La obra poética de Pessoa no termina, ni concluye, al parecer, pues cada día aparecen nuevos textos inéditos en baúles, y de ahí que, el novelista ítalo-portugués, Antonio Tabucchi, haya escrito un libro titulado Un baúl lleno de gente, en alusión a los más de 27 mil papeles, aproximadamente, que quedaron guardados. En efecto, la obra de Pessoa no es solo homónima, sino heterónima, es decir, que fue firmada por heterónimos, no así por seudónimos –que no es lo mismo– y que, como sabemos, los principales fueron: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis y el propio Fernando Pessoa (su homónimo), sin contar a Bernardo Soares, autor del Libro del desasosiego –ni a los demás que semejan un coro infinito de voces. Calculan los especialistas y estudiosos de su obra y de su vida, que usó más de 136 heterónimos (o autores ficticios). De su obra –o de su baúl– pueden rastrearse papeles, manuscritos o textos dispersos, todos firmados por personajes diversos, que conforman el corpus de su obra literaria. De entre esa madeja de papeles, se encontró un cuaderno atribuido a un tal Barón de Teive, titulado La educación del estoico, que es, a un tiempo, crónica personal, manual de vida o de muerte y consejos prácticos, donde Pessoa despliega como siempre sus dotes de pensador, haciendo un ejercicio de la razón.

Pero de toda su vasta obra, la que mejor lo retrata, es El libro del desasosiego, un texto inclasificable, que es, a la vez, ensayo filosófico y novela, diario íntimo y poema en prosa, y en el que convergen, la filosofía y la literatura. Y donde Pessoa despliega su cultura enciclopédica, sus conocimientos de ocultismo, gnosticismo, mística, magia, astrología, hermetismo, esoterismo, metafísica y cábala. Narraciones y descripciones, este texto posee reflexiones, cavilaciones y meditaciones, que estremecen y sobrecogen, por su originalidad, potencia imaginativa, profundidad argumentativa, conceptualización filosófica, y por la elegancia de su prosa. En sus páginas hay una radiografía de las tribulaciones, ansiedades y angustias, que caracterizan al hombre contemporáneo, a través de su pensamiento y de sus reflexiones. Escrito desde 1913, fue un libro en el que Pessoa destinó toda su energía intelectual durante todo el curso de su corta vida (de apenas 47 años). Por tanto, es un libro inacabable e inacabado, una obra poliédrica, en ebullición, en espiral, infinito, que retrata su psicología y su ontología existencial. Su autor ficticio o heterónimo es, como se sabe, Bernardo Soares, pero, según el propio Pessoa, es “un semi-heterónimo, porque, no siendo su personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella”. Magna obra en prosa, escrita en clave poética, donde coexisten el poeta y el filósofo, depara en la obra de un poeta-soñador que razona y escribe despierto, alerta  o en duermevela. La suya es así una obra del poeta filosófico y del filósofo poético; es decir, del poeta-pensador y del pensador-poeta, del filósofo-poeta o del poeta-filosofo, cuyo universo verbal es de una riqueza fantástica y de una variedad inagotable: representa la totalidad de un mundo, o la búsqueda de totalidad de lo real. Es la obra que, podría decirse, sin temor a yerro, es la más pessoana de todas, la que entraña una mayor búsqueda de infinito y la que mejor encarna su espíritu intelectual. El libro del desasosiego estuvo inédito hasta 1982 (le tomó de 1912 hasta su muerte en 1935), escrito a través del heterónimo de Bernardo Soares que, según Pessoa “soy yo menos el raciocinio y la afectividad”. El afamado lingüista, Román Jakobson, sobre esta obra, dijo: “El nombre de Fernando Pessoa exige ser incluido en la lista de los grandes artistas mundiales nacidos en el curso de los años 80: Stravinski, Picasso, Joyce, Braque, Khlebnikov, Le Corbusier. Todos los rasgos de este gran equipo de artistas aparecen condensados en el poeta portugués”.

Pablo Picasso.

