Como joven investigador dominicano interesado por estos temas, como cibernauta y como gestor cultural que usa como eje transversal las redes sociales en este mundo globalizado, además como un ciudadano que ha vivido este proceso de pandemia mundial del covid-19. He querido compartir algunas ideas sobre la temática, para quienes cada domingo leen esta esta columna, a quienes agradezco por esa muestra de apoyo.
El pasado viernes, invitado por el Departamento de Folklore del Ministerio Cultura, compartí con jóvenes estudiantes del Liceo en Artes Salome Ureña de la Zona Colonial, en el inicio del proyecto: “El Folklore en la escuela”, con un conversatorio titulado: “Folklore, juventud y redes sociales”. Un encuentro interesante y muy participativo.
Lo primero que quiero es, felicitar al Departamento de Folklore, en la persona de sus funcionarios, los maestros, Kenia García y León Campusano, por la iniciativa de este evento, que se hace necesario en estos tiempos, sobre todo pensado para estudiantes, y segundo, agradecer por tomarme en cuenta para iniciarlo con este conversatorio, que ya había compartido en el mes de noviembre del año 2022, con estudiantes universitarios de la Universidad Francisco de Miranda en Venezuela, donde soy docente investigador asociado.
Para hablar de folklore y consumo cultural, lo primero que debemos explicar, que el folklore, folclore o folclor proviene del inglés folk, que significa “pueblo”, y lore, “saber”. Es el conjunto de prácticas, tradiciones, saberes y creencias populares que pertenecen a un grupo humano, especialmente a una cultura o a una población específica (Noyes, Dorothy 2012).
Estas prácticas incluyen tradiciones orales, como cuentos, leyendas, proverbios, chistes, música tradicional y cultura material, que va desde los estilos de construcción tradicionales hasta los juguetes hechos a mano. También incluye las tradiciones, las formas y rituales de las celebraciones como la Navidad, Semana Santa, el carnaval, las danzas y los ritos de iniciación. Sin embargo, con el avance de la tecnología y la vida globalizada, la cultura y el folklore se han visto obligado a adoptar nuevas costumbres que trascienden las modas y pasan a ser representativas de la nueva organización de la sociedad, es decir, de la identidad y su colectivo.
En tiempo de pandemia y postpandemia del covid-19, donde estuvimos todos trancados y atemorizados, la sociedad asumió la virtualidad y las redes sociales como un puente de transmisión de elementos o eje transversal, para visibilizar y poner en valor las costumbres identitarias y culturales de los pueblos. Este fenómeno ocurrió de manera muy particular con la población joven del mundo, esos que siempre se han acusado de no consumir, consumir poco o no identificarse con su cultura.
Es por esta razón que los trabajadores del folklore, académicos, investigadores y gestores culturales que hemos vivido esta realidad, estamos hablando de un “folklore y una cultura virtual”, tomando en cuenta, lo que plantea la antropología: “que la cultura se transforma, por la necesidad del individuo y su entorno”, por eso se pone en valor y se recrea, en este caso desde la virtualidad.
El mundo ha cambiado en breve lapso de tiempo, ya es usual el uso de los términos como: chatear, youtuber, instagramers, navegador, tiktokers y only fans. Suman millones en el mundo las personas que desde sus hogares ganan de dinero cada segundo haciendo contenido de todo tipo, y cuando digo de todo tip,o es de todo tipo. Desde consumir alimentos, modelar vestimentas, hablar de política, dar consejos para el hogar o ser coach fitness.
Esta situación se ha dado hasta en la agropecuaria, por ejemplo, una población que consumía ciertos alimentos tradicionales de producción local, ha disminuido su producción ante los cambios económicos y de comercio que han incorporados nuevos productos alimenticios que compiten con los tradicionales. Con el paso del tiempo, disminuye el consumo y la producción de los alimentos tradicionales en las generaciones venideras. Esa es la razón por la que muchos países junto a organizaciones han creado campañas denominadas: “consume lo nuestro”. Hace unos meses pude ver el trabajo del FEDA, una institución gubernamental, apoyando los productores locales en el sur del país, bajo esta misma campaña, iniciativa que apoyamos y aplaudimos y seguimos dando seguimiento.
Virtualidad y consumo cultural
El sector cultural no se quedó atrás en este largo proceso que vivió el mundo con la pandemia del Covid-19, es por eso que en distintas partes del mundo las bibliotecas virtuales estuvieron al alcance para quienes tenían un dispositivo inteligente y una conexión a internet y eso en la mayoría de los casos, abrieron sus espacios para uso de manera gratuita. Por igual los museos, crearon programas adaptados a la virtualidad y de ellos una gran cantidad, ya han establecidos esos programas para quedarse. Existen recorridos virtuales de museos, conciertos colectivos o individuales, conferencias asincrónicas, talleres virtuales, salas de lectura en internet, lecturas en línea y muchos otros formatos son las ventanas de acceso al mundo.
