Muy buenas noches.
Gracias a la Editorial Bonó por invitarme a ofrecer esta conferencia, como parte de la promoción de mi libro Seis ensayos en busca de nuestra desmitificación. Gracias a ustedes por asistir a esta conferencia; y al Centro Cultural de España, por acogernos en la sede del Colegio de Gorjón (1538).
Mi presencia aquí esta noche es muy obvia: estoy invitado por la Editorial Bonó, no porque sea amigo de Pablo Mella, a quien tanto estimo, ni a la amabilidad de César, Jordy o Simón, ni porque haya cabildeado este espacio con el director de Centro Cultural de España, a quien no tengo el gusto de conocer, o porque sea del PRD, del PRM, del PLD, del FuPu, o del PRI de Trajano… y su hermano. Estoy aquí porque soy un autor Bonó. Y, ¿qué significa ser un autor Bonó? Eso lo dejo para el final.
Estos señalamientos no son gratuitos; se encuentran vinculados, como ustedes comprenderán más adelante, a la construcción de un ethos. Pero, vayamos por parte. Me interesa ahora hablarles de los prolegómenos de mi investigación acerca de la cultura dominicana.
Mi investigación acerca del campo cultural dominicano nace mucho antes, pero se afianza en el año 2000, cuando publiqué “Fronteras primitivas: Identidad cultural y limpieza étnica en la República Dominicana”, en el libro Retorno de la mirada: Primitivismo e identidad en América Latina de la editorial de la Universidad de Arizona, Estados Unidos; pero no fue sino hasta 2012, cuando acometí mi proyecto sobre los intelectuales y la cultura dominicanos. En ese año, presenté la ponencia “Clase política, compadrazgo y hampa cultural en la formación del canon literario dominicano”, en el coloquio internacional El canon en la Prosa Contemporánea del Caribe Hispano y del Cono Sur, organizado por la profesora Rita de Maeseneer, en la Universidad de Amberes, Bélgica. Mi presentación fue excluida para la publicación de las actas del congreso. Según la organizadora del evento, un evaluador reportó que mi ensayo era un «manifiesto» «panfletario». Nunca vi el informe del “presunto” evaluador, que generalmente se les envía a los autores, en estos casos. La profesora De Maeseneer, siguiendo las pautas del “hipotético” evaluador, decidió no incluir el artículo en las actas. Ese mismo año, Transmodernidad: Revista de Producción cultural periférica del mundo luso-hispano de la Universidad de California, evaluó y publicó el artículo, sin modificaciones, tal y como se lo había enviado. En los reportes que me remitió el editor, los dos evaluadores anónimos de esta revista se refieren al ensayo en los siguientes términos: 1. “El artículo tiene varios méritos: tema original, argumento bien sostenido metodológicamente, conocimientos profundos sobre la situación cultural y literaria de la República Dominicana, … acercamiento a la realidad cultural dominicana, a partir de los enfoques teóricos bien interrelacionados entre sí, etc.”, 2. “A pesar de varios méritos, la sección “De la teoría a la praxis…” se limita más bien al nivel descriptivo, tal vez debido a la necesidad de referencias a los fenómenos a lo largo del campo cultural de la República Dominicana”, y 3. “La organización del artículo está bien estructurada. El planteamiento del problema, la articulación teórica y el análisis de la realidad cultural están desarrollados adecuadamente”.
Entre la exclusión del artículo por parte de la compiladora de las actas del congreso y la aceptación “ciega” (anónima) por parte de una revista académica por pares, hay una extraordinaria diferencia. En el primer caso, el rechazo se debió a razones políticas (ad hominem), ya que la compiladora tiene fuertes vínculos con intelectuales dominicanos; en el segundo, se evaluó el contenido del ensayo (ad hoc), no al autor de éste. Así, el ethos no sólo es creado por el autor, sino también por la imagen que los demás crean acerca del intelectual.
La disertación de esta noche es una reescritura del rechazo y posterior aceptación del ensayo “Clase política, compadrazgo y hampa cultural” en el que reflexiono con Aristóteles, Alain Badiou, Pierre Bourdieu y Antonio Gramsci, entre otros, acerca de los conceptos de ethos, campos sociales (político, intelectual) y capital cultural y simbólico.
Esto me lleva a plantearme las siguientes preguntas: ¿Qué es el ethos cultural? ¿Se puede construir un ethos colectivo? ¿Cómo se relaciona el ethos con los campos culturales, políticos y financieros? ¿Cómo influye el campo político en el cultural? Y finalmente, ¿Cómo se construye el canon en la articulación entre el ethos y los campos sociales?
La palabra Ethos, de origen griego, significa “costumbre y conducta”, “conducta, carácter, personalidad”. De ahí que los términos ética y etología estén ligados etimológicamente. En su Retórica, Aristóteles propone tres pruebas del poder de persuasión: Ethos, pathos y logos. De las tres, me interesa la primera. Entiendo por ethos, más cercano al conceto de “carácter”, señalado por Aristóteles, la imagen que el sujeto construye de sí mismo y que, a la vez, los otros construyen de ese sujeto. Los agentes del campo cultural, en su lucha por acumular capital simbólico, no sólo se construyen una imagen engrandecida de sí mismos, sino que también otros agentes, que podríamos llamar aliados, coadyuvan a la construcción de esa imagen. De esa manera, los agentes del campo cultural se construyen entre ellos mismos un “ethos colectivo”, intercambiándose entre sí la misma imagen en un juego de espejos. Esto se verá, luego, detalladamente.
Para María Cristina Martínez, “el logos no es sólo razón, el logos es el enunciado mismo, donde se construye de manera integral o preferencial la imagen del sujeto (ethos) en términos de valores (ethos), emociones (pathos) y razones (ratio)” (139). Obviamente, Martínez se refiere a un ethos discursivo, ya que el ethos cultural se construye no sólo a partir de las prácticas discursivas del sujeto, en un determinado campo social, sino también como ethos extrínseco construido por argumentos basados en datos del entorno externo al discurso como, por ejemplo, datos de testigos, de chismes, comentarios epidícticos (Martínez 144), premios literarios, condecoraciones, homenajes, doctorados Honoris Causa, viajes costeados por el Estado a cónclaves internacionales y, lo más importante, la conversión del capital político en capital cultural y simbólico. En ese sentido, Martínez destaca que “La persuasión se logra por la manera cómo discursivamente se predispone al auditorio a través de las pasiones o emociones (el pathos)” (145), vinculando así el ethos discursivo y extrínseco al pathos. El ethos colectivo está vinculado a lo que Bourdieu denomina “habitus”, ya que “la acción que ejerce un orador sobre su auditorio no es de orden lingüístico sino social y su autoridad no depende de la imagen de sí mismo que produce en el discurso, sino de su posición social y sus posibilidades de acceso a la palabra oficial, ortodoxa, legítima” (Bourdieu).
Continuará….