En su libro Escritos sobre genio y locura, Pessoa incluye fragmentos sobre la genialidad y la locura, desde la psicopatología. Para él, la relación entre genio y locura fue una constante en toda su vida, que revela y define, en gran parte, su genio creador y su personalidad artística como poeta. Muchas de sus ideas sobre ocultismo tienen su explicación, en que fue un fervoroso, secreto lector y estudioso de la obra de Madame Blavasky. También, un estudioso del esoterismo (se cree que fue Rosacruz), que abarca corrientes como el sebastianismo portugués, el Quinto Imperio, el hermetismo y otras sociedades secretas. De ahí que, en su obra, se aprecien sus influencias, así como ecos de Shakespeare, Goethe, Virgilio, Horacio, Schopenhauer, Nietzsche, Poe, Verlaine, y, desde luego, de Camoes, el patriarca, el poeta nacional y padre de la lengua portuguesa, autor del poema épico Os lusiadas—y sobre el que postuló o abogó por un Supra-Camoes, con la intención de superarlo.

Pessoa fue devoto del sebastianismo, en honor al rey niño Sebastián, que murió en batalla contra los musulmanes, quienes vencieron a los portugueses, y a quienes, a su vez, masacraron por su superioridad numérica. El cuerpo de Sebastián nunca apareció, lo cual originó el mito del sebastianismo, la creencia de que aún vive, y que regresará en el futuro para recuperar la grandeza del pueblo portugués. Como se sabe, España expulsó a los moros de su territorio, en 1492, tras la reconquista de Granada; en cambio, los portugueses, inferiores a los españoles en número de soldados, no así en bravura, lograron antes expulsar a los musulmanes en 1257. Luego mantuvieron a raya al ejército español durante casi tres siglos, es decir, hasta 1580, cuyas hazañas quijotescas y hercúleas llevó a cabo Sebastián, quien invadió el norte de África, en 1578. En ese sentido, Pessoa, admirador de los mitos del gnosticismo y del hermetismo, asumió el ideal, místico, religioso o filosófico, del sebastianismo, como una poética que pretende desplazar a su dios tutelar Camoes, como poeta nacional, al asumir el mito denominado Quinto Imperio del sebastianismo. Pese a que Camoes es el Homero portugués, Pessoa lo ignora y prefiere optar por rendirle pleitesía a sus precursores o predecesores: a Shakespeare, a John Keats, a Shelley, a Whitman o a Browning, autores no de su lengua materna, sino de su lengua adquirida. Pero sin dudas, la mayor corriente sanguínea que inyectó savia y libertad a su poesía, proviene de Whitman. Todo su duende, su daimón, su energía panteísta, en su poesía hímnica y épica, procede del genio creador del poeta de Manhattan, cuya influencia metaboliza y galvaniza hasta lo sublime. Pessoa, como se ve, coqueteó con la cábala y el gnosticismo, y también con el esoterismo, de donde proviene lo demoniaco de su poesía, como lo vemos en Rimbaud, Lautréamont o Blake. En su camino de salvación o perdición, y en usar como materia poética, diversas corrientes de las sociedades secretas, lo hizo por experimentación más que por convicción. De ahí que pasaba de una a la otra corriente, como en un juego intelectual de la conciencia o en un ejercicio mental y espiritual, no como lo fueron San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús de la mística con el catolicismo, o de Ibn Arabi con el sufismo. Pessoa fue, más bien, un pensador evasivo, no comprometido, un poeta fingidor, un filósofo, si se quiere, de la evasión, que inventó, para conjurar o matar la soledad, personajes ficticios como personas reales, que fueron sus amigos más entrañables, sus compañeros de viaje en la ficción poética, con quienes dialogaba o monologaba –como hacen los niños que inventan personajes fantásticos para jugar y sentirse acompañados. De ahí que se preguntó: ¿“Qué otra cosa puede hacer un hombre sensible si no es inventarse sus propios amigos, o al menos sus compañeros intelectuales?”.  Según su propia afirmación, pocos meses antes de morir, los heterónimos eran voces que escuchaba en su interior, voces de otras personas, que habían nacido en momentos de suprema y pura inspiración, un 8 de marzo de 1914, cuando tenía 25 años –como en un acto de esquizofrenia lírica o literaria. Así escribió, en un estado de éxtasis, de rapto creador, encerrado en su habitación, los extensos poemas: O guardador de rebanhos, con el heterónimo de Alberto Caeiro, Chuva obliqua, con el homónimo de Pessoa, las Odes, con el heterónimo de Ricardo Reis y la Ode triunfal, con el heterónimo de Álvaro de Campos, sin ninguna interrupción ni corrección. Es decir, de un tirón y en estado de frenesí creador.