Los museos como recursos para la patrimonialización establecen la posibilidad de que los ciudadanos comprendan la función e importancia de la consagración histórica y amplíen sus horizontes educativos. Además, de que una buena educación sobre la importancia de los museos establece proyectos políticos para la conformación de nuevos criterios nacionales, ya que los museos se inscriben como parte de un conjunto de prácticas de control de difusión de los contenidos culturales al servicio de la vida pública y prosperidad del país (Mattila, 2018).
Folklore, identidad cultural y juventud
Recordando y repasando los estudios de sociología, sobre estos temas, se plantea que, la identidad colectiva se concibe como el componente que articula y da consistencia a los movimientos sociales, así lo establece (Tauraine, 1993) en su trabajo sobre sociología de la acción. En antropología, la identidad cultural y su transformación ha sido uno de los ejes centrales de investigación, primero bajo el enfoque esencialista, según el cual la identidad es un conjunto de propiedades y atributos característicos de un grupo en los trabajos de Judith Friedlander y George De Vos.
Por lo tanto, la construcción de la identidad colectiva está relacionada con el proceso de socialización primaria y especialmente con la secundaria, que se desarrolla en función del contexto social. Haciendo un análisis de lo planteado, entonces entendemos que, los jóvenes cibernautas, son los protagonistas fundamentales de esta película y es por esta razón que estoy vinculado el fenómeno de redes sociales juventud y con ella la cultura y su consumo.
En este sentido, para compartir este trabajo con el lector hemos estudiado a Habermas (1987) y este distingue tres fases de integración de la identidad, estas son:
Simbólica: En la que la homogeneidad del grupo hace posible el predominio de la identidad colectiva sobre la individual.
Integración comunicativa: Corresponde a las sociedades modernas, en donde la marcada especialización trae consigo una diversidad de espacios sociales y culturales y una ruptura de creencias.
Identidad colectiva: Se presenta en forma cada vez más abstracta y universal, de tal manera que las normas, imágenes y valores ya no pueden ser adquiridas por medio de la tradición, sino por medio de la interacción comunicativa.
Estas tres características, plantean un desafío para quienes hacemos gestión cultural desde las redes sociales y para quienes estamos interesados en que nuestro contenido sea consumido por jóvenes, estudiantes y cualquier publico cibernauta.
Virtualidad, acceso cultural y redes sociales
Bajo estas premisas expresadas anteriormente, la identidad colectiva en la sociedad moderna ya no resulta una imposición, sino de una elección por parte de los sujetos; por eso es indispensable revisar cómo se da el proceso de transformación cultural por el colectivo, sin dejar atrás la integración y el uso en la cultura y la tecnología.
Sobre todo, teniendo en cuenta el papel que juegan las redes sociales en la lo referente a la virtualidad, que se puso de referencia durante la pandemia del coronavirus y luego ha sido asumida en el mundo como una prioridad en el quehacer cultural, como en todos los campos.
La democratización de una cultura como aquella que fuese subrayada por Vincent Dubois en su discurso en los años 1930, construye la existencia de una intervención pública a favor de la cultura, lo cual legitima el acceso del colectivo en el marco de políticas culturales más inclusivas (Négrier, 2020). Por ello las plataformas tecnológicas son los nuevos escenarios donde la cifra de audiencia tiene un sentido totalmente diferente, mediante las cuales se pueden adquirir nuevos conocimientos, sin importar aspectos como distancias, horarios y factor económico.
Acceso a la cultura en pandemia en República Dominicana
Hoy en día es posible perfeccionar habilidades para gozar de un entretenimiento lúdico, pero sabiendo de la realidad que existe en República Dominicana en cuanto a conectividad y acceso a internet, nos preguntamos:
¿Realmente todos los ciudadanos pudieron disfrutar de un acceso efectivo a la cultura durante la época de pandemia?
Esa respuesta puede generar un debate, un congreso, un coloquio, un seminario y hasta escribir un libro. En lo que llega todo eso, me gustaría, que a quien le llegue este escrito, pueda responderse la pregunta o seguir la cadena preguntando en su espacio de incidencia.
Cuando se produjo la crisis sanitaria ocasionada por la propagación del covid-19, la realidad como se conocía tuvo que mudar a un ámbito digital. Analizando los estudios que ya están colgados en la web de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, 2020), se podría decir, que el mundo tuvo que estar en línea, tal como lo plantea el estudio: “se produjo una aceleración en la transformación digital del país y del mundo, la cual no se encontraban preparados”.
Un ejemplo, fueron las universidades, las escuelas, colegios y empresas públicas privadas, que o se adaptaban a la virtualidad o dejaban de existir por unos meses largos. Unos los intentaron y lo lograron, pero otros murieron en el intento. De todas estas instituciones mencionadas, ya se manejan los resultados, que puede ser un trabajo para reflexionar y analizar en otra articulo como este.
