Que el fenómeno del llamado “turismo cultural” o de las “industrias creativas” se haya extendido y entronizado en el monocultivo del Turismo, constituye la subordinación de la esfera del arte y la cultura a los imperativos de la ideología  de mercado, fundamentalismo también vinculado, como forma de dominación, al consumo de los productos coloniales del ocio, metidos, al margen de toda transcendencia, en nuestra manera de pensar, ser y estar.

En tal sentido, durante la puesta en circulación del libro “Centro Histórico de Santo Domingo: Herencias Coloniales y Orígenes de la Nación Dominicana”, su autor, economista, especialista en educación y  consultor en Turismo, Dr. Juan Lladó, y el prestigioso historiador Dr. Frank Moya Pons, destacaron, en la presentación del susodicho volumen, el señuelo del “atractivo turístico como uno de los ejes fundamentales que alberga el Centro Histórico de Santo Domingo (CHSD). Por tal motivo, los argumentos y los datos presentados confluyen en proponer el nombre de Centro Histórico de Santo Domingo para el casco antiguo de la ciudad colonial.

En efecto, durante las palabras de presentación de la obra, y luego de algunas disquisiciones lingüísticas y la ponderación del turistólogo, el historiador destaca, halagadoramente, una de las secciones de la obra donde el Dr. Lladó nos recuerda que, en las últimas décadas, hablar dela ciudad Colonial se ha tornado consustancial con el turismo. Y que además, en términos generales, “el imaginario popular… asocia…la Ciudad Colonial como sinónimo de la visita de extranjeros que vienen a conocer los vestigios de nuestro ayer”.

De su parte, el Dr. Lladó, luego de considerar su libro como un exponente de “vestigios emblemáticos” y presentarnos algunas particiones estadísticas y de encuestas con relación al flujo turístico del país, afirma que “No hay ningún otro atractivo nacional que tenga el rango y distinción que tiene el Centro Histórico de Santo Domingo”. Poéticamente, más adelante, añade: “…sus emanaciones conservan su validez”. Más aún, se pregunta, “¿Que imanta a la clase media capitalina al CHSD los fines de semana y días feriados?” Considera que si la mayoría de los visitantes no se concentran en otros monumentos y sitios más emblemáticos, “Habría entonces que especular acerca de las verdaderas razones del hechizo.” De ahí que enumere varias hipótesis interpretativas que van desde nuestra “fascinación…a un deseo de aferrarnos al pasado ante la hojarasca pasajera de la vida”, la remembranza de “los buenos tiempo del pasado que nos provocan alegría”, y, por último, un ambiente “tan único y diferente que ejerce un agradable sortilegio de ensoñación…” De hecho, el autor, montado en la oleada del desarrollo turístico del país, sostiene que “La construcción de nuestro propio imaginario sobre el Centro Histórico permitirá una mejor evaluación” de las mencionadas hipótesis. En fin, todo un engranaje tendiente al “fortalecimiento de la gestión turística, cultural y urbana del centro histórico”.

Bien visto el punto, en el contexto de nuestro subdesarrollo estructural y condiciones de enclave del poder extranjero en el mundo globalizado, el Turismo y su lógica empresarial ha devenido como bálsamo temporal para los estragos de nuestra pobreza integral, a pesar de que, como materia prima intangible de exportación, se haya extendido a la legitimación del expolio de tierras y fracturas territoriales, entre otras. Indudablemente, el monocultivo del Turismo, aun en su entorno de servidumbre en la sociedad del espectáculo, genera, como actividad de servicio, múltiples oportunidades para pequeños emprendedores y puestos de trabajo, sin hablar de la precariedad laboral, sujetos al posicionamiento hegemónico de los carteles multinacionales en cuanto a su control de la oferta y la demanda, además del rumbo y la magnitud del movimiento turístico.  ¿Acaso, en estas circunstancias, constituye el Turismo, como agente de cambio, un mecanismo de transformación y desarrollo económico, social y cultural en los territorios donde opera?

Ahora bien, en el contexto de los bienes culturales, museos y monumentos, la interpretación oficial de los vestigios emblemáticos de la Ciudad Colonial  responden a los esquemas colonialistas, subordinados éstos al consumo turístico, el cual apuntala la expansión y hegemonía de las élites del poder empresarial y sus enormes inversiones. En otras palabras, el hecho que los atributos de los productos culturales y su consumo este diseñado para abarcar mercados con relación a un consumidor del ocio o entretenimiento, necesariamente entraña una estructura cultural homogenizada por un pensamiento único relativo al vigente régimen socio-económico, donde todo se mercantiliza. Y en consecuencia, creando una sociedad, estimulada por la mercadotecnia, de meros consumidores apoyados por una falsa ideología del bienestar, el despilfarro y lo superfluo. Banalizando de esta manera las dimensiones trascendentales de la humanidad.

De las hipótesis interpretativas: ¿Acaso deberíamos aferrarnos, en términos de alegría y ensoñación, a las remembranzas del pasado holocausto colonial como un producto de consumo? ¿Acaso detrás de los vestigios emblemáticos de las edificaciones coloniales no se esconde un proceso de exterminación de toda una población humana? ¿Acaso no debían declararse el Faro a Colón, la estatua del Almirante con Anacaona arrodillada a sus pies, y la estatua ecuestre del genocida Nicolás de Ovando, como símbolos, todos, de la ignominia?

Debemos reflexionar sobre el desempeño de la industria turística en términos de la construcción de otros espacios críticos, dado que dicho monocultivo no debe, aun como herramienta de la diversión, legitimar, fomentar y justificar un ideario colonial fundamentado en la exclusiva impresión o percepción visual de la belleza y admiración de los vestigios emblemáticos, los cuales deben también servir, en cuanto al vínculo de pensamiento y objeto, como testigos del papel histórico que jugaron los colonizadores en el saqueo y exterminio de los pueblos originarios, y no perpetuando nociones de supremacía y una falsa narrativa de continuidad con el pasado.

 

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do