Sabemos que Gustavo Olivo Peña es un excelente y acucioso periodista e ignorábamos que, discretamente, como el título de su primera cosecha narrativa indica, pergeñara relatos que recientemente dio a conocer al club de lectores de ese maravilloso y fantástico género.

"Un hombre discreto y otras historias", el libro de cuentos de Gustavo Olivo Peña.

Convendría hacer notar que en Un hombre discreto y otras historias, el autor, con mucha originalidad, recuerda con lujo de detalles episodios que todavía hoy en día permanecen frescos en su memoria.

Con ello, la oralidad se convierte en escritura fantástica y la noción de espacio-tiempo aporta una resonancia que le permite al lector llegar a conocer los hechos trágicos de algunos de sus personajes como si los estuviera viviendo.

Es el caso del primer personaje que Olivo Peña presenta al lector:

"El doctor Miguel Méndez Pinales, legista y patólogo forense, sabía descifrar las pistas de la escena del crimen. Sereno, se puso los guantes, estudió el cuerpo gigante, pálido, obeso, con media cabeza destrozada por el escopetazo y la masa encefálica esparcida en chisguetazos por el suelo y las paredes. Observó, tomó fotografías, escribió en su libreta. (…) Al salir de la casa, montó de prisa en el viejo Chevrolet, y se limitó a decir a los periodistas: -Sin comentarios."

Con ese primer párrafo, el autor revela al lector la trama y las circunstancias que provocaron la muerte del cubano Gonzalo Normando y las pesquisas realizadas por el teniente Ortiz.

Forma y contenido en el desarrollo de este relato adquieren categoría trágica, nostálgica y detectivesca. Examinado el contexto del suicidio del sujeto en cuestión, estipulamos las fantasías falseadas que contaba a menudo a sus alumnos y amigos para inflar su ego, y que constituyen elementos importantes desde el punto de vista de la técnica narrativa.

El escritor José Enrique García, en la presentación del libro Un hombre discreto, de Gustavo Olivo Peña.

Por otra parte, en Un hombre discreto y otras historias, Olivo Peña se mete de lleno en el mundo de los sueños para recrear tortuosos recuerdos cuyo contenido expresable llevan al lector a participar de una síntesis comprehensiva de los sujetos que documenta con mucha especificidad.

En sus relatos se invoca: a la infancia, la adolescencia, sueños y recuerdos como base sustantiva que, como interrogantes no podemos contestar aun cuando están determinadas en base a los hechos. En ese contexto, la particular focalización o ámbitos en que se basa Olivo Peña para situar en el tiempo a todos y cada uno de sus personajes forma parte de un juego estructural-imaginativo complicado.

El vuelo de la imaginación de Olivo Peña crea un realismo desilusionado en sus personajes a partir de la incertidumbre, suscitando en el lector una descarga emocional in extremis que se incrusta en el subconsciente como accidentes y circunstancias inescrutables que el sujeto no puede evitar por tratarse de un existencialismo lacerante y fortuito.

Desde ese punto de vista, José Luis Chiverto nos recuerda que “Si la infancia es, como es, como se pretende, el espejo en el cual nos seguiremos mirando, debo pensar que soy el resultado de dos imágenes superpuestas, muy bien diferenciadas, aunque igualmente venturosas”.

A partir de esta reflexión, las disquisiciones de sus personajes forman parte de un profundo vacío existencial y, por ello, los envuelven en un mundo muy personal. Olivo Peña también formula en sus relatos una inventiva de múltiples reflectores psicológicos, y por esa razón es que la infancia y la adolescencia forman parte de una simbiosis de carácter discursivo.

Sin margen de duda, Olivo Peña se perfila como un excelente narrador por la calidad y variedad de sus historias; por la manera atractiva con que las ilustra de un modo real o ficcional, donde afloran acontecimientos y el trasfondo de sus personajes delineados con precisión, y en los que reafirma su estado de ánimo y detalles que reflejan su entonación dinámica.

