"Si alguna vez me cruzas por la calle. Regálame tu beso y no te aflijas. Si ves que estoy pensando en otra cosa. No es nada malo, es que pasó una brisa. La brisa de la muerte enamorada que ronda como un ángel asesino. Más no te asustes, siempre se me pasa. Es solo la intuición de mi destino" (Al lado del Camino/Fito Páez)
Canta Fito sobre la muerte “siempre enamorada”. Y cierto, es el final final de todas las seducciones. La Apasionada con el poder de evaporar las diferencias y las malquerencias. La Devoradora de Hombres que nos regala el peor de los olvidos. Por algo en el México Querido y Siniestro le cantan y la alaban.
A medida que los años se acortan y todo se hace menos sólido y duradero, sus efluvios circundantes son similares a un baile inoportuno, un matrimonio obligao, un dislocado amor sin orden de alejamiento ni divorcio de común acuerdo. Se que estás cerca pero ahora no.
Si, ella, tan puta y alocada acaba de ejercer su oficio muy cerca de mí. Le tocó a un viejo amigo de los tiempos que no vuelven, enterrar a su querida madre, a Gabina, la Gabi, amiga de sus amigos. Su cómplice.
En los años ochenteros, en la candelá de los jipismos culturatas, Miguelin y yo, vivimos la sicodelia de las tribus urbanas – Gazcue-Zona Universitaria y la otra Zona-, la de los míticos bares: Drakes, Rafflles y más tarde el Sohos. La Movida de la Noche Dominicana.
Luego, nos unió la distancia de la enemistad íntima noventera con huecos y acercamientos temporales.
Recuerdo aquellas menciones de mi nombre en sus artículos del periódico Hoy. Si mal no recuerdo escribía sobre mi estatus de perro verde, de avis rara, de mi condición de tímido y frugal pasajero en las noches de la Zona Colonial, de mi privilegiada condición de ser cuñado del doctor Guanai y su miel de vida y mi sankipankismo ilustrado.
Compartimos el balcón de Alejandro y Martha, las fiestas de Logroño en Sol de Invierno y los encuentros de Librería La Trinitaria las mañanas de algunos sábados. Aunque Miguelin (afrito y cartera de sociólogo uasdiano al hombro) era más del establishment de Dona Virtudes y del coro de prestigiosos intelectuales apoltronados en sus mecedoras. Yo, mientras tanto, hojeaba libros y a la vez me enteraba del repertorio de conversaciones entre Don Pedro Mir, Marcio Veloz, Manuel Del Cabral, Spencer, Mateo Morrison más joven y hasta Enriquillo Sánchez ceremonioso y esquivo, siempre esquivo. Un lujo comer boca de esa manera.
Pero todo siempre fue tan fugaz, sin consistencias ni permanencias más allá de lo necesario. Era un signo, una manera de vivir sin apegarse a los rituales de la llamadera, la pegadera. En fin, la antipandilla.
Una vez nos negamos el saludo en el antiguo de bar Falafel (Billini con Sánchez). ¿Las razones? No lo sé. Ya eso no importa. El tiempo es un gran borrador de cosas, emociones, disturbios y dolores.
Y ahora que llegamos a este camino hacia la vejez sin apuros, el cariño parece cuajar más sincero y la alegría de verse en los CielosNaranjas es auténtico. Su humor negro ya viene con otros matices y sus llamadas están llenas de risas, consejos y conversaciones fragmentadas.
Sí, Miguelín, ha muerto Gabina y yo no disfruté de sus amores. Vainas de la vida. No coincidimos para ese entonces y solo conservo en mi memoria su paz junto a ti en algún lugar de la ciudad. Nada, no tengo más que decir querido Miguelín. Un abrazo.