En la República Dominicana, la “clase política” ha tenido como objetivo, a través de los mandarines y cortesanos del Estado, la inclusión/exclusión de los escritores dominicanos en el canon. Una vez instalado el Ministerio de Cultura en 2000, las instituciones descentralizadas pasaron a ser dependencias de este.

Entre las más importantes, en cuanto a la formación del canon, están las siguientes: Feria Internacional del Libro, Dirección de Gestión Literaria, Premio Anual de Literatura, música, teatro, ensayo etc., Editora Nacional, Editora Ferilibro, Librería de Cultura, Biblioteca Nacional, Biblioteca República Dominicana, Festival de Poesía, Casa de las Academias, que comprende entre otras la Academia Dominicana de la Lengua, el Archivo General de la Nación y el Comisionado Dominicano de Cultura (en Nueva York), con su correspondiente concurso literario Letras de Ultramar y su Feria del libro de Nueva York.

Desde el campo político, el Ministerio de Cultura tiene el poder no sólo para tratar de crear consenso —con el consecuente impacto en el canon— sino también para coaccionar a escritores, pintores, cantantes, críticos, periodistas, etcétera. Los principales medios de inclusión son las publicaciones de la Editora Nacional, la Feria Internacional Libro, del Banco Central y del Banco de Reservas (estas dos últimas instituciones, aunque estatales, no dependen del Ministerio), los homenajes a artistas e intelectuales, así como también las pensiones otorgadas por el Estado. Los escritores publicados, los artistas homenajeados y los pensionados se convierten en “bocinas” repetidoras en los medios de comunicación o callan para siempre.

Los premios literarios se otorgan, en muchos casos, a miembros de los partidos en el poder, a simpatizantes de esos partidos políticos o simplemente a compadres y amigos de los miembros del jurado de esos concursos, en fin, a los agentes del campo cultural, creado por el campo político.

Y ya para concluir de veras, diré que, desde el poder del capital simbólico acumulado, los agentes del campo cultural y del campo político, han construido un ethos colectivo, de intelectuales que imaginariamente se ven a sí mismos y son vistos por otros del mismo campo como excelentes, pero cuyo capital es inorgánico, sin un aval epistémico. La política, el amiguismo, el compadrazgo del “esprit de corps”, cuando no la corrupción, en el sentido que le otorga Saúl Peña K., son prácticas comunes en cuanto a la construcción de ese ethos cultural colectivo.

En lugar de ser un Estado Ético o un Estado Cultural, el Estado dominicano se ha convertido en un Estado-Gendarme de la cultura (Gramsci, Prison Notebooks 258), que construye un ethos colectivo y despoja de capital simbólico a sus opositores. Aquéllos que se atreven a cuestionar el poder y a plantear un pensamiento crítico son castigados con la exclusión y el aniquilamiento simbólico. Espero que las futuras generaciones de intelectuales manejen criterios que no sean el político, el compadrazgo o la corrupción para estudiar seria y responsablemente la cultura y la literatura dominicanas.

Finalmente, para responder a la pregunta ¿Qué es un autor Bonó? Un autor Bonó es aquel que, independientemente de su ideología, religión, creencia o partido, envía un manuscrito para la consideración de evaluadores por pares, y es publicado; es, en definitiva, un autor comprometido con el pensamiento crítico.

¡Muchísimas gracias!