Resulta difícil encontrar a un lector comprometido que no haya, por lo menos, leído una de las obras de Gabriel García Márquez (1927-2014). Digo difícil porque este autor es responsable de inculcar el hábito de la lectura y la escritura a generaciones de personas. En mi caso, descubrí su magistral narrativa gracias a mi profesor de español (Máximo Barclay Santos) cuando cursaba el tercero de bachillerato, hace ya de eso unos largos años. Recuerdo que en una clase dicho profesor nos miró a todos serenamente y dijo con su voz suave y firme. «La tarea para la semana entrante es exponer una obra del autor que ustedes consideren». En ese momento yo no era un joven comprometido con la lectura, pese a que algunas veces ojeaba algunas páginas de los libros de español del liceo en busca de cuentos e iba a la pequeña biblioteca de la escuela en mi tiempo libre y con las yemas de los dedos tocaba las manchadas enciclopedias que se mantenían firme en los anaqueles como resistiendo a los embates del olvido y de la circunstancia. Recuerdo que en varias de esas visitas a la biblioteca la curiosidad me arrastraba a abrir algún libro que sobresalía del montón, lo cogía y cambia de páginas solo para matar el tiempo… Finalmente me entretenía con cualquier tontería. Esa era la única experiencia que tenía cercana a la lectura.

Al día siguiente del profesor haber asignado la tarea me le acerqué y le comuniqué que no sabía cuál libro estudiaría. Me preguntó que, si había leído Crónica de una muerte anunciada, le dije que no. Entonces se paró de su asiento y les preguntó a todos que, si alguno había elegido, como obra de estudio, la ya mencionada; la repuesta fue un prematuro silencio, luego me miró y agregó con voz suave: «Pues si nadie la ha elegido, ésta es la tuya» y puso en mis manos un ejemplar maltratado de la obra.

Así empezaría mi pasión por la lectura en general, y por las obras de García Márquez (quien fue) junto a Juan Bosch, los primeros escritores que leí. Todos los que conocemos la narrativa de este autor sabemos que lo que atrapa a uno es su forma de escribir. Un estilo único, que mantiene al lector leyendo y descubriendo que traerá la siguiente página. Los inicios de sus novelas son memorables y para un lector comprometido le sería difícil olvidarlos: 

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.” (Cien años de soledad) 

“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.” (El amor en los tiempos del cólera) 

Debo puntualizar que no solamente es en sus novelas (como suele suceder con muchos novelistas que tienen un estilo de escritura para cada género que desarrollan) para el máximo representante del realismo mágico la diferencia es: que tanto en sus novelas como en sus cuentos nos encontramos con el mismo estilo de narración. Un estilo que se mezcla entre lo serio y lo gracioso.

Márquez describe su amplio universo literario de una forma que a la vez nos parece extraño y a la vez hermoso. Es ahí donde está la magia de sus creaciones. Leer, por ejemplo: El coronel no tiene quien le escriba (1961), introduce al lector a una historia desesperanzadora pero que a medidas que se va leyendo se puede llegar a pensar que el coronel por fin llegará a recibir lo que tanto espera. O que en una de las tantas salidas en busca del peso para el sustento del hogar podrá conseguir algo, pero la honradez y la vergüenza no hacen posible lo deseado y vemos a un anciano vencido regresar a su casa con las manos vacías en cada una de sus salidas y a una mujer que le reprocha su forma de ser y su fracaso diario.

García Márquez es un escritor que desde sus inicios fue armando un complicado mundo ficticio en sus obras primarias que al final, dichas obras, estarán conectadas para dar a luz a su obra maestra, Cien años de Soledad (1967), convirtiéndose ésta en el núcleo de sus múltiples creaciones iniciales, tales como: La Hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), La mala hora (1962), Los Funerales de la Mamá Grande (1962). Diferentes historias, pero que están conectadas a Macondo el pueblo ficticio bananero donde Gabo le dio protagonismo a la familia Buendía… Convirtiendo a Cien años de Soledad en la obra cumbre del realismo mágico.

Aunque nos encontramos con estos libros primarios ya mencionados (Que están conectados a Cien años de Soledad por el lugar y los personajes) fruto de la pluma Marquiana, también nos hallamos con historias que se alejan de la narrativa de este inmortal escritor; por ejemplo: Del Amor y otros demonios (1994), es un buen ejemplo de lo que digo, pero también lo es: Memoria de mis putas tristes (2004), o, su libro: Ojos de perro azul  (1972) que reúne los primeros catorce cuentos del escritor colombiano, publicados primero entre 1947 y 1955 en el periódico El Espectador. 

En Del amor y otros demonios, descubrimos que, desde la primera página, entramos en un ambiente narrativo que en nada se nos parece al que estamos acostumbrado con dicho autor. Esta novela nos traslada a Cartagena de Indias (Colombia), en el siglo XVIII y caemos de golpe en una historia que nos mantendrá aletargado tratando de descubrir cuál será el final de (Sierva María de todos los Ángeles) la protagonista; una joven no deseada por su madre y por la mayoría de los que la rodean, y que tiene la mala suerte de ser mordida por un perro con el mal de la rabia, cuando era niña. 

Su primer afecto de amor, en sus años mozos, procede de su padre, un hombre de poco hablar y que no hace alarde del cargo diplomático que ocupa en el reino; este último será llevado a la depresión y casi a la locura después de verse obligado a entregar su hija a la iglesia católica para que las monjas arranquen de raíz un supuesto demonio que hace que la adolecente se comporte como lo hace. La joven en su proceso de curación conocerá el amor carnal de manos de (Cayetano Alcino del Espíritu Santo Delaura y Escudero) Vicario de la iglesia, a quien se le da la tarea de expulsar el supuesto ser maligno que la posee.

En las múltiples evaluaciones a la joven, el Vicario observará que no está poseída por ningún demonio como piensa la iglesia. Llega a la conclusión de que todo es producto de la crianza por manos de esclavos negros, al servicio de sus padres, los cuales le inculcaron sus costumbres africanas y sus dialectos. Finalmente, la joven no encontrará la muerte en la mordida del perro como lo predijo el médico de la familia, sino en el amor correspondido, pero que se ve obligada a alejarse de él…, la depresión será su verdugo. 

La iglesia nunca aceptará las teorías de (Cayetano Alcino del Espíritu Santo Delaura y Escudero “Vicario”) sino que hará todo lo posible para alejarlo de la joven porque temen que el demonio que la controla lo esté arrastrando a su perdición. Y efectivamente es así, aunque lo que lo aleja de sus votos no es un demonio, sino el deseo de la carne: finalmente la locura en que lo tiene sumergido el amor por la muchacha lo obliga a olvidarse de sus votos y se deja envolver cuyo Adán, por la tentación, aunque esta relación no llega eflorecer por la severidad eclesiástica en que se ve envuelto.

El premio Nobel de Literatura (1982) en esta novela se aleja completamente de su lineamiento histórico–narrativo del cual estábamos acostumbrado en sus principales novelas y sus cuentos; deja a un lado a su pueblo ficticio (Macondo), y crea una historia apasionante que en ningún momento deja de ser interesante e impactante, pero si muy distinta a las demás. Márquez dejó una rica creación literaria, que como dije al principio: ha servido de mucha importancia para muchas generaciones de lectores y escritores. Obras como El amor en los Tiempos del cólera (1985) son lecturas obligatorias para millones de lectores.