Este fin de año no será buen tiempo para el mijo, se presagia cosecha baja y, por tanto, no abundarán el vino y el jugo en las navidades en las mesas de algunas familias ni para venta en las cafeterías, en Oviedo, el otro municipio de la sudoestana y fronteriza provincia Pedernales, en proceso de conversión a destino turístico. En el pueblo creen que la sequía frustró la gran cosecha esperada.
Paquita Macuso (Olga Méndez Peña), 60 años, ya lo sabe. Sólo habrá unos granos desnutridos para este año. Es mujer del monte porque “el monte es bueno y cuando estás en él hay que dormir donde le coja la noche”. Ha acumulado suficiente experiencia en la recolección, cada temporada, del fruto cuyo árbol crece silvestre en toda la franja sur del pueblo, agreste, seca y muy salina, desde la laguna hasta recta de Sansón.
Hace 32 años que, de la mano de su marido Macuso, comenzó su recorrido por los rincones más rudos de las montañas del sur extremo, y no fue para hacer senderismo ni rituales a los infinitos matices de la naturaleza. La pareja ha ido una y otra vez la peligrosa tarea de cazar chivos y cerdos cimarrones. Y en esos periplos, ella se familiarizó con el mijo.
“Me pongo un pantalón largo, una camisa manga larga, unas pachangas, un machete-cuchillo en su baqueta en la cintura, una mochila con el agua, el café y, a veces, los panes, y donde nos coja la noche, ahí dormimos, en el suelo porque siempre ando con mi sábana. Y cuando los perros menean los puercos, Macuso le tira, yo me subo en una mata porque ellos pelean mucho, hasta que lo matan. Cuando lo matan, él me llama, yo bajo de la mata, prendo una candela, lo mojo un poquito, ahí mismo lo pelo, lo abro por la barriga, le saco las tripas, boto el desperdicio, le hago dos hoyos por la barriga, lo amarramos y otro hoyito por el hocico, pasamos la soga y amarramos por las patas de atrás y hacemos una brisaca. Si matamos dos, Macuso trae uno, yo otro. Si matamos dos chivos, él uno y yo otro. La vida del monte es buena, hay que dormir donde le coja la noche a uno”.
Aníbal Díaz Pérez (Medina), 63 años, exalcalde de Oviedo, es propietario de una finca donde abunda la planta, en paraje Caco. Otras plantaciones existen al sur del municipio: Paradise, Manuel Goya, La Última Razón, Porvenir y Bucan Isidro.
“La fruta es muy muy sabrosa y codiciada, sobre todo por los oviedenses en Santo Domingo. Viven llamando para que les guarden, y los que están en Estados Unidos piden que se la guarden frisada, porque el mijo tiene la particularidad de que se congela de un año para otro y al descongelarse está sano, igual, no se altera su sabor, su naturaleza… Ya la gente espera la zafra”.
“El vino es exquisito. No se ha industrializado todavía. Tengo la idea de conseguir tres o cuatro barricas para llenarlas granos y llevarlas a Neiba, como muestra (procesan uva parra), y ver su calidad y beneficios, pero lamentablemente ahora se nos dañó la cosecha. Espero hacerlo después para ver si sacamos una marca en honor a ese vino de la provincia Pedernales, que de paso, en el mismo Pedernales el fruto no existe, sino en Oviedo”.
Díaz Pérez argumenta que la planta “crece natural en la isla, desde siempre, se da de manera silvestre. Hemos trabajado para protegerla en cada una de las propiedades de nosotros por la importancia que tiene el contenido de la misma. Es una fruta muy sabrosa, muy alimenticia. Según informes, produce sangre, pero también salen unos jugos exquisitos. Aquí, las personas que venden en cafeterías almacenan muchísimo mijo para hacer jugos y para consumir. Mucha gente de la zona (La Colonia, Villa Esperanza, Juancho y otras van por zafra a recoger la fruta. La cosecha es siempre en octubre, noviembre, diciembre. Pero este año hubo una gran sequía no se pudo hacer la gran cosecha que esperábamos. Maduró muy pequeñito y por eso no tuvo gran demanda este año. No sabemos si para esta fecha va a florecer de nuevo, esperamos que sí, para que, aunque sea en enero, tengamos, una producción”, explica.
Ricardo Estévez, agrónomo al servicio del Instituto Agrario Dominicano y agricultor de su minifundio de Aguas Negras en Pedernales: “El mijo da un vino muy bueno, excelente, y hacen jugo también. Eso es como nuestro guavaberry. En verdad nosotros lo hemos explotado poco, durante un tiempo los oviederos le dieron mucha promoción, pero después se cayeron”.
Para Dania Regalado, mercadóloga oviedense residente en la capital, se trata “de una fruta única, inigualable, que en este mes la mayoría de las cafeterías lo venden. Vende Jairo, quien es el que más hace, por la cantidad de frutas que compra, tiene su cafetería frente al ayuntamiento. También vende Bartola… El jugo es consumido por todo el pueblo, todo el mundo lo hace en su casa”.