La pandemia nos demostró, que el mundo digital no podíamos seguirlo mirando, como un aspecto accesorio de la realidad física. Por eso actividades fundamentales, como las vinculadas con la educación, la impartición de justicia y el entretenimiento por mencionar algunas, se readaptaron, desaprendieron y continuaron, perfeccionándose desde el punto de vista técnico y desde el punto de vista del personal.
Las personas con acceso a internet pudieron moverse a un esquema de teletrabajo, los niños continuaron tomando clases de manera remota, otros como la providencia divina lo ayudó y los negocios con plataformas digitales siguieron brindando sus productos.
La cultura y la vida cultural son conceptos que se encuentran previstos en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (CESCR, 2009). Así como también lo estable nuestra constitución dominicana en su artículo 64, aunque casi nadie lo sabe que existe un derecho a la cultura.
Lo que platean los organismos internacionales
El progreso tecnológico ha incrementado la brecha entre los que tienen y los que no, la calidad de vida en América Latina empeoró con la pandemia y, si bien ha presentado mejoras, si cruzamos esta realidad con el perfil demográfico del continente, observamos que el grueso de la población latinoamericana es joven y pobre. Esa doble condición genera rebeldía y deseo de expresar su desencanto, su oposición a un sistema que los excluye y los persigue.
De acuerdo con Reguillo Cruz, en el intento por comprender los sentidos que mueven a los colectivos juveniles y a los jóvenes en general, “hay que desplazar la mirada de lo normativo, institucionalizado y del deber ser, hacia el terreno de lo incorporado y lo actuado; buscando que el eje de lectura sea el propio joven que, a partir de las múltiples mediaciones que lo configuran como actor social, haga hablar a la institucionalidad” (2000: 24), de modo que sea el joven y sus prácticas los que se constituyan en el eje del análisis.
Las identidades juveniles no se hallan al margen de la “sociedad red”; y si bien la identidad está atravesada por fuerzas que rebasan la dimensión local, podemos hablar de un flujo que tiende a la relocalización y a la territorialización, que en un sentido simbólico se transforma en una comunidad de sentido: el barrio o el club se muestran como generadores de encuentro y de identidad.
La crisis ocasionada por el covid-19 cerró los museos, galerías, talleres, festivales, teatros y otras infraestructuras, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura señaló que durante la pandemia en el año 2020 se cerraron 6908 teatros, 7516 museos, y 21928 bibliotecas, lo cual dejó sumamente afectado al sector cultural en mundo (UNESCO et al., 2021). Pero cabe destacar, que aun con esta situación, fue posible replantear la sostenibilidad de este tipo de espectáculos en un ambiente digital. Otro elemento a importante, es la situación afectó a las personas que dependían económicamente de este sector, así como a los interesados en estos servicios.
Estudiando varios documentos que han analizado los resultados de la pandemia, sobre todo en Latinoamérica, países como México se apuntó en la vanguardia digital a través de medios digitales ofreciendo materiales como videos, fotografías, libros de acceso abierto; además de convocatorias para los artistas con el fin de impulsar la creación de materiales pictóricos y de dramaturgia (Moguillansky, 2021).
El CESCR (1999) en su observación general número 13 señala que el derecho a participar en la vida cultural refiere a que toda persona puede actuar de manera libre, con la posibilidad para buscar, desarrollar y compartir con otros sus conocimientos y expresiones culturales, así como actuar con creatividad y tomar parte en las actividades creativas. Lo anterior se cumple parcialmente a través de la promoción cultural en las plataformas digitales. No obstante, el éxito es considerablemente bajo, ya que el internet posee diversas plataformas que no forzosamente tienen contenido cultural o educativo, pero pueden resultar más atractivas para las personas.
A modo de conclusión, recordemos que el acceso a la vida cultural implica conocerla y comprenderla, por lo que se debe garantizar el acceso y la contribución a la cultura tanto en el contexto personal como comunitario, sea en tiempo normal, en pandemia o postpandemia.
Todas las personas pueden y deben gozar del acceso a la cultura, así lo establecen los derechos humanos, aunque muchos un no lo entienden y se resisten a creerlo, es un derecho, en el caso de los dominicanos, en la constitución del año 2010, está establecido el derecho a la cultura en el artículo 64. Por esta razón, los gobiernos y las autoridades, están llamadas y deben hacer esfuerzos urgentes para adoptar medidas que aseguren la existencia de condiciones que permitan la participación del pueblo a estos derechos, sobre todo de las comunidades más pobres del país, por lo que las limitaciones no deben establecerse como pretexto, tal como nos han tenido acostumbrado todos los gobiernos.
Como dice Martí: "Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan" y la cultura es un derecho.