Cuando el régimen tiránico de Rafael Trujillo (1930-1961) sacó a la familia Corcino de las tierras que cultivaba en la cordillera Central, en la norteña Constanza, la montó en un camión y la mandó en calidad de presa para fines de reasentamiento, ella ni imaginó que le llevarían hasta el fondo del sudoeste dominicano, distante 418 kilómetros, para poblar las abruptas lomas de sierra Baoruco, Pedernales, sitiadas de haitianos. Desde aquella zona del Cibao hasta el sur, el choque fue dramático durante las décadas 40 y 50 del siglo XX.
“A mi mamá y su familia le quitaron las tierras para dárselas a húngaros y japoneses, y la mandaron para acá, para la sierra, dándole un sueldito de miseria. A los viejos no les gustaba la zona. Imagínate el contraste Cibao-Sur. Los viejos siempre le decían a su hija: no te metas en amores ni en ningún tipo de relaciones por ahí, que, desde que Trujillo no esté, nos vamos”, relató Luis Díaz Corcino, hijo de Miladys Casado, 78 años, oriunda del municipio Constanza, provincia La Vega, y de Hungría Díaz, 89 años, nativo Neiba, municipio cabecera de la provincia Baoruco, en la carenciada Región Enriquillo.
El 30 de mayo de 1961 ajusticiaron a tiros al tirano en la avenida Georges Washington de la capital. Y Ramón Casado y Ana Rosa Corcino cumplieron su palabra. Se marcharon dos años más tarde. Pero la hija, Milady, se quedó porque se había enamorado. Casó con Hungría Díaz, 89 años, nativo de Neiba, y tuvieron sus hijos, incluido Luis. Ha cumplido 78 años.
“Se quedó porque papá le echó el guante. Por eso somos los únicos Corcino aquí en La Altagracia”, rememora sonriente, Luis, quien cultiva una parcela contigua a la de Hirome Tabata, único que ha quedado de la colonia japonesa asentada en el área tras la Segunda Guerra Mundial.
Sin peros, relata: “La familia de papá fue muy diferente a la de mamá. La de papá emigró de Neiba, y fue por hambre. No tenía na, sólo chines de tierra de sobrevivencia. La de mamá fue obligada. El imán de que la tierra por acá es buena, trajo a mi papá. Desde Neiba, cruzó la sierra por los pinos”.
Pese a la colonización de la comarca sureña, durante la gestión del presidente Horacio Vásquez (1924-1930), las lomas seguían sitiadas de haitianos que sembraban bajo la dañina agricultura de tumba y quema.
Nicolás Corona, productor agropecuario y conservacionista, está en Mencía. Su padre Juan Bautista Corona Jáquez (Tito), fallecido en 2007 a los 79 años, había llegado pequeño con su padre Juan Nepomuceno Corona Almonte (1900-1959), pariente de la madre del actual presidente Luis Abinader, Rosa Sula Corona Cana, y su madre, Ada Linda Jáquez Estévez (1906-2013). Tito casaría con Juana Evangelista Peralta.
“Mira, de la cordillera central, especialmente de Monción (Santiago Rodríguez) y San José de las Matas (Santiago), hubo tres familias que fueron de las primeras en llegar a la colonia Flor de Oro (luego Mencía). La Espinal, de Monción, entre el 48 y el 50; y la Corona y la Torres, en el 47. Fueron desalojadas porque supuestamente estaban dentro del parque nacional Armando Bermúdez. De ahí para allá, no sé. Aún hoy en día, esas tres familias tienen arraigo”, afirma.
Como compensación, a sus abuelos les dieron una parcela en Mencía, pero, en 1958, el mismo Gobierno se la quitó.
“Y se la asignó a japoneses. Mi abuelo Juan Nepomuceno se deprimió y fue a parar a la loma del Platón, en Paraíso, Barahona, donde murió de colerín, a los 54 años”, refiere.
Anyelina Espinal, enfermera, afirma que luego fueron llegando más familias como los Azcona, Almonte. “Y esas fueron invitando a amigos, como los Rodríguez, para ir poblando las comunidades”.
Isabel Corona (Sabelo) es esposa de Pedro Tomás Espinal Torres (Ñuña), ya fallecido. El olvido puebla su cerebro. Le ayuda su hija Estela (Keka), 64 años, quien resalta la odisea de dos días y dos noches para llegar a Flor de Oro.
