Fortunata y Jacinta”, la novela más celebrada de Benito Pérez Galdós, se publicó en 1887, durante el periodo de la Restauración Borbónica, aunque la historia transcurre entre 1869 y 1876. En España sólo es comparable, por su intensidad, con “La Regenta”, de Leopoldo Alas, “Clarín”, y, a mi entender, en el ámbito internacional, con la obra de Balzac. Como en el caso del francés, la novela galdosiana surge de un amplio mundo repleto de personajes y tensiones que, en el español, corresponden a la situación de los habitantes de las ciudades. Incluso se ha insistido en la exactitud de su paisaje urbano madrileño.

Destaca, por eso, en esta novela la cantidad de personajes que habitan su mundo y la variedad de perfiles psicológicos pertenecientes a individuos de distintas capas sociales. Además, el virtuosismo de la técnica y los procedimientos del realismo nos permiten familiarizarnos con este universo que, pese a la distancia temporal que nos separa, no nos resulta lejano.

Fortunata y Jacinta.

Los hilos temáticos que se desarrollan en “Fortunata y Jacinta” dan cuenta del bullicio de la vida ciudadana de la segunda mitad del siglo XIX, en este caso en Madrid. Aristócratas, banqueros y exponentes de una burguesía rentista, pero también comerciantes y menestrales, constituirán la materia novelable del escritor. Personajes que adoptan valores y principios morales que Galdós lleva a sus contradicciones cuando una situación anómala los altera.

Las mujeres protagonistas, Fortunata y Jacinta, cuyos destinos no tendrían que haber coincidido, se juntan por la calaverada de un señorito presuntuoso, Juanito Santa Cruz, hijo mimado, donjuán cínico que seduce a una mujer del pueblo, a la que deja embarazada. Juanito se casa, como era de esperar, con su prima Jacinta, modelo de virtudes y antítesis, por lo tanto, de Fortunata. Pero ésta no renunciará al amante y seguirá manteniendo con él una relación clandestina.

Aunque Fortunata intente regenerarse, casándose con un farmacéutico, volverá a la antigua relación, no sólo por la insistencia de Juanito, sino también por la lucha soterrada que emprende contra Jacinta, a la que considera su rival. Jacinta, la esposa, languidece al no aportar hijos al matrimonio y, por ello, Fortunata busca afirmarse como la preferida, ya que es capaz de dar vida y ello le proporciona poder sobre Santa Cruz. Esta debilidad de Jacinta despierta la obsesión de ser madre adoptando al hijo de Fortunata. De esta forma espera restablecer el equilibrio familiar.

En el universo concebido por Galdós el matrimonio asegura la cohesión social. De ahí que personajes como el solterón o la amante no encuentren acomodo reglado por las normas establecidas. Es sabido que los hijos naturales eran muy comunes en la España de su tiempo, por encima de la media europea. La doble moral permite y fomenta tipos como Juanito, joven mimado de buena familia, que toma cuanto desea sin importarle el daño que cause.

Pero lo profundamente dramático en esta novela galdosiana es que Jacinta no pueda tener descendencia. Esta circunstancia altera el sentido de la familia, dado que la función de la mujer, además de ocuparse del hogar, es asegurar la vida de la especie. Del mismo modo, es una anomalía que Fortunata se niegue a cumplir su papel de esposa del farmacéutico ⸺lo que resolvía su vida⸺, empeñada en disputarle el marido a Jacinta.

En el contexto del siglo XIX español, la moral católica se imponía adoctrinando e interviniendo en los planes educativos, además de en la moral cotidiana. Esto, para la mujer, significaba imponer el modelo de La perfecta casada, de fray Luis de León, donde se indica, por ejemplo, que ser estéril era una maldición bíblica.

La solución galdosiana se ofrece desde el inicio de la novela: lo mejor sería adoptar al niño ilegítimo de la amante, y la narración se cierra con Fortunata aceptándolo, al fin, en su lecho de muerte.

 

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

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