Los sonetos de Las hojas caídas, del poeta, cuentista y penalista Dr. Ángel Atila Hernández Acosta fueron  publicados por el Lic. Eddy Mateo Vásquez en su Antología Literaria de Neyba (Santo Domingo, Editora “Alfa y Omega”, 1978).

Los sonetos de Las hojas caídas, del poeta Hernández Acosta, están compuestas por ocho sonetos de versos endecasílabos, cuyos cuartetos de rima consonante riman el primer verso con el cuarto y el segundo con el tercero, pero los tercetos en cada soneto riman deliberadamente y también con rima consonante.

No obstante constituir el soneto la forma poemática más difícil, el extinto doctor Hernández Acosta, con sus sonetos titulados Las hojas caídas, pasa la prueba de fuero de todos los poetas de todos los tiempos en la bolita del mundo, y en términos fenomenológico, constituye la muestra más exitosa en su género.

En la vida hay que ser justo; el derecho es aquel brazo bien extendido que no se tuerce ni en el codo; la crítica literaria no puede ser complaciente, como sucede en muchas que leo hoy en día, pero tampoco la crítica literaria debe ser injusta, sino que debe atrapar en forma precisa los límites y el alcance de la obra en cuestión.

La espontaneidad contagiosa, alada y las galas metafóricas de Las hojas caídas, al retomar esta temática universal del amor a la Patria desde la piel de la mujer como ofrenda quemada, hicieron del extinto poeta Ángel Hernández Acosta, al igual que al poeta cubano Julio Sesto, un poeta exquisito.

Las hojas que caen del frondoso árbol de la vida, en plena desobediencia a los mandatos divinos, son un tema cuya visión fenoménica ha sido siempre abordada por importantes poetas. Así, por ejemplo, el poeta cubano Julio Sesto pone en la palma de la mano el corazón de su tiempo y una asombrosa realización, con una poesía titulada LAS ABANDONADAS, y que influyó sin duda alguna en el sucesor en Neiba del insustituible poeta del amor Apolinar Perdomo.

Dedicada “A ellas” la poesía Las abandonadas, de Julio Sesto, expresan lo siguiente:

“Cómo me dan pena las abandonadas,
que amaron creyendo ser también amadas,
y van por la Vida llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño!…
    “¡Cómo hay quien derribe del árbol la hoja
y al verla en el suelo ya no la recoja,
y hay quien a pedradas tire el fruto verde
y lo eche rodando después que lo muerte!”.
Ángel Hernández Acosta

La influencia es evidente, cuando junto a estas dos primeras estrofas de la poesía de Las abandonadas, del poeta cubano Julio Sesto, advertimos las dos primeras estrofas del primer soneto de la poesía de Las hojas caídas, del poeta Hernández Acosta, y las cuales dicen así:

“Dime, tristeza; dónde está la mano
que desprendió del tallo tu hermosura,
el filo de la amarga dentadura
que  mordió tu presencia tan temprano.
“Dime la copla falsa del profano
carbonero que puso tu verdura
a rodar por caminos de amargura
como un pañuelo que reclama en vano,”
Otro poeta importante que sin lugar a dudas influye en Las hojas caídas del extinto poeta Ángel Hernández Acota es Fernando Celada, con su poema de veinticuatro tercetos endecasílabos repartidos en catorce estrofas de seis versos cada una, y que se titula La caída de las hojas.
En Fernando Celada LA CAÍDA DE LAS HOJAS es un fenómeno, también, trágico, por lo que alcanza una transcendencia verdaderamente extraordinaria. Su amada DIJO: ESPERA LA CAÍDA DE LAS HOJAS!, o como consta en las estrofas cuarto y doce, que citamos a continuación en forma respectiva; a saber:
“Espera la llegada de las brumas,
cuando caigan las hojas y las plumas
en los arroyos de aguas entumidas,
cuando no haya en el bosque enredaderas
rosas fragantes al amor nacidas”.
“!Ay, tanto amor para tan breve instante!
Por qué la vida, cuando más amante
es más fugaz? Por qué nos brinda flores,
flores que se marchitan sin tardanza,
al reflejo del sol de la esperanza
que nunca deja de  verter fulgores?”.
     El poeta Fernando Celada canta al dolor  universal en los tiempos del olvido, y son las hojas que lleva el viento en sus brazos vagabundos, y se queja:  “Por qué nos brinda flores, / flores que se marchitan sin tardanza,/ al reflejo del sol de la esperanza/ que nunca deja de verter fulgores”; es decir, que para Celada las flores del amor iluminan cuando se apagan debido al fulgor que  nunca deja de verter al reflejo del sol de la esperanza. Después que ellas se marchitan.
     En la poesía de Las hojas caídas, en efecto, el poeta Hernández Acosta, específicamente en los dos tercetos del primer soneto, cuyos dos primeros cuartetos hicimos constar precedenmente, reaparece el mismo sentir cósmico. Veamos.
“la gracia pasajera de un saludo.
Dí si el color de penas con que vagas
te lo dieron los rumbos que a menudo
condecoran la rosa con la llaga,
porque veo que eres tú como el desnudo
corazón que ilumina si se apaga.
    El poeta Hernández Acosta, inspirado en La caída de las hojas, de Fernando Celada, del mismo modo que Fabio Fiallo se inspiraba en Gustavo Adolfo Bécquer, intuye la fenomenología de las hojas caídas, y por eso  conceptualiza el concepto del objeto poético y lo aprehende, diciendo: “porque veo que eres tú como el desnudo corazón que ilumina si se apaga”.  Tal como pudimos advertir, en el primer soneto de Las hojas caídas, de Hernández Acosta, al iniciar en forma singular: “Dime, tristeza,” casi creemos que se canta a la edad de oro, a la infancia en general, y sentimos como un salto cuando desde el segundo soneto hasta el último de Las hojas caídas, va en plural, mostrando el universo de las hojas caídas, como si quisiese atrapar todos los habitantes de la República, compuesta por generaciones decepcionadas por la demagogia política. Veamos el segundo soneto, que dice:
“Las hojas cuando caen son un manto
de sombras, desgarrando sobre el pecho.
Tienen deber de amar, mas no derecho
de sentarse al amor en sus encantos.
“Son hojas sin nombres, las que tanto
queríamos ayer cuando en su  techo
buscábamos la paz para el deshecho,
atribulado corazón en llantos.
“!Hojas que van de prisa, sin destino,
hojas que estando vivas siempre fueron
difunta soledad sin sepultura,
hoy sólo espaldas ven  en su camino
de aquellos que una vez se divirtieron
con el verde licor de su ternura!”.
    En los cuartetos cuarto, quinto y sexto inclusive de la poesía titulada LAS ABANDONADAS, el ya mencionado poeta Julio Sesto continua llevando de la mano a los sonetos de LAS HOJAS CAÍDAS del Dr. Hernández Acosta; aquellas estrofas dicen así:
“Por las calles ruedan esas tristes frutas
como maceradas manzanas enjutas,
y en sus pobres cuerpos antaño turgentes,
llevan la indeleble marca de unos dientes…
“Tiene dos caminos que escoger: el quicio
de una puerta honrada, o el harén del vicio:
¡ay en medio de tantos, de tantos rigores,
aún hay quien a hablarles se atreven de amores!
“Aquellos magnates que ampararlas pueden,
más las precipitan para que más rueden,
¡y hasta hay quien se vuelva su postrer verdugo
queriendo exprimirlas si aún les queda jugo!”.
    En efecto, los sonetos de Las hojas caídas del poeta Ángel Atila Hernández Acosta canta el drama de la República que desvivió él mismo en el Neiba de sus años mozos, cuando era músico y tocaba un saxofón en la banda de música del municipio común cabecera de la provincia de Bahoruco, en el sur de la República Dominicana. En Las hojas caídas, Hernández Acosta, se constituye en el notario invisible de su propia experiencia política, que también fue el de Hispanoamérica en ese tiempo.
    Nacido en Las Damas, hoy Duvergé, en 1922, cuando Neiba y comunidades vecinas pertenecían a la Provincia de Barahona desde el 1907, cuando fue fundada la Perla del Sur, y segregada en 1943, pasando el Municipio de Duvergé a pertenecer a Neiba, para luego, con la fundación de la Provincia Independencia, pasar a pertenecer a la provincia Independencia, por lo que Ángel Hernández Acosta puede formar parte de las antologías literarias de esas tres provincias del suroeste.
    También el poeta dominicano Juan Sánchez Lamouth entra en la fenomenología de las hojas caídas, porque escribió una poesía titulada ELEGÍAS DE LAS HOJAS CAÍDAS. Por eso, todo cuanto hemos considerado aquí sobre la fenomenología de las hojas caídas, no agota el tema. Invito a los lectores profundizar más en esta teoría del poeta rumiante. Bien está sin embargo, antes de concluir, releer el soneto VIII de Las hojas caídas, del poeta dominicano Ángel Atilo Hernández Acosta, que dice así:
“Dense en rosas y esperen las espinas
¡oh aturdido licor de los senderos!
Que dulce es el amor, amor viajero,
si al uso de las hojas se destina.
Dense también en pan, pan de la herida
que emerge de la Cruz del Panadero,
mas no en el duro pan que fue primero
alforja de cuchillo en las esquinas.
Y ahora que los ríos han bajado,
y están ya nuestras copas redimidas,
dénse en la tibia sangre del costado
y en el útil perfume de la herida
que así, todos iremos, consolados,
de regreso  hacia el polvo de partida”.
    Como el río de Jorge Manrique la vida a parar al mar que es la muerte; “así, todos iremos, consolados, / de regreso hacia el polvo de partida”. Aquí alude al Génesis bíblico: “pues polvo eres, y al polvo volverás”. Mal de muchos, consuelo de todos.  Para el padre Ernesto Cardenal, la vida es un río que va a parar en la mar de la vida, coincidiendo con Fernando Celada.
Aquella hoja que desvivía su mal de amores, al caer del frondoso árbol de la vida, para Julio Sesto ““Tiene dos caminos que escoger: el quicio / de una puerta honrada, o el harén del vicio”, y para Ángel Atila Hernández Acosta, Las hojas caídas… “Tienen deber de amar, mas no derecho/ de sentarse al amor en sus encantos”.
Y es que, a mi humilde parecer, Fernando Celada, con La caída de las hojas, va más allá de aquellos poetas que aprehendieron el ser complejo ontológico de las hojas caídas, porque lo que duele es el amor, que como dijo el Rey sabio es más fuerte que la mujer, y el filosófico español Eduardo Punsed, fallecido hace algún tiempo, en uno de sus libros nos dice que en la medida que avanzamos en edad, aumentamos nuestra capacidad de amar, y que una vez encontrada la felicidad, el corazón ya no recuerda los pasados dolores, y en tan razón, a nuestro humilde entender, Fernando Celada, en la fenomenología de La caída de las hojas, gana la partida cuando subsume los fulgores del amor cuyas flores se han marchitado, en tan breve instante, se apaña en la inmortalidad del espíritu, y por eso el “sol de la esperanza” “nunca deja de verter fulgores”, es decir, más allá que, “consolados”, “de regreso  hacia el polvo de partida”.