“Fue un viaje difícil, en un camión catarey, desde el Cibao hasta San Cristóbal, donde durmió, y siguió al día siguiente hasta Duvergé, y luego bajó por la sierra”, evoca.
Cuenta que llegaron en 1949, y no fue por el desalojo de la cordillera. Hija de Adalina Jáquez y Juan Corona, le llevaron desde su comunidad, Cuatro Esquinas, El Rubio San José de las Matas. Ñuña llegaría de San José de Monción.
“El abuelo Juan se fue porque después que tenía la propiedad produciendo con un cuadro de arroz, uno de maíz, yuca y unos marranitos, llegó un bendito, que se tiene que estar quemando con leña verde. Era administrador de colonia, Quinilio Peguero, que se interesó por el terreno de mi abuelo y obligó a que él se saliera para darle un pedazo de tierra en otro lugar. Él se sintió muy disgustado”. Estela no disimula su impotencia.
Y precisa: “Alguien ya le había dicho dónde había tierras, y era en el Caletón de Enriquillo. Lo sonsacó y él se fue pa allá. Pero la depresión fue muy fuerte y a los tres meses murió”.
Ángel de Jesús Estévez Torres, 75 años, hijo de Maximiliano Estévez (Blanco), llegó en 1952 cuando cumplía unos ocho años. Pero el temor llevó a la familia a regresar al Cibao en 1958.
“Le dijeron a la gente que estaba por la cordillera, que si querían irse a una colonia que se llamaba Flor de Oro, que le llamaban así por la hija de Trujillo, que les darían dos parcelas de café, una vaca, un mulo, una chiva, una puerca y 20 pesos de subsidio mensual, durante seis meses, hasta que ellos tuvieran sembradíos que les permitieran comer”.
En el tiempo previsto, el Gobierno quitó el subsidio. Entendió que los asentados tenían buena siembra y se aprovechaban los conucos abandonados por los haitianos por la persecución de las autoridades.
“Muchos cibaeños amenazaron con irse porque sin ese dinero no podían vivir. Algunos se quedaron. Mi papá fue uno de ellos, igual que un tío llamado Fello Torres”, asegura.
Pero un nuevo hecho obligó a Blanco a regresar a su pueblo.
“El encargado de colonia le mandó a pedir prestada una estera, que es una cosa, como una sábana (tejido) para secar café, palear habichuelas. Papá le mandó a decir que no podía en ese momento, pero sí más adelante, después que secara su café. El funcionario se incomodó y le mandó a quitar una de las dos parcelas”, relata su hijo Ángel.
Explica el desenlace: “Allá había unos presos sueltos, en un campamento. Trujillo le daba a cada colono los presos que quisiera, tres, cuatro, cinco… Sólo había que darles el desayuno y la comida, y en la tarde se iban. Había un preso que nosotros le decíamos Vásquez. Era abogado y juez en San Pedro de Macorís. Él le dijo a mí papá: No se apure, don Blanco, que le vamos a mandar una carta a Trujillo. Él mismo redactó y se la mandó. Entonces, Trujillo mandó un telegrama ordenando la devolución inmediata de la parcela. Pero mi papá cogió miedo. Pensó que el encargado de colonia lanzaría el rumor de que él estaba en contra del Jefe. Por eso se fue para el Cibao. De allá, de Manacla, San José de las Matas, volvimos en 1958”.
Claudio Fernández (Kike), 90 años, vivió con su padre y su madre en la cañada de Barraco, en la sierra, cuando aún era puro monte. Las secciones que ahora conforman el distrito municipal José Francisco Peña Gómez, no existían. El impacto de los haitianos era grande.
Al lugar que luego designaron sección Flor de Oro, nombre de la hija del tirano y después Mencía, era “Lestó”; Aguas Negras, “Yonué” y La Altagracia, “Grodillé”.
“Eso eran montes y plantas que sus hojas picaban mucho en la piel; unos bojucos que cortaban al aire. Las casitas estaban hechas. Y don Cholo fue encargado por Trujillo para administrar la colonia. Unos llegaron presos a las lomas. Pero la real colonización de la zona fue en el 46 y el 47. Mi papá trajo gente de esa en el primer camión que llegó a Pedernales, al servicio de Agricultura, en el 47. Las trajo de Barahona. Llegaban desde Ocoa. Los Ochoa llegaron deportados de Veragua, Moca. Trujillo, por no matar a Ignacio Ochoa, un hombre bueno y trabajador, lo mandó para acá en los 50. Esa gente era muy trabajadora y buena. Esa gente vino aquí para separarnos de los haitianos”.