Pessoa, amigo de Sa-Carneiro y de Almada Negreiros, elaboró las bases teóricas del movimiento poético llamado paulismo, que pretendía llevar a sus extremos de experimentación el neosimbolismo y el interseccionismo, con que perseguía fundir, en un mismo plano del poema, la sensación y el sensacionismo, y con lo que buscaba transformar la sensación en vía de percepción del mundo: Caeiro (el maestro de todos) se vuelve sensacionista puro, y Reis y Campos se transforman en sus discípulos.

El ritmo frenético de escritura, casi automática, como la escritura surrealista, de Pessoa, fue vertiginoso y abundante en los últimos meses de vida, de presagio de su inminente muerte –la muerte lenta del dipsómano–, y cuyo estímulo se acentuó aún más, tras la ruptura sentimental con su novia Ofelia Queiroz. Muchas de las huellas de su producción poética se pueden vislumbrar, luego de su paso por el paganismo, el neopaganismo y el esoterismo. La influencia del futurismo de Marinetti es esencial en Pessoa, pero más lo será la de Whitman, y por eso se considera “un Whitman con un poeta griego dentro”, afirmó.

El poeta y humanista T. S. Eliot.

Contemporáneo de T.S. Eliot, poeta americano nacionalizado inglés y convertido al cristianismo, Pessoa, en cambio, no se convirtió, sino que asumió otras corrientes filosóficas, religiosas, secretas y espirituales. Poeta visionario y profético como el romántico William Blake, también poeta de poesía pura como Valery, Antonio Machado, Wallace Stevens o Emily Dickinson, Pessoa es un poeta en el que resuenan aun los ecos tardíos del romanticismo y del simbolismo, hasta hundir su imaginario en el futurismo vanguardista. Descendiente de judíos conversos portugueses, Pessoa es un ave raris en la cultura y la lengua portuguesa, pues su cultura literaria fue angloamericana y portuguesa, a la vez, ya que nació en Portugal, creció en Sudáfrica y maduró en Portugal, donde muere. Heredero de Whitman, de quien capta su panteísmo, que lo hace asumir un yo plural, omnisciente, ubicuo. Desde un Ricardo Reis más epicúreo, un Caeiro más dionisiaco y un Pessoa más apolíneo, el yo personal, biográfico, real, de Pessoa, se transfigura y transforma en un yo múltiple, poético, ficticio, que, sin embargo, nunca llega a reconocerse ni a encontrarse. De ahí que se busque siempre a sí mismo, a través de sus heterónimos, acaso para alcanzar su identidad perdida, su yo auténtico, su personalidad autónoma, su persona real. Hijo poético putativo de Whitman, en la creación de su mundo lírico y su sensibilidad cósmica, sin embargo, los heterónimos que se inventó para firmar su obra, los tomó –según algunos críticos–, de Robert Browning, de los “monólogos dramáticos” de este poeta romántico inglés. Opositor de la dictadura de Oliverio Salazar, Pessoa fue, sin embargo, políticamente hablando, un anarquista, un intelectual abierto a todas las corrientes filosóficas, espirituales y religiosas. En fin, fue un soñador, un quimérico, quizás un practicante del rosacrucismo más esotérico, es decir, un poeta curado de pasión política. Poeta visionario, profeta espiritual y pagano, pero también, como dijo Harold Bloom, “poeta de lo sublime”. O, “ingeniero metafísico”, como lo definió Antonio Tabucchi.

En Pessoa, los últimos años de su vida, fueron de intensa actividad productiva, a los que corresponden la escritura de El libro del desasosiego, su obra dramática, Fausto, etapa en la que publicó su único y último libro, Mensagem, en 1934. Libro misterioso, que luego se convirtió en lectura obligatoria del liceo portugués, con el que obtuvo el premio de poesía Antero de Quental (poeta romántico que se voló los sesos con una pistola a los 51 años, en 1891), lo que lo llevó a ser canonizado por la crítica literaria, antes que con El libro del desasosiego.  A esta etapa postrera pertenecen poemas heterónimos y ortónimos, que reflejan el tedium vitae y el presentimiento de su muerte. En su obra poética, como se observa, late y respira, el aliento del simbolismo y del futurismo, incluyendo el influjo de la tradición lírica romántica portuguesa, que tiene en Almeida Garrett, a su figura fundacional. En el mundo poético de Pessoa, poblado de hallazgos estéticos, hondura imaginativa y profundidad metafísica, dentro de una poesía de aparente transparencia y sencillez formal, logra, sin embargo, articular un discurso lírico y épico, hasta escalar altas cumbres expresivas, y fundar una obra personalísima, singularísima y originalísima.