Si el ser humano está sin mundo ya y herido por el cielo, sus posibilidades de sobrevivir son escasas. La herida infringida por Dios debe ser mortal, porque mantener la vida con una hostilidad del cielo debe ser prácticamente imposible, pero el poeta Mieses Burgos ha desafiado a Dios, a su Dios y pretende reconstruir, a través de la resurrección de las palabras, el espacio del ser humano en el cielo.

Franklin Mieses Burgos

Por eso desafía a Dios como creador y crea un espacio paralelo. Moviéndose entre certidumbres filosóficas: el Dios único para él o los diversos dioses de la mitología griega que se desplazan por sus obras de teatro en verso son una construcción lírica de un autor que no dejó espacio a la improvisación; que escribió cada palabra consciente de que creaba un mundo singular. Las influencias lo enriquecieron y cumplieron el acierto de Harold Bloom «Las influencias poéticas no tienen porqué hacer que los poetas sean menos originales».

 

Los signos de indicio y las técnicas engaño-desengaño desarrolladas por Carlos Bousoño en Teoría de la expresión poética, son una clave en la obra de Mieses Burgos «La sorpresa es poética, lo mismo, que la antítesis en cuanto a que por medio de ella se intensifica “individualizadamente” la significación».

 

Mientras Quevedo dice: Oh, ¿la vida? ¿Nadie responde? Dejando la respuesta en un vacío existencial cuyo interlocutor debería ser un ser total a quien pide una explicación del mundo.

Ainé Cesaire y Mateo Morrison

Aimé Césaire, desde los padecimientos de la negritud y, viendo a ese Dios como ajeno, dirá: «He asesinado a Dios con mis palabras», Vallejo escribirá: «Hay golpes en la vida tan fuertes golpes como del odio de Dios», y Soledad Álvarez se pregunta: «¿En todas partes Dios / todas las guerras el hambre viva los estómagos / embalsamados / el ojo inmenso / de cíclope insomne de Dios, lo ve?».

Soledad Álvarez
César Vallejo. 1929.

Franklin Mieses Burgos, a partir de un Dios que admira y asume suyo, expresa: «¡Oh señor de la voz donde nacen los soles! / ¿Qué quieres Tú de mí que me dejas tan solo, / clavado ante el silencio de esta atmósfera tuya, / donde ningún esfuerzo derrumba las murallas, / la gran pared eterna que limita tu rostro? / ¿Eres sólo una máscara cubriendo su misterio; / una piedra cerrada donde sueña mi infancia? / ¿Aquella oscura infancia que en tus manos no tuve?».

Sin embargo, como creador, él mismo, paralelo a su Dios, también lo desafía «Te inventaré la historia que no tienes, / el existir patético que ignoras, / sólo con un decir / de palabras amables que convienen, / que precisan llegar con la misma premura / de ese rayo de sol, gozoso, que desciende / por disipar su lumbre en tus orillas».

 

Mateo Morrison en Acento.com.do