Ricardo Estévez, 58 años, agrónomo, ambientalista y productor en Aguas Negras, cree que no todas las familias que llegaron fueron desalojadas. Una parte llegó atraída por la oferta que hacía el Gobierno, puntualiza.
En la propuesta a quienes “quisieran” ir al sur, el Gobierno no mencionaba su preferencia por reclutar a personas “blancas” y de pelo lacio.
AL OTRO LADO DE LA PROMESA
Más allá de la desocupación para preservar recursos naturales, la mano tiránica oscilaba sobre aquellas familias. Un objetivo implícito estaba en ejecución: “el blanqueo de la raza” para distinguirla de los haitianos.
El Gobierno estableció el parque nacional José Armando Bermúdez, mediante la ley 4389 del 19 de febrero de 1956. Abarca la ladera norte y central de la cordillera Central.
Y con la 5066, del 24 de diciembre de 1958, el José del Carmen Ramírez, en honor a uno de los primeros agrimensores dominicanos y exsenador de San Juan de la Maguana, fallecido en 1956. Esta reserva está ubicada en la vertiente sur de la cordillera Central, en territorio de esa provincia.
Los dos cubren toda la cadena de montañas. Contienen los picos más altos de la región. El Duarte es uno. Se caracterizan por una rica biodiversidad. Resaltan sus bosques de pino, ébano y caoba. Allí nacen unos 12 ríos importantes, especialmente el Yaque del Norte y el Yaque del Sur.
Pero, ¿por qué tan lejos de los lugares de origen, el reasentamiento? ¿Por qué la oferta a otras familias? ¿Por qué el desarraigo?
ORDENANDO LA CASA
El presidente Horacio Vásquez (1924-1930) había dispuesto el poblamiento de la frontera en el marco de un programa de dominicanización orientado a afianzar el territorio ante la creciente influencia haitiana.
Sócrates Nolasco fue designado por el secretario de Agricultura y Migración Rafael Espaillat como encargado de colonización del Sector Sur para fundar las colonias en la Sabana Juan López, hoy municipio Pedernales, y en las lomas. En septiembre de 1927 la misión estaba cumplida en parte.
Contó a Listín Diario del l de mayo de 1928 que persuadieron a familias de Las Damas (Duvergé), Baoruco y Barahona y otras sobre las atractivas facilidades y la conveniencia patriótica de poblar la zona.
A principios de agosto de 1927 –informó- estaban listas hasta 50 casitas techadas de zinc, una escuela, una iglesia para evitar que los niños fuese bautizados e indoctrinados en Haití, horno para pan, un mercado, un potrero de 25 tareas, regolas y un depósito para instrumentos de la colonia; gallinas, cabras, novillos de vaca, semillas para siembra, barcos para transporte de los productos libres de flete.
En cuanto a la loma de El Banano y Cabeza de Agua, explicó que se edificó menor cantidad de casas, “y luego se entregó los trabajos realizados al general Braudilio Féliz para la nueva colonia asentada en terreno fértil. Media entre Pedernales y El Banano una distancia como de 14 kilómetros, y del Banano a Cabeza de Agua, una como de dos kilómetros. El terreno es muy accidentado. No se encontró, siguiendo la línea fronteriza de Aranjuez, llano adecuado y próximo donde establecer la segunda colonia”.
Trujillo asumió el programa de Vásquez tan pronto llegó a la Presidencia. Le preocupaban el descontrol migratorio y denuncias de campesinos sobre robos de sus ganados y productos de sus parcelas por parte de los extranjeros.
Cuatro años después, el Congreso aprobaba una ley que estimulaba las inmigraciones de blancos para ubicarlos en la frontera. Pocos respondieron mientras aumentaba la presencia de haitianos.
En el libro Trujillo y Haití, tomo II, el historiógrafo y economista Bernardo Vega sostiene que “la idea inmigración de blancos fue común denominador entre los principales pensadores dominicanos en la segunda mitad del siglo XIX y primeros 30 años del XX”.
Refiere que antes del “corte” o matanza de 1937, el Congreso aprobó la Ley de Migración que establecía la obligatoriedad de la dominicanización del corte de la caña. En 1932, el Gobierno deportó miles de haitianos no braceros.
Y un año más tarde rechazó una convención de gobierno a gobierno para reglamentar el tráfico de braceros, pero favoreció negociaciones dueños de ingenios-administradores haitianos. Cuatro años después se esforzó por traer a inmigrantes judíos y de Puerto Rico.
