“Se pierde de vista la doctrina para atacar al apóstol, se combate la obra de bien porque el iniciador no es persona grata a ciertos hombres que, como el perro del hortelano, ni hacen ni dejan hacer. (…). De ahí, que la lucha no sea de doctrinas ni de ideas; de ahí que se ataquen personalidades, y se eche mano de armas indignas de ser blandidas por quienes se precian de caballeros; de ahí que haya gentes sencillas que, engañadas, se oponen a la reforma escolar que realiza, daría a sus hijos útil y fecunda enseñanza, y lo prepararía para entrar en combate de la vida armado con armas de bien y de verdad. ¿Cómo se explica que los mismos que aparentan temer más la perdida de la nacionalidad dominicana por la absorción yankee, combatan la reforma radical de la enseñanza pública y su civilización?” Fragmento del escrito “La Escuela”, por Rafal Justino Castillo, periódico “El Nuevo Régimen”, 30 de junio 1901).
Eugenio María de Hostos (1839) fue, en el ambiente educativo dominicano de finales del siglo XIX y hasta su fallecimiento en 1903, incomprendido, perseguido, criticado y hasta rechazado por sectores y personalidades que intentaban, muchas veces motivados por celos irracionales, impedir la germinación de sus aportes a la educación y al bien social del país.
Innumerables documentos y escritos, muchos de ellos aparecidos en la prensa nacional, así lo demuestran. Basta con leer las cartas pastorales de Monseñor Meriño, y los escritos del sacerdote Alejandro Adolfo Nouel rechazando las ideas educativas de Hostos y los artículos aparecidos en la prensa firmados por Pelegrín Castillo y Rafael Justino Castillo, en 1901, defendiendo los aportes de quien se consideraban discípulos, para entender lo desgarrante que fueron aquellos años para aquel que justicieramente los dominicanos consideramos como apóstol de la educación.
Vinculado a los propósitos independentistas de Puerto Rico y Cuba, visitó Santo Domingo en 1875 y desde entonces reclamó su condición de dominicano, como lo explicó en carta enviada al periódico La Paz, diciendo que él era dominicano de sentimiento, cubano por obligación, puertorriqueño de nacimiento y latinoamericano de origen, evolución y aspiración[1]. Y aún así, ya en aquellos días hubo quienes lo señalaron como enemigo del país. A las calumnias, casi siempre motivadas por asuntos políticos, contestaba: “Si dicen que intenté crear animosidades internacionales, dígase que intenté defender la nacionalidad contra atentados de la nacion que ha emponzoñado la vida de nuestras sociedades latino-americanas” [2]
Se marchó en 1876 y regresó en 1879 cuando el general Gregorio Luperón y su Partido Nacional ascendieron a la dirección del Estado dominicano, tocándole como responsable de la Instrucción Pública, diseñar y organizar el sistema educativo, promover la apertura del Instituto Profesional (hoy Universidad Autónoma de Santo Domingo), y fundar la Escuela Normal (1880), al mismo tiempo que ejercía el magisterio. Sus ideas a favor de la República estaban centrada en su convicción de era “absolutamente indispensable establecer un orden racional en los estudios, un método razonado en la enseñanza, la influencia de un principio armonizador en el profesorado, y el ideal de un sistema superior a todo otro, en el propósito mismo de la educación común”.
Sus planes y conceptos normados por ideas positivistas, encontraron opositores de mucho poder social, religioso y político. Se la acusó de promover una “educación sin Dios”, cuando en verdad perseguía establecer una metodología que desechara el aprendizaje memorístico y privilegiara el uso de la razón y aunque su proyecto educativo pronto comenzó a dar sus frutos, impulsado por las presiones políticas abandonó el país en 1888. En su ausencia sus opositores protegidos en el interés de la dictadura iniciaron la eliminación de los logros alcanzados en años de luchas: cambiaron la Escuela Normal por Colegio Central, introdujeron asignaturas para promover los dogmas de la religión católica y eliminaron “La moral social” “Elementos de sociología” y “Economía política”.
Con el magnicidio del 26 de julio de 1899 terminó la dictadura y un gobierno más tolerable de las ideas, reclamó la presencia de Hostos, quien llegó al país en 1900 y para 1901 era Inspector General de Instrucción Pública. Rodeado de antiguos discípulos trató de rescatar los valores educativos perdidos y a la vez que preparaba a los jóvenes para su futuro profesional y como sujetos sociales y la escuela como instrumento de bien político-administrativo. El 10 de julio de 1901 escribió a la Sociedad Amigos del Estudio: “Tengo la necesidad de recordarles los principios fundamentales en que se basa nuestra doctrina y el deber de preservarlos contra asechanzas que pueden malograr la noble confianza han tenido ustedes”[3], recordándoles los principios del normalismo: el desarrollo graduado de la población por medio de las colonias agrícolas y febriles, aumento y mejoramiento de la producción agrícola para el mercado, establecimiento de ferias urbanas, mercados fronterizos, certámenes regionales y exposición agrícolas.
