En el centro de una hoja de papel en blanco, con una caligrafía impecable, un niño del Liceo-Escuela Nuestra Señora del Carmen, ubicado a menos de cien metros de la esquina de la Florera, inicia su impresionante mensaje para decirle adiós a aquella mujer de auténtica sonrisa, que, quizás -como ocurrió con mis hijos- algunas vez le ayudó a cruzar la calle.

Como toda guerrera, y al igual que millones de mujeres de nuestro país y el mundo, la Florera trabajaba de lunes a lunes -y así lo expresan sus hijas, otros familiares y sus amigos-. Y sólo no trabajaba los días de Viernes Santos, quizás para ponerse en comunión con Dios. Cumplidos sus cincuentiocho años, esta semana, la sorprendió un infarto. Ella estaba ejerciendo su oficio de florera, rodeada de flores.

Su nombre era sencillo como la gente que le compraba flores, desde la mañana hasta el anochecer. Se llamaba Hilda María Pérez. Era oriunda de Quitasueño, de Haina, y residía en aquel municipio de nuestro Sur, pero vivía todo el día adonde desarrolló su vida por más de veinte años. Allí, en la calle Juan Sánchez Ramírez esquina Benito Monción. Había instalado su negocio de flores, y de vida, hace más de dos décadas en la esquina desde donde prodigaba amor y alegría a todo el ciudadano que por allí pasaba; y que aún pasa.

Personas de todas las clases sociales se detienen allí para hablar de la florera. Era todo amor y dulzura. A ella le escribió un poema Hugo Tolentino Dipp; y le cantaron Xiomara Fortuna y otros; más recientemente, el prestigioso jurista Cristóbal Rodríguez le escribió un artículo en el periódico Diario Libre.

Hilda María -La Florera- era una mujer de piel negra, sin complejos, con sabor a miel. Ella está registrada documentalmente como una de las 100 mujeres más destacadas del país; y está recogida en un libro que se publicara, a propósito de la selección de cien figuras estelares femeninas.

Cuando le pregunté a una de sus hijas, a Nairobi, que cuál era la pasión de la Florera, me contestó: "Le gustaba ayudar y dar. Le encantaba dar desayuno y almuerzo. Iba al mercado para que le rindiera el dinero para dar de comer a los humildes, especialmente a los enfermos. Le pedía a Dios que la ayudara a vender mucho, para dar".

Me permito transcribir el texto completo del párrafo escrito en la hoja que cuelga del mural que un artista realizara para honrar la memoria de la Florera:

"Gracias por vender estas lindas flores; fuiste y seguirás siendo la dueña de la esquina. Le diste color a esa bella esquina, y ahora te recordamos por ello. Te agradecemos por darnos esas bellas flores para decorar la casa o para dárselas a alguien. Espero que sigas vendiendo flores y decorando en el cielo; serás extrañada desde acá. Ahora es nuestro turno de llenar de color esta esquina. Gracias".