MAFIA EN LA FRONTERA
El tirano recibía reportes de que encargados de suprimir el tráfico ilegal de haitianos se beneficiaban vendiendo haitianos a los ingenios.
En un recorrido, él notó que los campesinos abandonaban los predios. Preguntó las razones y contestaron que los haitianos invadían sus tierras y robaban sus productos y animales.
Un memorando enviado al general Mélido Marte el 17 de enero de 1937 por el general de brigada y jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional, Héctor Bienvenido Trujillo, le advierte sobre errores graves y ordena su sustitución inmediata por un enviado.
“Sírvase estar preparado y entregar el comando de esa organización al capitán Juan Hernández G., quien va a relevarle y corregir todas las irregularidades cometidas por usted en esa provincia (Pedernales), cuyos hechos han sido comprobados por el Poder Ejecutivo. El capitán Hernández G. lleva instrucciones especiales del Generalísimo para estas correcciones. Acuse recibo 170117. General Trujillo, Ejército Nacional”.
El texto 18, recuperado por el historiador Elíades Acosta establece: “Los oficiales del E.N. investidos de enorme poder sobre sus subordinados y el resto de la población, cometían frecuentes arbitrariedades amparados en la impunidad de su condición, desde retenerles el pago a los rasos, sin mediar documento escrito, hasta eludir el cumplimiento de obligaciones y pagos comerciales, o disparar sobre otros agentes del orden por una insubordinación. Estos tres ejemplos de los años 30 y 32 así lo evidencian”.
Y destaca: “En el caso del entonces capitán Mélido Marte, de 1937, se trataba de varios contrabandos de braceros haitianos introducidos ilegalmente al país. Quedarían impunes y él llegaría a general, gozando del favor personal de Trujillo”.
ECHARON RAÍCES
El distrito municipal José Francisco Peña Gómez está conformado por las secciones Aguas Negras, a 15 kilómetros del municipio cabecera; Mencía, a 30; La Altagracia, a 35; y Los Arroyos, en lo más alto, a 40.
Fue creado por la ley 298 del 25 de agosto de 2005. Tiene una superficie de 237 kilómetros cuadrados y una población de 3,186 habitantes, según el censo de 2022.
Se llega por una carretera casi toda asfaltada. Tiene servicio eléctrico precario suplido por una pequeña hidroeléctrica instalada en el río El Mulito.
El gobierno de Balaguer (1986-1990), en 1988 entregó 100 viviendas de cemento en Aguas Negras, 100 en La Altagracia y 102 Mencía (40 habitadas: 28 por haitianos, 12 por dominicanos). El deterioro es brutal.
Ricardo Estévez y el profesor Nápoles Féliz, 72 años, resaltan el arraigo de las familias cibaeñas y sus aportes a la agricultura y al comercio de la provincia.
“En Mencía es más cálido. Viven allí y tienen sus propiedades en Los Arroyos porque es más alto y productivo. Muchos de ellos ya viven en la ciudad de Pedernales, otros se han ido a estudiar y a trabajar, pero mantienen sus raíces”, comenta Estévez.
Y agrega: “Fueron los primeros en revolucionar la agricultura en las lomas, en los 40 y 50. Aportaron al comercio, en hortalizas chinas. No se conocían ciertos cultivos; por ejemplo, el arroz en secano (en Mencía), aparte de banano en Cabo Duarte, con semillas que trajeron del Cibao. Aquí, los principales cultivos eran de café. En la zona rural, fueron sus hijos los primeros en ir a prepararse. Han incursionaron diferentes negocios”.
Para Nápoles, hay cuatro pilares de esas familias.
“Los hermanos Ochoa, en Mencía. Descollaron en la agricultura y el comercio. Los Corona, en agricultura, ganadería y comercio. Ahí está el viejo Tito Corona (f) y su hermano. Los Espinal, en ganadería, agricultura, comercio, educación, y en la religión también. Fruto de eso es Secilio Espinal, que fue rector de la Universidad Católica Tecnológica de Barahona, y ahora en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Rodríguez y Rodríguez, en la ganadería y el comercio”.
A la vuelta de las décadas, el “blanqueamiento” no ha parado el hormigueo de haitianos en estas colonias productoras de café, aguacate de exportación, víveres, habichuelas, vegetales, tubérculos y otros.
Son determinantes en las fincas y viven en casas de aquellos poblados donde hay escasa motivación gubernamental para los dominicanos vivir felices.