La escritura es algo en lo que uno insiste y vale decir que este libro me agarró por ello, o quizás yo lo agarré, porque así estaba, un poco a la deriva, qué digo yo poco, agobiado como el hombre que pidió ir a una isla desierta y le aprobaron el deseo, pero no le dijeron que debía irse a nado y bueno, calambres, tiburones, canales de la mona… aparece una tabla de salvación que es este libro Los buenos soldados: muerte, miseria y decepción en Irak del periodista ganador del Pulitzer David Finkel.

El libro agrupa crónicas de Finkel durante el conflicto de los Estados Unidos e Irak. Específicamente pone su mirada sobre los soldados de la compañía 2-16, bajo el comando del teniente coronel del Ejército Ralph Kauzlarich, y desde ahí reconstruye una temporada con estos soldados, describiendo eventos y estableciendo relaciones entre la vida bajo fuego cruzado y la familia que han dejado atrás, en casa, para venir a combatir al otro lado del mundo.

Más que una radiografía, Los buenos soldados es un retrato. Una de las fortalezas de la narración es la capacidad de plantear la cuestión sociopolítica de forma sutil y a la vez contundente. Ejemplo de ello cómo dibuja o presenta Finkel al Kauzlarich soldado, no necesariamente el comandante de más rango. Al compartir aspectos íntimos de su vida doméstica, es fácil comprender el sentido del servicio del soldado y la percepción del deber que se construye en ciertas áreas conservadoras de los Estados Unidos. Me parece que el autor hace una crítica sociopolítica cuando combina estos elementos familiares con el discurso de George W. Bush, el presidente estadounidense responsable de la guerra de Irak. Cada capítulo del texto está encabezado por un epígrafe tomado de declaraciones del presidente mientras justificaba “la oleada” que pondría fin a la “guerra de todas las guerras”.

David Finkel no ha querido escribir un reportaje ni se propone un tratado antibélico. (De)muestra el alto coste humano de una experiencia que acabó destrozando incluso a sus supervivientes, conscientes de la inutilidad del empeño y a partir de allí, la percepción de que el esfuerzo fue un fracaso. Y esto hace el libro brillantemente desgarrador, profundamente honesto, y a veces insoportable.

Ahora bien, como una mirada al texto desde la práctica de la escritura y el trabajo de quien escribe, este texto me llama la atención por las condiciones en que fue escrito, ya que Finkel vivió con los soldados por un tiempo. Sí. El hombre se tiró para el campo de batalla y contó desde ahí, desde la experiencia. Luego de obtener un Pulitzer por una serie de textos periodísticos sobre las campañas democráticas en Yemen, Finkel confiesa haber experimentado una suerte de parálisis escritural. Estamos hablando de un periodista que ha cubierto casi el mundo entero escribiendo, reportando. Y púm, luego de un gran premio, la página en blanco, el bloqueo y todo ello. La respuesta, en vez de irse a un respiro/retiro espiritual, fue irse al mismo centro de la guerra, de la tensión, del fuego a fuego, y del conflicto, nació una obra como Los buenos soldados que, junto con la novela Freedom de Jonathan Franzen, muestran para mí una lectura verídica y certera de cómo los conflictos bélicos recientes han afectado el material social, cultural y político de los Estados Unidos. A la vez, ambas lecturas nos muestran que escribir es el arte de mirar hacia adelante, y que en ocasiones, hay que ir al centro del fuego, tocarlo… escribir y retarlo.