Guavaberry allá, mijo aquí
El blog https://mipais.jmarcano.com, creado por el maestro de la Botánica, científico y profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, José Eugenio Marcano, para la divulgación de información científica con énfasis en temas ambientales y ecológicos con fines educativos, y continuado en su honor por la familia, describe el guavaberry como una bebida tradicional de San Pedro de Macorís. El profesor Marcano dedicó parte de su vida a identificar la flora del parque nacional Jaragua.
El catedrático Bolívar Troncoso, geógrafo y gastrónomo, no ha probado aún el mijo de Oviedo, sí el guavaberry.
“Me interesa mucho probarlo. En mi casa de Hato Mayor, en la finca de papá, nuestra gastronomía era la cocola (tenían un cocinero cocolo) y el guavaberry nunca falta en diciembre, sabroso”, enfatiza.
A los cocolos, afrodescendientes de islas inglesas ((Dominica, Monserrate, Antigua, St. Lucía, Tortola y Saint-Kitts-Nevis) en el Caribe, que migraron a la provincia oriental de República Dominicana en la década de 1880, le atribuyen la creación de la “bebida de los dioses”, una combinación de Arraiján con ron, frutas deshidratadas, jengibre, especias dulces, vainilla, todo hervido y con azúcar parda. Habían llegado a Macorís, provincia distante 67 kilómetros al este del Distrito Nacional, en la goleta Echar-Apitex para trabajar en los prósperos ingenios como cortadores de caña y, por el dominio del inglés, en labores técnicas.
Entre 1919 y 1921, la ciudad de SPM fue puerto de entrada del 48% de los inmigrantes (76% negros), según el censo de 1920. En ese tiempo, 5,666 de esas islas se radicaron en la provincia, destaca el artículo Garveyismo y Racismo en el Caribe, septiembre 2022. Instituto Nacional de Migración.
Con su bebida alcohólica, alimentos y la expresión folclórica Los Guloyas, esos migrantes son parte del sincretismo cultural pedromacorisano, relievado por Juan Luis Guerra y su orquesta 440 en su propuesta musical Guavaberry (1987).
Según los Marcano, el Arrayán (Myrciaria floribunda Berg) “es una fruta diminuta, anteriormente muy popular. También se le llama guavaberry, mirto o murta en Puerto Rico; guavaberry en San Martín y San Eustaquio, guayabillo en Guatemala; coco-carrette, merisier-cerise o bois de basse batard, en Guadalupe y Martinica; cabo de chivo en El Salvador; escobillo en Nicaragua; mijeo o mije colorado, en Cuba; mijo en República Dominicana; bois mulatre, en Haití; roode Bosch guave, saitjaberan o kakri hariraroe tataroe, en Surinam; guayabito o guayabillo blanco a especie relacionada, en Venezuela…”.
Puntualizan los autores que a partir de ese fruto se elabora un licor llamado guavaberry, bebida introducida en la región este por los cocolos, aunque ya el fruto existía aquí antes de su llegada. Especifican que los frutos del arrayán son pequeños, rojos y amarillos, pueden comerse en estado natural, en refrescos y mermeladas.
En un artículo sobre la Myrciaria floribunda o Arrayán, publicado por Wikipedia, lo describen como cabo de chivo, escobillo, escobillo, guayabillo, mije, mijo, mizto o murta, y en inglés como guavaberry, árbol con ramas de color marrón y flores blancas y rosadas, presente en algunos países del Caribe que puede crecer hasta 20 metros. Es propia de bosques costeros y secos y sobre piedra caliza oolítica. La fruta es redonda o achatada, de 5/16 a 5/8 de pulgada (8-16 mm) de diámetro; roja oscura (casi negras) o amarillo anaranjado, muy aromáticas, y de sabor agridulce; con una semilla globular.
Destaca que en RD los frutos del Arrayán se comen en estado natural, se preparan refrescos, mermeladas y un licor muy popular (guavaberry). Los frutos maduran a final de año y por ello el licor guavaberry se asocia a las fiestas de Navidad (una mezcla de los frutos con ron o vino, frutas deshidratadas (pasas, ciruelas pasa), especias (canela, vainilla), jengibre y otros), precisa.
No sabe igual
Con su campechanía singular, Paquita Macuso cree que el árbol de mijo es diferente al de guavaberry, pero con la destreza del campesino dominicano, le deja una brecha a la ciencia.
“Son diferentes porque el mijo tiene la hojita más chiquita y más negra. Digo… pacá, pa esta zona, donde yo la conozco; no sé para allá. Unas matas se dan alta y otra se dan bajita, unas son amarilla nete, otra son morada nete. Nete es un decir (sonríe). Otra son rosada, roja clara. Porque hay tre clase de mata de mijo: hay una negra, otra son amarilla y otra son roja, y a vece un poquito moradita. La mata que la echa negra, a veces salen moradita oscuro (no le contesto de una vez porque estoy lavando…”. Es domingo por la mañana, comienza diciembre.
