Su obra resume con claridad la simplicidad de sus símbolos y formas, pero, de ningún modo, esto refleja cierta debilidad estructural y estética. Por el contrario, sus amplias zonas, llámense atmósferas, superficies y perspectivas, reflejan excelentes ámbitos visuales creando la densidad de un lenguaje que comunica la frontera de la realidad de las cosas. Por lo tanto, no hay espacios intermedios en cuanto a la composición por la libertad que el artista confiere a sus cuadros y dibujos.

Es evidente, además, el uso inteligente del color, que permite, al estilo de Pierre Bonnard, unos contrastes bastante sugerentes por las masas compactas de los amarillos-ocres claros. Estos colores contrastados permiten determinadas franjas densas y vibrantes que se convierten a la vez en metáforas y en “una maravillosa variedad de matices”. Los rosas, naranjas y violetas son el resultado de armonías y de una vigorosa intensidad que lleva al espectador a sentir una fuerte carga emocional y el éxtasis que revela las premisas de Gonzalo Borges, cuyos impulsos derivan de sus impresiones de la naturaleza y el fiel espíritu de su obra. [1]

Se trata de un artista memorioso por las reminiscencias que acota en sus pinturas y dibujos. De hecho, sus símbolos y vivencias recurrentes en su creación artística acusan una combinación de perspectivas al ofrecer un contexto antropológico que constituye la base de crear “leyendas y mitos” a partir, precisamente, de su memoria prodigiosa que se caracteriza, entre otras cosas, por los recuerdos, los comportamientos psicológicos de las personas que interactúan en sus cuadros y dibujos.

A veces, la mirada de cualquier obra suya surge desde el crepúsculo donde plasma nubes y cielos desde una perspectiva espiritual de ambos. Desde esa tesitura de la memoria, Gonzalo Borges puede hacernos recordar cualquier edificio de La Habana, una ventana, una calle, un río, un parque, un paisaje por donde su vista se perdía tratando de percibir de manera emotiva las perspectivas de sus tonalidades: azules, blancas, verdes y amarillas. Puede hacer que el espectador escuche el silbido de algún pájaro del Caribe, al recoger ese eco en sus magníficos bodegones. Y, singularmente, toda una vida entera del tiempo que vivió y que recuerda aún sus vibraciones, y nos deje saber que la memoria en su creación plástica le sirve para medir los hechos de una época a otra.

Sabemos que el acto pictórico depende básicamente de la memoria, también de los recursos técnicos y, por último, de la función emotiva que Gonzalo Borges comunica mediante signos visuales y lingüísticos a partir de enunciados teóricos donde interviene lo real o imaginario. Si atendemos a esta concepción en que se debate su arte, llegamos a la conclusión de que el sistema de distintos enfoques permite que el espectador se forme una idea del contexto específico con relación a lo imaginado y la laboriosidad del artista para articular metáforas, símbolos, formas, ideas, colores que forman una semántica estructural.

Obra de Gonzalo Borges.

Es bien sabido que Gonzalo Borges, desde su adolescencia, ha vivido un hondo sentimiento por la naturaleza y por ello atesora en su memoria tantos recuerdos que ha llevado al lienzo y al dibujo. En esa rueda del tiempo, su creación artística está bien marcada si analizamos el desarrollo y la secuencia de su metodología antropológica y la filosofía unidimensional que representan sus símbolos, formas e imágenes, cubiertos por todas las variables de los colores.

A partir de estos aspectos mitológicos, y siguiendo la meta bien marcada de su realismo mágico, Gonzalo Borges establece una nueva forma de pensar, de asimilar el arte y medir el nivel de su calidad. Todo ello implica una particular planificación a la hora de iniciar el proceso de su creación plástica. Esta es la razón, la lógica, la noción, la previsión imaginaria y descripción que aborda este extraordinario maestro con su dominio técnico y experimentación.

Con ello establece una especie de certidumbre, de subjetivas historias con relación a sus visiones sobre “los mitos y leyendas”, donde se destaca el microuniverso de todo el conjunto del cuadro o del dibujo, el discurso plástico que en su totalidad alcanza tendencias y leyes artísticas muy particulares de Gonzalo Borges. Su conocimiento estilístico le permite crear una perspectiva real e intelectual en varias de sus obras, conforme a su método y una naturaleza que reproduce y define hasta que se incorpora al discurso psicológico.

Otra característica recurrente en la creación artística de Gonzalo Borges es la tauromaquia donde vuelca su poder mental para plasmar la fuerza del toro,  en sus modalidades, las cuales, desde un discurso paralelo hombre-animal representa un mundo antropológico, una formulación del asiento del arte con la representación del bisonte perteneciente a la pintura prehistórica sobre roca. Estamos seguros de que el maestro cubano bebió en esas fuentes primigenias para crear en sus composiciones la simbología del toro a partir de su memoria visual y su dibujo de indiscutible cartografía.

De esta manera, el vocabulario pictórico del maestro Gonzalo Borges nos remite a “los primeros testimonios históricos” con relación al arte, y que el reconocido antropólogo, Eric Newton, en su obra Las artes del hombre, describe con palabras precisas. En ese sentido, expresa: “Lo que heredamos del hombre del Paleolítico,  -instrumentos de pedernal, tallas de huesos y, sobre todo, pinturas en las paredes de cuevas- nos dice que era cazador y artista”. Expresa también: “Es menos sorprendente que haya hecho armas primitivas para que le ayudasen en la caza, que el que fuera capaz de educar su memoria visual en grado tal que le permitiera registrar la apariencia exacta de los animales que cazaba”.

Más adelante, acota Newton: “Esos testimonios pintados, de los cuales se han descubierto hasta ahora centenares en cuevas de la Europa occidental y sudoccidental, revelan claramente que las primeras pruebas de civilización se encuentran, no en escritos, ni tejidos, ni construcciones, sino en dibujos y pinturas, y que los primeros artistas eran no meramente buenos, sino registradores de primera calidad de la apariencia y la conducta de los grandes animales, aun cuando fueron registrados ineficaces probablemente por falta de interés, de la forma y actividades de hombres y mujeres”. [2]

[1] 1 Bernard Dorival: Pintores del siglo XX, de la Escuela de París.Traducción de Elisabeth Mulder. Ediciones Garriga, S. A. Barcelona, 1963,  p. 31.

[2] Eric Newton: Las artes del hombre. Traducido al español del original en inglés por Florentino Martínez Torner. Editorial Herrero, S. A. México. 1963.  P. 27.