Es un país nórdico de apenas cinco millones de habitantes, donde casi no sale el sol -una cualidad climática que nos resulta inimaginable a quienes vivimos en el verano perpetuo del Caribe. Es Finlandia, una tierra que acaparó la atención universal a partir del año 2000, cuando el primer Informe PISA, aplicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la acreditó como poseedora del mejor sistema educativo.

Esta prueba PISA, Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (sigla en inglés), se realiza cada 3 años y mide las competencias de las personas de 15 años en tres áreas principales: lectura, matemáticas y ciencias naturales, enfocándose en cada ocasión en un área específica más que en las otras dos.

La mencionada organización que lleva a cabo esta medición aglutina a las economías más importantes del mundo, un total de 65 países, por lo que el alto rendimiento de los estudiantes fineses en estas evaluaciones se convirtió en un paradigma académico, digno de ser estudiado a profundidad, como sucedió posteriormente, llevando incluso a Tony Wagner, investigador en Innovación Educativa en la Universidad de Harvard, a la realización del documental El fenómeno finlandés.

Un pueblo consagrado a educarse

El éxito de Finlandia se debe a que estas tres estructuras: la familia, la escuela y los recursos socioculturales están en una estrecha coordinación. Los padres se sienten los primeros responsables de la educación de sus hijos. El rol de la escuela es complementar el esfuerzo y el amor al conocimiento incubados en el hogar. Basta mencionar que en Finlandia el 80% de las familias van a la biblioteca el fin de semana. El sistema educativo público establece que la educación es obligatoria y gratuita entre los 7 y los 16 años y debe ser impartida por centros públicos. En esa etapa los libros y demás materiales escolares son gratuitos, así como la comida. Durante los primeros seis años de la primaria los niños tienen en todas o en la mayoría de las asignaturas el mismo maestro, que vela por que ningún alumno quede excluido. Hasta quinto grado no hay calificaciones numéricas. No se busca fomentar la competencia entre alumnos ni las comparaciones.

Apenas un 8% de los alumnos finlandeses no terminan sus estudios obligatorios. En el caso de que el niño viva a más de 5 kilómetros del centro escolar, el municipio debe organizar y pagar el transporte. Tanto el gobierno como los ayuntamientos invierten entre el 10 y el 12 por ciento de sus presupuestos en la educación. Se trata, pues, de una labor mancomunada, que incluye a todos los estamentos de la sociedad, más allá de los esfuerzos del gobierno central. Un aspecto medular es que los docentes son profesionales valorados, considerados casi héroes nacionales, con gran prestigio y autoridad en la escuela y en la sociedad. El equivalente a magisterio en Finlandia es una titulación complicada, exigente y larga, en la que normalmente sólo uno de cada diez aspirantes a estudiar esta carrera logra ser aprobado.

Antecedentes y evolución de la reforma educativa

La revolución educativa en Finlandia no ocurrió de forma fortuita ni inopinada, sino como resultante de una voluntad política que nos sirve de lección a todos. Los avances en un país, sobre todo en un tópico tan delicado como la educación, sólo pueden producirse partir de un proyecto de nación consensuado, que perdure más allá de coyunturas políticas y se cumpla con empeño progresista.

En los años 50, Finlandia estaba diezmada por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y su economía básicamente agraria tenía como eje la explotación forestal. Su sistema educativo era elitista. Se hacía una selección a la edad de once años después de sólo cuatro años de primaria y sólo los mejores alumnos podían continuar la escolaridad general.  Hasta 1972, al menos la mitad de los alumnos no hacían estudios secundarios. La mayor parte de los hijos de familias modestas dejaban la escuela en torno a los 13 o 14 años para trabajar o recibir una formación profesional. En 1978, después de una década de debate parlamentario, ocurrió la reforma del sistema educativo en Finlandia. Acabó el lastre de la selección discriminatoria a los niños cuando tenían 11 años. A partir de entonces se acoge todos los alumnos en las mismas instalaciones tanto en primaria como en secundaria hasta los 16 años y reciben la misma enseñanza elemental.

Una lección de voluntad

Desde República Dominicana, mirando el paisaje de este siglo por las ventanas tecnológicas que se abren frente a nuestros ojos asombrados, no podemos incurrir, obviamente, en comparaciones directas con naciones que pertenecen a otra dimensión del desarrollo político y económico. Hacerlo sería una pretensión necia, una invalidación de toda lógica; empero, todos los pueblos del mundo, al compartir la vida más allá de sus distingos, comparten también cierta analogía en cuanto a sus ansias de progreso, sacudidas por el huracán de la historia.

Finlandia es, después de Islandia, el segundo país con mayor número de libros editados per cápita. Todo su ser como nación se prepara para un futuro luminoso, pero sus ambiciones educativas no cesan. Últimamente contemplan sustituir el concepto de “asignatura” por el de “proyecto”, de forma que las clases sean un todo indivisible del que se desprendan los conocimientos particulares de cada área del saber. Su iluminación vanguardista inspira pasión por aprender, creando profesionales para un porvenir más exigente, para una globalización que cada vez más exige compromiso con la innovación, la creatividad y la cohesión social, y de cuyos alcances, al menos en lo positivo, todos queremos participar con plenitud.

(Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista El Cañero el 31 de marzo de 2015, y días después en la Revista Filo Café).