Entre los principios políticos Hostos destacaba la libertad individual, libertad y autonomía municipal, libertad y descentralización departamental, provincial y regional, libertad nacional asegurada en el régimen civil, simplificación de la administración pública y establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales que consolidaran la independencia.
En cuanto a los pedagógicos, insistía en la enseñanza organizada lejos de la influencia del Estado, escuelas laicas, aprendizaje compulsivo, y la obligatoriedad del Estado y los Ayuntamientos con la enseñanza pública, destacando que en los religiosos y morales se tenía que ser tolerante.
En su afán por reformar la educación y a través de ella la sociedad, Hostos convocó en 1901 a sus discípulos para “secundar el victorioso esfuerzo de la nueva normal, contribuyendo con la enseñanza nocturna, las conferencias y el favorecimiento de actos de cultura, al arraigamiento de la doctrina del trabajo, educación, libertad, tolerancia y orden”, desechando la calumnia que, acechando en dondequiera al normalismo, lo denuncia, ahora como partido político, para así debilitarlo”.
La batalla fue terrible. Los sectores que antes lo criticaron y negaron su condición de dominicano rechazaron sus planes para encauzar la educación dominicana. Se le acusó de introducir cambios inmorales en la sociedad dominicana. Los ataques fueron implacables a partir del momento en que dos de sus discípulos introdujeran en el Congreso un proyecto de ley para reformular el sistema educativo. Nuevamente acusado de promover proyectos educativos materialistas y ateos, dijeron que ideas tenían efectos que mortificaban a los pueblos, los llevaban al socialismo, al anarquismo y al nihilismo, y los prepara el animo de a la población para “si llegara el momento de las grandes injusticias y de los atropellos de la fuerza, imitemos a nuestros vecinos recibiendo a los invasores al grito de “vivan los conquistadores”[4]
El Arzobispo Fernando A. de Meriño, a través de carta pastoral del 15 de junio de 1901, “relativa a las doctrinas racionalistas”, criticó abiertamente la Escuela Normal motivando a que el sacerdote Adolfo Alejandro Nouel, el 25 de julio, escribiera una “composición literaria”, en la que decía: “La doctrina materialista atea, la divinización de la humana inteligencia, y las teorías del dios-conciencia y del dios-humanidad, de que se han jactado los impíos reformadores (…), tuvieron entre nosotros algunos aunque pocos y disfrazados sostenedores. (…) para hacer germinar en nuestro país la plana exótica; y so pretexto de novedad, se repitieron en las aulas las añejas impiedades (…) y bajo el nombre de “moral social” volvieron a publicarse una vez más por medio de la prensa las falsedades las injurias, los insultos y los anatemas contra el Cristianismo, y muy en particularmente contra nuestra santa fe católica”. Nouel llamó a los seguidores de Hostos “extraños fabricadores de conciencias” y reclamó del gobierno “evitar un conflicto político-religioso, tan sin provecho para nadie, de las funestas consecuencias para todos”.[5]
El debate en torno a la resurrección de la escuela hostosiana se prolongó durante largos meses, mientras el Maestro se encontraba enfermo. Las posiciones más persistentes enfrentaban en la prensa al sacerdote-diputado Rafael C. Castellanos con los discípulos Rafael Justino Castillo, José Debeau y Pelegrín Castillo.
Como parte de la polémica el cura Castellanos publicó un opúsculo (1901),[6] en el que recogió los argumentos con los que se opuso al proyecto de reforma educacional introducido por Hostos en el Congreso, el 10 de Junio de 1901. Alegando que Hostos no tenía “calidad ninguna para dirigirse en el ejercicio de sus funciones al Congreso” y que éste no tenía que recibir lecciones de “tal maestro” porque los representantes del pueblo no se consideran sus discípulos. Negó la condición de dominicano reivindicada por Hostos argumentando que si el proyecto fue redactado por Hostos, entonces “tendríamos que hasta los extranjeros (como en este caso) gozarían del derecho de iniciativa en la formación de las leyes”.
Castellanos decía oponerse al proyecto de ley por no “acomodarse a la situación económica del país” y le restaba calidad, por entender que en la “obra concienzuda” del Maestro no existe “altas miras”, ni “generosos propósitos”. “Lo que hallo es confusión por todas pares, contradicciones al granel y desconfianzas desmedidas que desacreditan y deshonran al país”.
