Foxtrot no me parece que sea una película mayúscula del cine israelí de los últimos años, porque a veces atraviesa esos terrenos de denuncia ya conocidos, pero su forma de condenar la absurdidad de la guerra en tres episodios me cautiva cuando menos lo espero. Se trata de la segunda obra del director Samuel Maoz tras debutar con Líbano (2009), estrenada en el Festival de Cine de Venecia de 2017, donde ganó el premio del jurado. Ha sido duramente criticada por las autoridades israelíes debido a la postura antibélica que interroga moralmente el rol del ejército en los papeles de encubrimiento. Y no es para menos.

 

En términos estructurales, se compone de tres largas secuencias que giran en torno a una tragedia familiar. La primera muestra a Michael Feldman, un arquitecto exitoso y padre de familia que vive en una casa acomodada en Tel Aviv, que cae rendido ante una crisis de angustia cuando recibe la noticia de que su hijo Jonathan ha muerto en el cumplimiento del deber, exigiendo respuestas de unos militares que se niegan a revelar los detalles del incidente. La segunda, en una escena retrospectiva, traslada la acción a un puesto de avanzada en la frontera, en la que Jonathan y otros tres soldados se pasan los días en un perpetuo estado de alerta, en un contenedor de carga que se está hundiendo simbólicamente en el lodazal, esperando al enemigo hostil disfrazado de camello (símbolo del atraso y la sumisión) que nunca llega por la carretera desolada, mientras registran las credenciales de algunos ciudadanos árabes que transitan en sus vehículos, de los cuales cuatro palestinos resultan acribillados a tiros en su carro en una noche lluviosa llena de miradas confusas. En la tercera, trata una discusión doméstica a puertas cerradas entre Michael y su esposa Dafna luego de haberse divorciado, en la que celebran el cumpleaños de su hijo fallecido, mientras sufren en silencio y comparten la culpa, asumiendo el cuadro de una familia disfuncional que carga las cicatrices imborrables del pasado.

 

El tríptico no solo le sirve a Maoz para cuestionar el sinsentido de la guerra de nunca acabar y las políticas burocráticas, sino, además, la manera en que el servicio militar obligatorio afecta las vidas de las familias involucradas y los jóvenes en el frente que pierden cualquier rastro de empatía humana, como si fueran piezas mecánicas que, por las circunstancias, bailan metafóricamente al ritmo del fox-trot, dando pasos para todos los lados sin conocer el final del camino y lo que depara el destino incierto.

 

Su puesta en escena opera con cierta multiplicidad tonal y poesía visual para desarrollar la psicología de los personajes a través de dispositivos como la elipsis, las simetrías, el desencuadre, el picado, el primer plano, el encuadre móvil, el diálogo no iconógeno, el leitmotiv Spiegel Im Spiegel de Arvo Pärt y un estatismo que habitualmente produce un humor lacónico con el uso de un gran plano general que remonta al cine de Andersson y de Suleiman. Sus personajes parecen suspendidos en una tierra zigzagueante, de muchas variaciones, en la que gravitan alrededor del dolor, la pérdida y el luto. Y siempre me resulta creíble lo que expresan, sobre todo de ese gran actor que es Lior Ashkenazi cuando hace de padre afectado por el duelo que no se supera nunca.

 

Ficha técnica
Título original: Foxtrot

Año: 2017
Duración: 1 hr 46 min
País: Israel
Director: Samuel Maoz
Guion: Samuel Maoz
Música: Ophir Leibovitch, Amit Poznansky
Fotografía: Giora Bejach
Reparto: Lior Ashkenazi, Sarah Adler, Yonaton Shiray, Shira Haas, Irit Kaplan,
Calificación: 7/10