Neftalí Garrido está en su pueblo, Oviedo. Es un inquieto por la naturaleza, como su padre, Blanco Turbí, un conservacionista solitario de toda la vida de las tortugas que llegan a desovar a la costa, sin siquiera una pensión solidaria del Gobierno pese a la edad y la ceguera creciente.
“Yo no tengo información del guavaberry, pero hay personas que están aquí y están allá, y dicen que no es lo mismo”, acota.
Una versión contraria sostiene Díaz Pérez, dueño de una finca donde la planta abunda silvestre, su estado natural.
“Es la misma fruta, es la misma, lo que es diferente es su uso. Licor guavaberry en San Pedro de Macorís, ellos la han industrializado. En Oviedo hacemos vino, jugo y hasta mabí”, enfatiza.
Garrido sí coincide con Díaz Pérez en cuando al uso y a la baja en la producción del 2024 que termina.
“Oye, Tony, este año no hubo gran cantidad de mijo. Aquí se está usando mayormente para jugos. El vino se hace, pero es en algunas familias, que lo hacen para degustarlo entre familia en Navidad. Esta vez no se pudo hacer. Es solo echarlo en un galón y se deja fermentar y se cuela. No tenemos una fábrica para hacerlo ni para venderlo. Todavía, todavía, no se vende, aunque pudiera ser”.
Explica que conoce el mijo como un árbol que puede crecer hasta tres metros, pero si es un bosque muy alto puede subir altísimo, seis o siete metros, aunque puede parir a un metro de altura.
“Es como si fuera una mata de cerezas. Aquí, en Oviedo, se da bajito, que uno lo puede recoger fácil. Hablando en extremo puede alcanzar un pie de grueso, pero básicamente son palos finos, ramitas, la mata es color limoncillo y la hoja verde brillante. Y la flor blanca como la de ají. El mijo que aquí se conoce tiene dos colores: amarillo y rojo, que varían mucho. El negro no es negro, sino rojo intenso. La tonalidad varía. Hay matas que los dan así. La semilla se la comen los cerdos y creo que las jutías. Las jutías aprovechan que llueva y las semillas en el suelo se ablanden… He visto surcos de las jutías donde hay matas de mijo”.
Desde su perspectiva, se da por parte, dependiendo de cómo se comporten el año y las lluvias.
“El proceso comienza más o menos en septiembre y va mudándose por parte, un mes por sector. La zafra puede durar como tres meses. La planta empieza a florecer en junio; en julio y agosto va mostrando los granos; madura en septiembre, octubre y noviembre. La cosecha masiva siempre empieza en La Rabisa (costa de la laguna), luego en Caco, Fondo Paradise y Juan de Lino. Luego, la gente guarda para sorprender en diciembre a las amistades con vino, pero casi siempre lo usan para jugo y mabí. Se puede hacer fincas de mijo, yo tengo aquí en la casa, pero no paren normal porque le gusta la roca, para allá, para la costa”.
Destaca Garrido que cuando el fruto crece en óptimas condiciones adquiere el tamaño de la uva de Neiba. “Pero no da racimos como la uva, sino como la cereza, y algo muy importante: el mijo es muy susceptible a la sequía y al exceso de lluvia. Si llueve demasiado, se cae aun con buen tamaño (50%); si no llueve, también se pierde la cosecha. El color no es del mijo, sino de la cáscara, ella lo transmite después que está maduro entre60 y 80%. Los cuatro espacios donde se producen son: La Rabisa, Juan de Lino, Caco y el Fondo Paradise, siempre buscando la costa. No entiendo bien por qué se cayó la cosecha, porque sequía, sequía, no hubo. Ahora se caen más por las lluvias.
De acuerdo a Garrido, el fruto se conoce en dos colores: amarillo y rojo, que varían mucho. “Dicen que es negro, pero no, es rojo muy intenso. El otro es amarillo. Son colores muy sensibles”, resalta.
Más allá de las disquisiciones sobre la fruta base del licor guavaberry y el mijo, emergen las huellas culturales de un pueblo del sur-este (San Pedro de Macorís) y otro del sur-oeste extremo (Oviedo, Pedernales), expresadas en los sabores y los colores. Unos, en la llamada “bebida de los dioses”, hervido, con alcohol y especias; otros, al natural, en batidas y vinos.
Dania Regalado manifiesta orgullosa: “Esa fruta, el mijo, tiene un sabor muy particular. Aparte del jugo o el vino que uno puede hacer, tiene un sabor fuerte, para mí, único. Algunas personas lo comparan con guavaberry, con moras… pero el sabor no se me parece en nada”.