Apellidaba el proyecto de ley “la nueva improvement” o “Improvement nacional”, explicando que este había caído mal en la opinión publica era desaprobado por el pueblo. En cuanto a la educación de la mujer, el cura-diputado reclamó a los hostosianos una rectificación de sus planteamientos, pues él decía no entender, “no es posible, ni puede serlo en buena pedagogía, que no haya distinción alguna entre la educación del hombre y la de aquella. (…). La mujer necesita principalmente que la forme con todos los conocimientos necesarios para estar en buena sociedad y para funcionar como hija, esposa o madre en la casa; (…). No basta la Normal para la mujer; deben establecerse antes que ésta dos escuelas más necesarias aún, que deben aumentarse con empeño: Escuela de aprendizaje, o sea una escuela de servicio domestico, arte culinario, lavado, aplanchado, cuidado de niños, etc.; escuelas cuyas ventajas no deben ocultarse a nadie; (…), mostrando competencia en el servicio domestico, en el manejo de una casa de familia (…). Porque eso de pretender que toda las mujeres sean maestras o literatas, el olvidar que su principal esfera de acción es el hogar; y que antes de distinguirse como escritora o como institutriz, debe descollar como buena hija, como esposa completa y como madre competente en el dominio casero”.
Rafael Castellanos acusó el proyecto de favorecer a los “más acomodados, dejando sin luz a los pobres, a los desheredados de la fortuna” y de ser imitadores de los Estados Unidos y de promover “una civilización materialista” y una “instrucción atea”, en “la que la enseñanza sin Dios no hace otra cosa que causar males y perturbaciones siempre desastrosas”.
Criticaba que en el proyecto se le diera preferencia al “idioma ingles, a la Constitución Americana y a determinados oradores de la patria de Washington: porque no parece sino que se quieren despertar grandes y fuertes simpatías por el águila del Norte; lo cual es peligrosísimo en naciones de poca población. (…)”. Porque se desea “que los alumnos crezcan amando a los americanos, hablando con preferencia el ingles, admirando sus instituciones, aprendiendo obligatoriamente la Constitución Americana, con exclusión de la –Dominicana, y saboreando solamente (…) oradores políticos norteamericanos”.
Después del largo debate en el Congreso y la prensa, las reformas fueron aprobadas, decretando el presidente Horacio Vásquez en julio de 1902, los cambios propuestos por el Maestro, y quedando vigente la ley promovida por Hostos en 1884. El Maestro falleció en Santo Domingo en 1903.
La encendida polémica[7] en torno a los aportes de Eugenio María de Hostos y las posiciones enarboladas por sus discípulos, desentrañan la fortaleza del Normalismo y la resistencia enarbolada para que sus ideas fueran convertidas en realidad. Los dos escritos que a continuación insertamos en estas páginas, son una muestra de los niveles alcanzados en el debate sobre la Escuela Racional. (Autor: Alejandro Paulino Ramos):
[1] En : Eugenio María de Hostos, Páginas dominicanas.
[2] Idem.
[3] Carta del 10 de julio de 1901 a la Sociedad Amigos del Estudio. En: W. M. de Hoatos, Páginas dominicanas.
[4] Rafael C. Castellanos, Informe acerca de la reforma educacional iniciada por Don Eugenio María de Hostos, presentado al Congreso el 10 de junio de 1901. Santo Domingo, Imprenta García Hermanos, 1901.
[5] Obras de Monseñor Nouel. Santo Domingo, s.p.i.
[6] Rafael C. Castellanos, Op. Cit..
[7] Acerca del debate sobre la educación hostosiana véanse los artículos “La Escuela”, por Rafael Justino Castillo, El Nuevo Régimen, 30 de junio 1901; “El porvenir o al pasado”, por Pelegrín L. Castillo, El Nuevo Régimen 30 de junio 1901; Periódicos “El Civismo” de Santiago y “La Tijera” de Puerto Plata, junio de 1901; artículo “La Escuela vieja”, por R. J. Castillo, El Nuevo Régimen, 14 de julio 1901; Editorial periódico El Nuevo Régimen, 11 agosto de 1901; “Frutos de la Normal”, por Junios, 18 de agosto 1901; Normalismo en la vida nacional”, El Nuevo Régimen, 25 de agosto 1901;”Nuestra opinión”, por Imparcial, El Nuevo Régimen, 25 de agosto 1901, y “El Informe Castellanos”, por D. E. Baechy, El Nuevo Régimen, 1 septiembre 1901.