El espíritu de las épocas en que el autor fue anotando los episodios que se producían alrededor de sus personajes denota la observación aguda de Olivo Peña al remitir al lector a épocas en que él, siendo apenas un adolescente, fue testigo de acontecimientos y accidentes que sucedían alrededor de sus personajes, lo que permite conocer la disposición psíquica de sus historias.

Por otro lado, la pulsión del amor queda al desnudo frente al lector cuando el autor de Un hombre discreto y otras historias, ofrece el siguiente pasaje:

¨La noche anterior hicieron el amor. Y no podía decir que ella se entregó solo por cumplir. A Javier le entusiasmó que Corine disfrutara como en los tiempos en que la pasión quemaba sin importar lugar ni hora. Luego, sintió esa sensación de hastío; de nuevo le doblegó el ¨post coitum tristitia¨. Ya no era lo mismo. Llegar al límite no elevaba su ego. En muy contadas ocasiones sentían esa intensidad. Todo se reducía a una satisfacción fugaz¨. (Decisiones)

Las historias que cuenta Gustavo Olivo Peña se colocan en un plano de designio y de símbolos emblemáticos o, si se quiere, en un ancla de recuerdos viscerales que traspasan la psiquis y estremecen las emociones. Desde ese punto de vista, en Un hombre discreto y otras historias estamos imperativamente frente a un cuadro intransigente de parte de los personajes que nos lleva a lo evidente de su viacrucis

Bosquejar la existencia de estos, interpretar lo explícito que desborda y muestra claramente su desaliento, es una cuestión a priori que Olivo Peña desenmaraña con mucho tecnicismo e imaginería. Por otro lado, está la coherencia estructural que permite dar a conocer las pinceladas como el autor lo plasma, dotándolo de un realismo táctico.

En sus relatos la fuerza del lenguaje mantiene un ritmo fluido que da especial relieve a lo que narra el autor de manera espontánea. En ese contexto, cada historia fluye sin perder de vista la radiografía que representa cada uno de los personajes. También, porque Olivo Peña es poseedor de un discurso claro y convincente que también lo refleja en sus escritos periodísticos.

Por dramáticos que sean los hechos, sus personajes aparecen en contexto: está de por medio el acento, el tono y la singularidad del discurso veraz, facultad de estilo particular que el actor pone en todo lo que escribe o expresa. La unidad y diversidad de este discurso es un vehículo esencial que permite el conocimiento del pensamiento flotante, característica de los buenos narradores.

La semántica léxica alcanza su clímax en la intervención que asume cada uno de sus personajes; de manera que lo implícito, a partir de las acciones y hechos que padecieron o disfrutaron sus personajes en determinadas épocas, no forma parte de un cliché estilístico o existencial sino de una historia verídica que nada tiene que ver con narcisismo. Por el contrario, todo hecho se nutre de la lógica y termina en una sintaxis, y esa tónica permite que el discurso narrativo de Gustavo Olivo Peña sea claro, preciso y conciso.

No creo exagerar al decir que el modo de narrar de Olivo Peña se somete a un rigor o procedimiento microscópico. Sobre todo hallamos en sus historias una conciencia muy depurada de escribir al poner alma, espíritu, pasión, idea y pensamiento con objetividad y claridad analítica.

La acogida de su texto tendrá diversidad de lecturas de parte del lector de sensibilidad social. Son circunstancias muy precisas las que narra Gustavo Olivo Peña, y por esa razón sabe conciliar el lenguaje con el automatismo apasionado de los recuerdos que, en algunos momentos, aclaran los desenlaces de sus personajes.

Por tanto, sus relatos no son simples notas bibliográficas sino potentes sensaciones emotivas y dramáticas atadas a la imaginación y a los recuerdos; en sus relatos historia y lenguaje se transfiguran en una: la tensión psicológica. He aquí, estimado lector, la tendencia de una narrativa distinta.