducir en este interesante cuento, en el que, como los anteriores, pesa más la intención prefigurada que los problemas existenciales de los personajes expuestos en la historia, por lo que los engranajes conceptuales ocultos del autor aflorarán en algún momento en el consciente del lector, quien, gracias a este procedimiento, terminará por comprender el alcance de la trama, tejida en una brevedad temporal que trasciende la valoración del tiempo establecido o propuesto en la historia.
Sistema judicial descompuesto
Más allá de las disquisiciones entre el fiscal Salazar y el jurista Torres, quienes en medio de una investigación criminal hablan hasta de cine y teatro (sobre todo Torres), así como la búsqueda de tres expedientes faltantes en los archivos del fiscal Salazar, son meras excusas para adentrarnos en el mundo desgarrador de la violencia y denunciar las debilidades de un sistema judicial descompuesto.
Es por eso que Torres, después de una retahíla de reproches, exclama ante el fiscal: “Aquí sí que bajó con su toga a lo más profundo del estercolero” (op.cit. p.152), frase que me hace pensar en la obra El Estado de Sitio, de Albert Camus, cuando el Juez le dice puta a la Puta, y ella le responde simplemente: ¡Juez!