En virtud de que la interpretación ideológica de la realidad la materializamos a través de la arquitectura de la lengua, o simplemente de las palabras, hoy en día ha quedado excluida, en buena parte, no sólo la expresión descubrimiento, sino también el vocablo encuentro respecto a la narrativa eurocéntrica destinada a describir y explicar los acontecimientos que culminaron con la conquista española de los territorios de Abya Yala, y la subsecuente exterminación o genocidio de numerosos  pueblos originarios.

En ese sentido, a pesar de que el 12 de octubre de 1492 fue una fecha extremadamente transcendental en la historia humana, no hubo tal “descubrimiento”, mucho menos el llamado “encuentro de dos mundos”. En cuanto al primero, los territorios del susodicho continente habían sido  descubiertos miles de años antes por sus pobladores, y con relación al segundo, los hechos del saqueo, la esclavitud, la servidumbre y el ultraje de los pueblos ancestrales, debemos catalogarlos como una invasión, y no, en modo alguno, como eventos que sugieran el encuentro de una acción recíproca de confraternidad o amistad. ¿Por qué, entonces, la construcción de fortalezas, como el Fuerte de la Navidad, primera base militar del Caribe?

En este contexto, los vástagos de los soberanos inkas expresaron sus angustias y acreditaron los efectos de la invasión europea mediante narraciones críticas, ulteriores a los acontecimientos que terminaron, en diversas partes de los territorios de Abya Yala, con la integración, eliminación o desplazamiento de los habitantes originarios. Tal es el caso del cronista dibujante quechua Felipe Huamán Poma de Ayala (1534-1615), quien, en su libro Nueva crónica y buen gobierno, da a conocer pormenorizadamente, tal como fray Bartolomé de Las Casas (1484-1566), en su libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias, los malos tratos y la codicia de los primeros conquistadores y habitantes españoles hacia los pobladores nativos de los Andes con posterioridad a la conquista, incluyendo a la gran mayoría de sacerdotes que fueron enviados para justificar el pillaje, sometimiento y  exterminio en nombre de Dios y el Evangelio.

En el año de mil quinientos y catorce…don Francisco y Pizarro y don Diego de Almagro, fray Vicente, de la orden de San Francisco, y Felipe, lengua indio Guanca Bilca, se juntaron con Martín Fernández Ynseso y trescientos cincuenta soldados y se embarcaron al reino de Las Indias de Perú…Cada día no se hacía nada, sino todo era pensar en oro y plata y riquezas de las Indias del Perú. Estaban como un hombre desesperado, tonto, loco; perdido el juicio con la codicia de oro y plata. A veces no comían con el pensamiento de oro y plata. A veces tenían gran fiesta, pareciendo que todo el oro y la plata tenían entre las manos. Así como un gato casero cuando tiene al ratón dentro de las uñas, entonces se huelga. Y si no, siempre acecha y trabaja y todo su cuidado y pensamiento se le va ahí hasta cogerlo; no para y siempre vuelve ahí. Así fueron los primeros hombres, no temían la muerte con el interés del oro y la plata. Peor son los de ahora, los españoles corregidores, padres, encomenderos. Con la codicia del oro y la plata se van al infierno. (negritas nuestras).

La colonización que trastocó, en nombre de la mancuerna doctrinal católica y el mercantilismo, la evolución natural de la vida de los sobrevivientes inkas, quedó escrupulosamente documentada por el susodicho noble Abya Yalense, tanto en sus narraciones como en sus elocuentes dibujos, los cuales constituyen crónicas ilustradas o representaciones tanto de la vida inkaica como la colonial. De hecho, con relación a los abusos perpetrados por autoridades civiles y religiosas peruanas contra los aborígenes dados en encomienda, Huamán Poma de Ayala dice:

Padres verdugos: los dichos padres de las doctrinas son verdugos. Porque ellos con sus personas y manos o con sus fiscales y alcaldes castigan al indio y rondan de día y de noche por las casas y calles, entrando a quitarles sus comidas y sus hijas. Y todo el día pasea por las calles como rufián y salteador en este reino sin temor de dios ni de la justicia. Que los dichos padres, curas de confesión, son tan locos y coléricos y soberbios y bravos como leones y saben más que zorras. Cuando confiesan a los indios o a las indias, danles de puntillazos y bofetones y mojicones y les dan muchos azotes. Y ellos se huyen… Aunque fuesen bestias se huirían, que los dichos padres no hacen con caridad y amor el oficio que tienen de servir a Dios. (negritas nuestras).

Importante: la identidad del sujeto histórico originario no solo fue destruida a través de la violencia física, sino también mediante la categorización eurocéntrica de su identidad. De ahí que el término conquista podría ser igualmente cuestionado, siempre y cuando tomemos en cuenta que no hubo un triunfo total de los conquistadores, ya que todavía, aunque de manera precaria, numerosos pueblos aborígenes continúan defendiendo sus lenguas, sus culturas, sus costumbres y sus riquezas. Así también, dado el entramado histórico de falsificaciones, ¿podríamos calificar el vocablo indio, producto éste de un error geográfico, como racista? ¿Y qué del choque de dos culturas? Tampoco. La superioridad del arcabuz, la ballesta, el caballo y la teología cristiana de la iglesia católica sembraron el terror, socavando los cimientos humanos y culturales del “otro”.